Futuro incierto - Semanario Brecha

Futuro incierto

La integración regional en crisis.

La crisis terminal de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) obedece a razones estructurales nunca superadas, a las que deben sumarse el vertiginoso cambio en la relación de fuerzas en la región y la política comercial agresiva de Trump. Los progresismos perdieron una oportunidad que seguramente no se repetirá en décadas.

El tiempo dirá que en los primeros años de la década de 2000 Sudamérica tuvo una oportunidad de oro para comenzar el tránsito de patio trasero a una región relativamente independiente en el escenario global. Un viraje de larga duración que se visualizaba como posible gracias a la integración regional, que debía superar una larga historia de dependencias tachonadas en torno a la exportación de materias primas.

Pero la historia dirá, también, que un rotundo fracaso coronó una década de errores y promesas incumplidas, que pusieron fin al más ambicioso proyecto de integración. El ascenso de las derechas, que nunca estuvieron interesadas en el proyecto, es apenas una de las razones del fracaso. Ellas optaron siempre por las negociaciones bilaterales con Estados Unidos, ya que nunca les incomodó el papel de socios menores en un patio trasero cuyas mayores ambiciones giraron en torno a disputar las migajas de la dependencia.

Pero la parálisis de la Unasur viene de lejos. Si sumamos los proyectos que nunca salieron del papel y les agregamos los elefantes blancos, las obras nunca finalizadas o las inútiles, suman una pesada herencia de ineptitudes y demagogias. Por triste que sea, lo más eficiente que hizo la organización fue continuar los proyectos de infraestructura de la Iirsa1 (carreteras, aeropuertos, hidrovías e hidroeléctricas) para alfombrar el neoliberal libre comercio.

Las causas coyunturales de la crisis de Unasur (ofensiva comercial y política de Trump, caída de los gobiernos integracionistas, en particular el de Brasil, y dislates apenas demagógicos como el faraónico Gasoducto del Sur) se escenifican sobre un telón de fondo de continuidades estructurales que son, en realidad, las verdaderas razones de la metástasis de la integración.

RAZONES VARIAS. La primera es que las economías de la región no son complementarias ni avanzaron en esa dirección. Peor aun, la desindustrialización de Brasil, procesada bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores por la masiva exportación de soja y mineral de hierro, remachó aun más la dependencia. No puede haber integración entre países que exportan los mismos productos a los mismos destinos. Los cuatro países del Mercosur son grandes exportadores de soja a China, por poner apenas un ejemplo.

El comercio intrazona en Sudamérica no sobrepasa el 10 por ciento de las exportaciones de cada país. El caso más avanzado, que en su momento se puso como ejemplo de complementariedad, giró en torno de la industria de autopartes entre Argentina y Brasil. Pero no consiguió despegar y convertirse en referente para otros sectores industriales.

La Unión Europea (UE) es todo lo contrario. Alrededor del 60 por ciento del comercio de sus países tiene como destino la zona de integración. El primer destino de las exportaciones de Francia es Alemania, seguido de España, Italia, Reino Unido y Bélgica. Sus exportaciones fuera de la Unión apenas superan el 20 por ciento del total, con Estados Unidos absorbiendo un 7 por ciento y China el 3 por ciento.

Con las importaciones sucede exactamente lo mismo. Si se revisan las cuentas de cada uno de los países que integran la UE, se comprobarán resultados similares, incluyendo a los países del Este, como Polonia, cuya integración presenta problemas políticos pero no comerciales.

El segundo problema estructural que traba la integración tiene raíces coloniales: el colapso de las dos burguesías nacionales, la argentina primero y la brasileña después, que podían haber arrastrado a las demás a un proceso de mayor independencia regional. En ambos casos, la política de Estados Unidos fue decisiva; en la década de 1950 contra los gobiernos de Juan Perón y Getulio Vargas. La carta de éste al explicar las razones de su suicidio, en 1954, desnuda las amenazas que lo llevaron a tan drástica decisión.

La operación Lava Jato aniquiló al sector de la burguesía brasileña que se había montado sobre el proyecto de Lula da Silva, para convertir a su país en jugador global a caballo de la integración regional, vehiculizada a través de la Unasur y la Celac.

El tercer límite de la integración se deriva, en parte, de lo anterior: no tenemos, como países ni como región, proyectos propios por la debilidad estructural de quienes deberían defender algo que alguna vez conocimos como “intereses nacionales”.

BURGUESÍAS. En consecuencia, sufrimos la evaporación de cualquier proyecto nacional, incluso de la identidad misma de nación que parece haberse refugiado en las camisetas de las selecciones de fútbol. En otros tiempos, durante el período de sustitución de importaciones que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial, la burguesía industrial (poderosa en Argentina y en Brasil, mediana en México y más débil en el resto de los países) orientó las políticas exteriores que pugnaban por un desarrollo más allá de los dictados de los países centrales.

En el lugar de aquellas burguesías, fue emergiendo un sector de empresarios enriquecidos con la especulación financiera, cuyo único sentido en la vida es la acumulación rápida de dinero para esconderlo en paraísos fiscales y utilizarlo en cualquier lugar del mundo para satisfacer caprichos y vanidades. Con esas hebras es imposible bordar proyectos de larga duración.

Por último, los sectores populares y sus movimientos fueron capturados, en la mayoría de los casos, por nuevas burguesías “plebeyas” nacidas durante los gobiernos progresistas, que llenan el hueco dejado por las extintas burguesías nacionales. El caso más destacado es el de Venezuela, donde la llamada “boliburguesía” se amalgama entre altos mandos militares, funcionarios estatales de primer rango y sectores de las viejas burguesías.

La fortaleza del progresismo es, a su vez, su debilidad. Para legitimarse debe destinar recursos a neutralizar el campo popular a través de subsidios y políticas sociales. La inflexión aparece cuando los recursos escasean por la caída de los precios de los productos exportables que lubricaron la gobernabilidad. El tema es que no se adivinan sujetos sociales y políticos interesados en sostener un proyecto de integración regional, necesariamente prolongado en el tiempo, complejo y que tiene enfrente poderosas fuerzas interesadas en neutralizarlo.

  1. Integración de la Infraestructura Regional Suramericana.

 

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