Ante las noticias procedentes de Argentina, donde el ultraderechista Milei ganó las elecciones, y de Países Bajos y de Eslovaquia, donde la ultraderecha quedó primera en votaciones recientes, España parece traer algo de esperanza. Allí Pedro Sánchez, jefe del liberal-izquierdista Partido Socialista Obrero Español (PSOE), anunció la formación de un nuevo gobierno, que también incluye a la coalición Sumar, liderada por Yolanda Díaz, procedente del Partido Comunista.
Esta parece ser la única salida para España, asolada en primer lugar por la crisis climática y en segundo lugar por las disputas regionales. Si hubiera ganado el partido de derechas, seguramente se habría ignorado el primero de esos problemas (el Partido Popular pide abordarlo con medidas muy cautelosas, mientras que el ultraderechista Vox aboga por dar la espalda por completo al asunto) y, en el caso del regionalismo, sin duda el país habría ido en camino de una mayor polarización.
El apoyo al gobierno de Sánchez, sin embargo, no pasó sin críticas. Estas, sobre todo, se refieren a la constitucionalidad y la legalidad de la amnistía para los independentistas catalanes impulsada por el PSOE y Sumar. Sánchez introdujo la propuesta a cambio del apoyo de los dos partidos independentistas, Esquerra Republicana y Junts per Catalunya (el gobierno, cabe señalar, se formó principalmente gracias a sus votos y a los de los regionalistas vascos de Euskal Herria Bildu y del Partido Nacionalista Vasco).
Es cierto que tanto Esquerra como Junts apelan a valores independentistas. Sin embargo, esto, al parecer, no es suficiente para que el independentismo catalán se presente unido. Esquerra, al fin y al cabo, es una agrupación de izquierdas que alude directamente a los valores del socialismo democrático y también deriva de una tradición institucional de la izquierda que se remonta a los años treinta. Por otro lado, Junts tiene raíces –tanto sociales como ideológicas– en tiempos menos lejanos. Su genealogía ideológica se remonta al pujolismo, la corriente representada por el expresidente de la Generalitat de Catalunya Jordi Pujol i Soley (1980-2003). Sin embargo, la historia de esta fragmentación es más complicada e ilustra bien las diversas contradicciones de la catalanitat. Es necesario, para entender esta división, referirse a la relación histórica entre el catalanismo y la burguesía de Cataluña.
CLASE SOCIAL Y POLÍTICA
La expresión burguesía catalana, en el discurso político español, aparece principalmente como una acusación. Un buen ejemplo de ello es un texto de El Debate, diario católico-conservador, que comentaba un encuentro entre políticos de Sumar y Junts como un encuentro entre «enemigos históricos», es decir, la izquierda y «la alta burguesía» catalana. En este sentido, El Debate identificaba a Sumar con la vieja Izquierda Unida de los años ochenta y noventa y a Junts, con Convergència i Unió, el partido de centro-derecha de Pujol. Se trata, por cierto, de una acusación formulada con bastante frecuencia por la derecha española. Es esta derecha la que a menudo subraya la dimensión burguesa del separatismo catalán, un separatismo basado, en su opinión, no en un deseo de emancipación nacional, sino en el egoísmo económico. Al fin y al cabo, hay que recordar que Cataluña es una de las regiones más ricas de España, la que más riqueza acumula. En este sentido, el deseo de separarse de España estaría dictado por el deseo de una mayor acumulación de capital en una región.
Sin embargo, históricamente Cataluña ha sido una región con su propia lengua, cultura e instituciones jurídicas desde la Alta Edad Media. En el siglo XIX, como en todos los demás países europeos, se produjo en esta zona un proceso que Ernest Gellner denominó formación de una nación. Sin embargo, y conviene subrayarlo, durante ese proceso se dio una cierta separación interna en la población. El pueblo catalán, al igual que la pequeña burguesía, hablaba la lengua catalana, mientras que la burguesía y la clase alta estaban divididas. Por un lado, como describió el historiador Joan-Lluís Marfany, por ejemplo, la burguesía catalana era a menudo proespañola y contribuyó a construir el Estado español. Por otro lado, también colaboró con el surgimiento de una conciencia nacional, principalmente a través de las actividades de la Liga Regionalista.
En este sentido la primera fase del nacionalismo catalán sigue siendo, en palabras de otro historiador, Jordi Solé Tura, una «revolución burguesa». En este sentido, fue un nacionalismo basado principalmente en el poder del capital. Un buen ejemplo de ello es Francesc Cambó i Batlle, el líder de la Liga, cuya estatua podemos ver hoy en el centro de Barcelona, en la Via Laietana. En un momento de «despertar nacional» de todos los catalanes –es decir, con el advenimiento de la Segunda República–, Cambó se puso del lado de las fuerzas de la reacción, es decir, del futuro dictador Francisco Franco. Es también en estos tiempos cuando se produjo un giro a la izquierda con la formación, en 1931, de Esquerra Republicana –que representaba a los trabajadores y a la pequeña burguesía, y ganó popularidad en el movimiento obrero–. Bajo la dictadura franquista, la formación de un movimiento popular catalán continuará, acompañando la próxima transformación de la izquierda. Un buen ejemplo de ello fue la actividad política de la activista y poeta Maria Mercè Marçal, que en tiempos de la Transición decía que estaba orgullosa de «ser mujer, de la clase baja y de la nación oprimida».
