Hace ya casi dos décadas, en este semanario, la periodista Sofi Richero lanzaba una serie de preguntas sobre el papel de las parejas de los presidentes, un tópico de contornos tan imprecisos que tienta a entrecomillar casi cualquier sustantivo que pretenda condensarlo. Sus preguntas, retóricas en buena medida, trataban de escudriñar en ese rol. La vigencia de esas interrogaciones reflexivas amerita una cita extensa: «¿Qué es una primera dama? ¿Una figura accidental con funciones protocolares? ¿Un rol heredado, fortuito e históricamente definido en el reclamo de labores sociales de corte fundamentalmente asistencial? ¿La súbita e involuntaria demanda de tener que representar? ¿Una misión, un deseo, una obligada impostura? ¿Un lugar aleatorio y poco codificado al que una cónyuge dota de sent...
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