Es la historia de un amor. A mediados de los cincuenta, desde su lecho de muerte panameño, Mercedes pidió hablar con su cuñado. Carlos Eleta Almarán la tomó de la mano y acercó el oído a su boca. Unas semanas después, en el más público de todos los momentos privados, Almarán le entregó una canción a su hermano. Un bolero, el bolero. Casi 70 años después, Los Besos arriban al punctum de su disco nuevo y Paula Trama cita esos versos como si fuera poseída. Como si estuviera cantada por la canción. De pronto vuelve en sí. «No te duermas», se reclama. «Tiembla nuestra estrella.» No es la historia de un amor: es la historia del Amor.
Fundados en algún punto entre 2011 y 2012, Los Besos ya habían dispuesto el mapa del campo de batalla desde su propio nombre. Un linaje personal para una tradición colectiva: la música pop, romántica y melódica argentina. Como una exploradora, Trama encontró que en el camino que conduce del Di Tella y Manuel Puig al Centro Cultural Rojas, Belleza & Felicidad y la editorial Mansalva, está escondido un agujero de gusano. Del otro lado, se encontró escribiendo sobre helados verdes o la segunda vuelta de una elección con la cara llena de purpurina. En esos términos, parecía entender, el romance es una lengua como cualquier otra.
«Me genera sorpresa cuando dicen que Los Besos es una banda romántica, y a la vez lo entiendo perfectamente», reconoce Trama. «Sé que todo el tiempo estoy hablando de amor, de ese juego, su posibilidad y su imposibilidad, sus rarezas, sus caprichos, sus dones. Del amor en sus diversos tipos y expectativas, por ejemplo, del amor romántico con ciertas ideas, con posturas propias en relación con el mundo. También me interesa lo que puede ofrecer la canción en relación con ponerse en lugares que no son el yo, inventar otros lugares alternativos desde donde mirar, o correrse sin que nadie se dé cuenta.»
Es curioso y no es curioso. El núcleo indivisible de Nadie duerma, este flamante disco de contacto estrechísimo, fue compuesto en el preciso momento en el que se apagaban todas las luces del planeta, pero no se podía tocar a nadie: la pandemia por covid-19. Así, mientras armaba sus pequeños shows por streaming y acaso aprendía a hacer pan casero como cualquier hijo de vecino, Trama concibió casi buena parte de estas canciones de deseo y desesperación. De sueño y neurosis. Luego, en la salida de la cuarentena, su banda retomó el ritmo habitual de presentaciones hasta que decidió bloquear la agenda durante dos meses para meterse en los estudios El Precioso. No daba para más.
«El plan de grabación fue enorme, imprevisto, extenso e intenso de una manera nueva», dice Trama. «En el medio aparecían temas nuevos, ideas nuevas, una masa de material que no supimos abarcar a tiempo. Y hubo varias fechas fallidas: junio, septiembre. No llegamos. Tanto no llegamos que decidimos transformarlo en un disco de 2024, sobre todo por motivos de distribución: llegábamos a diciembre, pero era absolutamente insensato sacarlo un mes antes de 2024.»
¿Insensato? Si agudizamos el oído, podemos escuchar la carcajada de Dios. El domingo 19 de noviembre, Javier Milei sacó el 55 por ciento de los votos en el balotaje y nuestro mundo colapsó como un castillo de naipes. Argentina, de pronto, se transformó en Ciudad Gótica. Si tenían algo para decir, Los Besos entendieron que tenían que decirlo de inmediato. Así, en la madrugada del viernes 22 de diciembre, Nadie duerma apareció sorpresivamente en el aire sellado al vacío de las redes sociales. Listo para oxigenarlo.
«Creo que la pandemia fue un ejemplo de qué pasa con Los Besos cuando la gente tiene el corazón roto o está aterrada», dice Trama. «Tal vez hay un ánimo introspectivo, sea más enérgico o más sosegado, que nos caracteriza. Ocurre que en las canciones prevalece un personaje que habla consigo mismo. Y esa cosa de pensarse, incluso si es una autocrítica, no importa si aparece con una energía salvaje, apacible, irónica o cachonda, tal vez es esa reflexión la que trae una sensación de refugio. No sé, no lo sabemos realmente, pero hay algo del cuidado del ánimo que puede funcionar como cobijo.»
Devenidos en septeto, Los Besos llevan los arreglos un paso más allá y Trama explora zonas nuevas de su registro. «No vale», el gambito de apertura, arranca con percusión y wah-wah como si fuera una película de blaxploitation. Trama expone el tema sobre la armonía de los teclados y, antes del ingreso triunfal de los vientos, hace una apilada de sílabas hacia la cima de sus propios agudos. Técnicamente, no hay estribillo: hay un leitmotiv que conduce a una sala de espejos. Detrás de aquella puerta, hay un solo de saxo. Detrás de aquella otra, la fuga hacia la parte C. Como en todo el disco, la estructura se guarda siempre una sorpresa. Sea como sea, cualquier canción que arranque con ese primer verso («te encontré con la sonrisa más picada»), tiene el partido ganado desde los vestuarios.
Los Besos logran un truco imposible: se sofistican y se popularizan a la vez. No se sabe cómo hicieron. Cada una de estas diez canciones trabaja con materiales que están exactamente a mano, pero el disco funciona como si fuera un artefacto moderno del Di Tella. Una instalación. Así, aunque está lleno de citas (a Motown, al bolero, a Antônio Carlos Jobim, al rock argentino de los ochenta) y tenga algunos invitados estelares (Santi Motorizado, Barbi Recanati), el procedimiento permanece oculto. El corazón, como diría Cabrera, adelante.
Más allá de la referencia a «Aguas de marzo» y todo ese audio onda Infinito particular de Marisa Monte, «Bou Bou» es más rioplatense que el dulce de leche. «Cola y madera» podría ser el pitch para una escena erótica de Todd Haynes, pero el sinte remite invariablemente a los discos de Sandra y Celeste. «Nadie duerma», la canción que le da nombre al disco, glosa aquellos versos de «Historia de un amor», pero los mete adentro de la discoteca más agridulce de Buenos Aires.
«Escrita por un panameño, esa canción ingresó a nuestro imaginario por boca y lengua del Trío Los Panchos o de Luis Miguel», dice Trama. «Hay algo de esa forma de cantar, de esa sonoridad de la lengua mexicana y de los gestos del bolero que me inspira. La pronunciación, las palabras, las melodías típicas del género. Está a la vez lejos y cerca; es la misma lengua y no lo es. Lo mismo el sonido pop, en el que pueden resonar más o menos ciertas voces, como la de Fede Moura, o ciertas voces británicas, como Pet Shop Boys o The Smiths. Cuando te pasa algo, dependiendo de lo que se trate, una se enlaza con alguna de esas voces. Tenés un problema, elegís a quién llamar. Aunque, en la música, las influencias se eligen inconscientemente.»
Ese teléfono, dice Paula, se marca solo.