No parece nada casual que tanto la película de apertura como la de clausura hayan sido títulos dirigidos por mujeres y que cuenten historias protagonizadas por mujeres y disidencias: es una muestra de cómo los transfeminismos del mundo están logrando una verdadera revolución del sentido común. Y si bien esto ya había podido verse en festivales anteriores,1 en esta oportunidad hubo una mayor presencia de lo trans como motivo recurrente, lo que evidencia que aquellas expresiones de la sexualidad que cuestionan de manera más honda el régimen heteronormativo y la matriz heterosexual continúan abriéndose paso en el universo de la representación audiovisual, aunque, tal vez, sin poder evolucionar aún hacia un tratamiento más cotidiano y menos centrado en el conflicto de la identidad. Es que todavía cuesta encontrar algún título en el que las personas trans tengan otros problemas más allá de aquellos que derivan directamente de su condición de tales. Sin embargo, esto no quiere decir que todos los enfoques estéticos y políticos sean iguales; cada discurso cinematográfico propone sus enigmas y aristas, su paleta de colores para pararse frente a una temática tan actual como urgente.
EN FORMA DE THRILLER
Till the End of the Night, película alemana dirigida por Christoph Hochhäuser, tiene como anécdota la historia de Robert, un policía gay infiltrado en el mundo del crimen que debe averiguar cómo son los detalles del negocio de un empresario que vende drogas por Internet. Para eso, lo obligan a utilizar la ayuda de Leni, su examante trans, a quien sacan de la cárcel para que cumpla esa misión. Robert conoció a Leni cuando todavía era un varón; de a poco, comprendemos que la transformación de su novio en mujer fue realmente conflictiva para la pareja y uno de los motivos por los cuales ella terminó presa. Así que, más allá de la trama policial, lo interesante de la película es asistir al vínculo entre ambos: él, exacerbado y violento, se encuentra atormentado porque la persona que ama es, ahora, una mujer; ella, siempre a la espera de que él se suavice para aceptarla, utiliza sus armas de seducción para ver si puede, finalmente, abandonar la delincuencia y continuar con su vida. La fotografía, muy nocturna, logra una construcción precisa de la espacialidad; no en vano Hochhäuser es arquitecto y recurre a varios recursos poco comunes para dar cuenta de los conflictos. Travellings sucesivos, jump cuts, puntos de vista enrarecidos y colores desaturados conforman una puesta en escena que retrata el deseo y la sensualidad muy a lo Fassbinder –pienso, sobre todo, en aquel melodrama desolador que es En un año con trece lunas, que termina con el suicidio desesperado de Elvira, la mujer trans–: el sexo no heteronormativo responde a un tono oscuro, como si necesariamente estuviera sujeto a una extraña perversidad. En ese sentido, y si bien la cámara parece enamorada de Leni y se alimenta, voraz, de su exótica belleza, la película termina teniendo un abordaje algo conservador. Tal vez el marco genérico del thriller noir no le permite otra cosa, pero para Hochhäuser la corporalidad trans continúa estando asociada a un esquema sórdido del deseo, lleno de violencia, tormento y culpa. La escena de sexo más explícita de la película, aunque ha sido muy celebrada, sucede con los personajes separados por una ventanilla de auto; para las experiencias sexuales transgénero, en la pantalla grande la frescura y la naturalidad todavía parecen estar negadas.
EN FORMA DE ENSAYO
Otra cosa muy otra sucede en Orlando, My Political Biography, ensayo de no ficción dirigido por el filósofo y escritor español Paul B. Preciado. Basándose en la novela de Virginia Woolf, Preciado retoma, para reconfigurarla, aquella historia en la que un joven aristócrata inglés se convierte en mujer y atraviesa el tiempo; así, en un clásico gesto feminista, decide convertir la dimensión individual del personaje en un proceso colectivo para pensar la noción de biografía como fenómeno plural. Y es que en la película no hay un solo Orlando: diversas personas trans mezclan sus testimonios con las palabras de la escritora inglesa y comparten la condición de protagonistas. Otra referencia fundamental para Preciado es la obra de Godard: ya desde el inicio, el juego gráfico con las letras nos propone un diálogo con el director francés, al que se homenajea con un tono lúdico y metarreflexivo en el que la cuarta pared se rompe constantemente.
Con notoria voluntad de denuncia social, pero siempre atravesada por el humor, el glam y la ironía, la película aborda de manera lúdica, colorida y musical la violencia del patriarcado, el absurdo de la institución psiquiátrica y su obsesión con el binarismo hombre/mujer, y los difíciles procesos de adquisición de la testosterona sintética. Los momentos de las canciones, llenos de energía fiestera y electrónica, son muy contagiosos, pero también un poco vintage, porque continúan respondiendo a la necesidad de reivindicación de lo llamativo o lo monstruoso como modo de afirmación. Preciado es, él mismo, uno de los personajes: el anfitrión de una tribu visual en la que los cuerpos son filmados con ternura y deseo. Sin embargo, en su posición tan provocadora parece esconderse cierto cinismo sordo, pesimista, consciente de que está atado a una sociedad cada vez más reaccionaria y violenta en la que, a pesar de los avances del movimiento, no parece existir demasiado espacio para la esperanza.
EN FORMA DE DRAMA NATURALISTA
La película de clausura, 20.000 especies de abejas, dirigida por Estibaliz Urresola, aborda la temática desde el punto de vista de una niña trans que se encuentra en pleno proceso de autorreconocimiento. En un pueblo de España, su familia trata de lidiar con el problema como puede y cada integrante lo procesa dependiendo de sus conocimientos previos, su religión, su ideología y las particularidades de su vínculo con quien al inicio será Aitor para luego asumirse –y ser asumida– como Lucía. La película tiene algunos problemas narrativos, pero resulta exitosa en su voluntad de mostrar de forma clara las aristas de una situación que enfrenta generaciones y causa innumerables efectos en quienes la viven, logrando algunos momentos dramáticos de auténtica verosimilitud. Así, esta película –y las demás– da ganas de saber qué pasará después con Lucía, y con tantes otres. ¿Qué sucede cuando la identidad trans ya está asumida? ¿Cómo son los vínculos, los trabajos, las experiencias, las expresiones de estas personas más allá de la asunción de su identidad? ¿Cómo es una vejez trans? ¿Y una paternidad trans? Estas son preguntas nuevas que sería interesante hacerle al cine de nuestro tiempo y que seguro las películas de próximos festivales –¡viva la Cinemateca!– se atreverán a contestar.
1. Para acceder a las reflexiones escritas al respecto de esta temática en la 40.ª edición del festival, véase «La alegría del cine».