¿Qué significa ser de izquierda en Uruguay? ¿Se puede hacer equivalente el Frente Amplio con la izquierda? En el artículo “Dictadura, izquierda y democracia en Uruguay. Transformación discursiva de la izquierda uruguaya posdictadura”, José Stagnaro Bonilla plantea que no hay sujeto en la denominación vacía de “Frente Amplio”. “Su nombre, su institucionalidad y lo que allí queda ligado pueden usarse –articularse– aun a costa de tergiversar lo que originariamente proponía. No hay Frente Amplio como entidad abstracta capaz de sostenerse igual a sí mismo en todo tiempo y circunstancia política: hay diversas ‘posiciones de sujeto’ que se presentan como Frente Amplio, de acuerdo a operaciones hegemónicas muy distintas entre sí. En su fundación, diversos actores políticos unían ‘Frente Amplio’ a lucha contra la ‘oligarquía’ y el ‘imperialismo’; posteriormente, a ‘desarrollo’, ‘gestión’, ‘políticas públicas’. Por eso, aunque sea paradójico, resulta tan válido que un ‘frenteamplista’ de los setenta o los ochenta hoy no ‘se sienta’ frenteamplista (puede alegar legítimamente que ‘se han traicionado los principios’) como que sí lo haga (y también que legítimamente diga: ‘Hemos participado de un salto ideológico necesario’). Por tanto, bien podrá ocurrir, en el futuro, que ser frenteamplista no coincida con ninguno de estos discursos fundantes –en última instancia– de la identidad política”. O que se tope con una nueva agencia política discursiva, suficientemente fuerte, que nombre lo frenteamplista como viejo o como uno de los principales componentes de un statu quo que, mutaciones mediante, se esté volviendo cada vez menos favorable a los trabajadores.
Los gobiernos frenteamplistas no se han apartado del pensamiento hegemónico: el modo en que la economía funciona se acepta como un simple dato objetivo del estado de cosas. Se trata de una despolitización fundamental de lo económico. Y, en la medida que esta despolitización sea aceptada, ninguno de los debates públicos de los que deberían surgir las decisiones colectivas tendrá incidencia real en las decisiones de mediano y largo plazo. La única manera de revertirlo es poner algún tipo de límite real a la libertad del capital, subordinar el proceso de producción al control social. Aquí hablamos de una repolitización radical de la economía. Esto es: si la política económica apunta simplemente a la administración de los asuntos sociales, es porque se socava la posibilidad de una acción política verdadera.
Esto en sí no debería sorprendernos. En plena campaña electoral, Tabaré Vázquez admitió que “Frente Amplio es un pensamiento conservador, un pensamiento reflexivo, serio y además responsable”, aunque no se sitúe en el extremo conservador del espectro político, sino “en el centro, con una filosofía de izquierda” (La Mira, 2014). En buen romance, eso significa que las cuestiones de la crisis sistémica y el cambio revolucionario pasaron a estar mediadas por una impostura ecléctica y utilitaria que enfatiza cuestiones consideradas más inmediatas o tangibles, como las crisis funcionales y la responsabilidad ante el régimen democrático. De allí que su modelo parezca tener no una oposición significativa, sino partidos que disputan por gestionarlo.
El futuro llegó hace rato.
El vaciamiento ideológico, también.