En todo ese proceso se vislumbra una catalanidad popular, asociada al izquierdismo –y vinculada a los obreros, a los campesinos o a la pequeña burguesía–, a la que representa, entre otros, Esquerra. Sus propuestas políticas suelen plantear la idea de un Estado federal o la independencia de todos los Países Catalanes, incluidos los ubicados del lado francés de la frontera. El material sobre la ideología de este sector del movimiento catalán es ahora muy accesible, gracias en parte a la excelente antología 100 anys de marxisme i qüestió nacional als Països Catalans, de la editorial Tigre de Paper.
Sin embargo, la cuestión es un poco más complicada en lo que hace a la burguesía. El tema no puede reducirse solo a la posición de Cambó. También bajo el franquismo, como señaló, por ejemplo, el historiador Antoni Jutglar, la burguesía catalana estaba dividida entre quienes apoyaban abiertamente a Franco y quienes se oponían al régimen. Por último, y merece la pena destacarlo, fue en los años de la dictadura cuando muchos trabajadores emigraron a Cataluña desde el más pobre sur español. Algunos de ellos se integraron a la sociedad catalana y empezaron a hablar la lengua local; hoy algunos de sus nietos son independentistas. A otros, sin embargo, les repugnará el nacionalismo catalán, algo de lo que escribió en sus memorias, Ciudadanos: la historia jamás contada, el activista proespañol Fran Hervías.
De lo que se puede estar seguro, sin embargo, es de que la burguesía catalana estaba fielmente representada en la arena política por Pujol, quien, durante el período de la Transición, dijo que «la economía catalana, y en general toda la actividad social catalana, es una economía de estructura liberal, es decir, poco compatible con un fuerte intervencionismo estatal». La cuestión, sin embargo, después de la dictadura franquista, era más complicada. La derecha catalana, que representaba los intereses de la burguesía y la clase alta, ya no podía recurrir a la derecha española, que negaba en general la importancia incluso de la lengua o la cultura catalanas y, además, apostaba por el desarrollo económico de Madrid y no de Cataluña.
JUNTS Y ESQUERRA
Hoy Junts se asocia a nivel popular principalmente con la figura de su líder, Carles Puigdemont, que inició su carrera política precisamente en círculos afines al pujolismo. Como antecedente directo de lo que ocurre hoy, debe recordarse que esa corriente también apoyó en ocasiones a gobiernos españoles socialistas. De ahí que, cuando Esquerra y Junts –este último ciertamente heredero ideológico de la tradición catalana de derecha– se presentaron a las elecciones bajo una misma bandera en 2016, no resultara demasiado chocante.
Esquerra y Junts aparecen ahora nuevamente unidos como un solo bloque en la cobertura de los medios españoles de derechas. Al parecer, tienen mucho en común. Junts es simplemente más liberal en lo económico (pero sigue aferrado al centro), pero ambos partidos –también en sus programas– se centran principalmente en cuestiones soberanistas catalanas. Los une, en fin, una situación política compartida. El interés de ambos partidos, concretamente, es la amnistía. Se trata tanto del referéndum independentista de 2017 como de las acciones del grupo Tsunami Democràtic. En este sentido, un partido que tiene su origen en grupos que representan los intereses de la burguesía catalana, pero que gira –por razones históricas y también pragmáticas– cada vez más hacia la izquierda, sí tiene un frente común con la izquierda de Esquerra. Efectivamente, la izquierda ha tenido que unirse con la burguesía y la clase alta, lo que sin duda debe considerarse un gran triunfo de la democracia liberal como sistema político e ideológico en España. Lo cierto es que además ambos grupos están unidos por el deseo de crear un Estado burgués liberal, razón por la cual también Esquerra se permite girar más hacia la derecha, es decir, hacia Junts, incluso corriendo el riesgo de caer en el lenguaje de la idealización del independentismo, lo que puede llevar a olvidar la relevancia de las cuestiones sociales.
LUCHA, PERO ¿PARA QUÉ?
Esta situación representa una amenaza para la izquierda catalana, que corre el riesgo de fundir su identidad con las ideas de los liberales, cuyos planes para el sistema económico de Cataluña en una España federada o en un país independiente son cuando menos impredecibles. No debe olvidarse que ciudades como Barcelona y Girona son escenarios de movimientos urbanos en los que la izquierda –presente en coaliciones como Barcelona en Cómu o la más pequeña Guanyem Girona– juega un papel importante sin poner la cuestión independentista en el centro de su agenda. Una alianza con Junts que apueste solo por la independencia, olvidando la relevancia de los derechos sociales, es una postura muy arriesgada para Esquerra.
Al mismo tiempo, las coincidencias entre Esquerra y Junts son reducidas en la prensa española a la simple identificación del pensamiento independentista catalán con los intereses de la burguesía catalana, en particular del gran capital, dando a entender que el interés del soberanismo catalán en su conjunto es, en realidad, el interés de las clases dominantes. Al analizar tanto la historia como las actuales bases de activistas y votantes, el catalanismo, sin embargo, parece más bien una lucha de clases medias, pero también de los trabajadores. Según una encuesta de este mes del estatal Centro de Investigaciones Sociológicas, de haber nuevas elecciones, el 1,6 por ciento de los votantes del Estado español votaría a Esquerra, la mayoría de ellos de «clase obrera/trabajadora/proletariado». Junts sería votado por el 1,1 por ciento de la población general, con mayor apoyo en la «clase alta y media alta».