Desde el final de la Unión Soviética, tanto Rusia como China han sabido pensar con previsión y ser conscientes de que ambos están conectados por una frontera terrestre de 4.200 quilómetros. Existe un tratado de vecindad desde 2001, los últimos conflictos fronterizos se resolvieron mediante un acuerdo en 2006, y desde 2013 la Federación Rusa persigue un «giro hacia el este». Hubo un encuentro entre los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin el viernes 4, en el marco de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín. De la publicitada reunión pareció partir el siguiente mensaje: nos sentimos obligados a reforzar nuestra cooperación debido a nuestro adversario estratégico común, Estados Unidos.
En la deriva de confrontación que busca el presidente Joe Biden, al igual que sucedió con Donald Trump, Rusia es más bien un socio menor para los chinos, ni más ni menos. Esto tiene que ver, en parte, con el hecho de que Moscú lidera aliados más bien débiles en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, mientras que China, por principio, no pertenece a ninguna alianza militar y cuida estrictamente su soberanía estratégica. Para ambos, la regla es no interferir en los asuntos internos del otro. En el conflicto de Ucrania, Pekín prefiere actuar con discreción antes que arriesgarse, posiblemente en vistas a los Juegos Olímpicos de Invierno. Con el apoyo a la diplomacia rusa en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas debe ser suficiente.
ES RUSIA QUIEN PRECISA A CHINA
Rusia necesita a China mucho más que al revés. Al fin y al cabo, la República Popular es superior en casi todos los aspectos. Hace años, hubo una notable excepción en el sector militar. El gobierno de Pekín estaba interesado en beneficiarse de la modernización del ejército ruso iniciada en 2008, especialmente de las tendencias en tecnología armamentística. Se adquirió armamento de alta tecnología para el Ejército Popular de Liberación, se desarrollaron proyectos conjuntos de tecnología armamentística y se realizaron ejercicios militares. Los más recientes tuvieron lugar en el verano boreal de 2021 en Mongolia Interior, que pertenece a China, cuando participaron cerca de 10 mil soldados y se reunieron los ministros de Defensa Serguéi Shoigú y Wei Fenghe. Mientras tanto, las Fuerzas Armadas chinas se han puesto en parte a la altura de las rusas, son superiores en algunos aspectos o están en situación de alcanzarlas en armamento nuclear. También en este caso, el mantra de ser independiente de cualquier potencia extranjera se aplica igualmente a Rusia.
Los chinos son muy conscientes de la asimetría y la creciente desigualdad en las relaciones bilaterales. Rusia sigue dependiendo de los combustibles fósiles para su comercio exterior; los chinos producen ahora armas, programas informáticos y productos farmacéuticos de alta tecnología indudablemente mejores y más eficaces. A pesar de la pandemia, son el símbolo de una potencia económica mundial en rápido crecimiento que necesita materias primas y puede ofrecer mucho a cambio: bienes de consumo y de lujo, máquinas y equipos, y, más que nunca, productos informáticos. La capacidad de absorción del mercado ruso está seriamente limitada. Las regiones del Extremo Oriente están demasiado poco pobladas, las infraestructuras dejan mucho que desear en comparación con China, la población disminuye y envejece. Con Moscú y San Petersburgo, Rusia cuenta con dos ciudades prósperas con millones de habitantes; China tiene una docena de ellas.
Sin embargo, el volumen de los intercambios comerciales entre ambos países no deja de crecer y pasó de unos 11.000 millones de dólares en 2001 a 140.000 millones el año pasado. Y la tendencia va en aumento, también gracias a los gigantescos proyectos de gasoductos para la exportación de gas a China, como el llamado Fuerza de Siberia. Un primer tramo, de 2.200 quilómetros, está en funcionamiento desde diciembre de 2019; el segundo segmento, de más de 800 quilómetros, le seguirá en breve. La empresa energética Gazprom suministra una cantidad de 36.000 millones de metros cúbicos de gas al año. Es probable que esta cantidad se duplique con creces en cuanto entre en funcionamiento otro tramo, Fuerza de Siberia 2. Esto da a Gazprom la ventaja de ser menos dependiente de los clientes de Occidente y de beneficiarse de la política climática de China. La retirada china del carbón y el petróleo se compensará preferentemente con el cambio al gas natural.
Sin embargo, esto no cambia el hecho de que Rusia solo es un socio comercial medianamente relevante para China. La República Popular representa ahora una quinta parte del comercio exterior ruso, mientras que China solo comercializa algo más del 2 por ciento de su producto con Rusia. Independientemente de esto, los chinos necesitan a su vecino para su Iniciativa de la Franja y la Ruta, la nueva ruta de la seda, que llevan a cabo desde 2013. Las rutas ferroviarias más importantes hacia Europa pasan por territorio ruso. La ruta marítima, por ejemplo, a través de las aguas del Ártico, de la que también se encargaría Rusia, sería más costosa. El hecho de que la mayoría de los socios que China necesita para sus exportaciones, cadenas de suministro y de valor internacionales, inversiones extranjeras y cooperación empresarial estén situados muy al oeste aumenta el valor de las rutas de tránsito a través de Rusia.
Al mismo tiempo, los inversores y los bancos chinos rehúyen una amplia participación en la economía rusa, especialmente en el Lejano Oriente. Ambas partes se han mostrado excesivamente cautelosas ante las sanciones que les han impuesto Estados Unidos y la Unión Europea. El Banco Central de China no ha hecho nada para apoyar al rublo. En cualquier caso, el mercado financiero chino siempre ha mostrado poco interés por la moneda rusa, para disgusto de los banqueros de Moscú, que querrían que las cosas fueran diferentes. Y si Pekín quiere, puede dictar los precios a los monopolios rusos del gas y el petróleo, Gazprom y Rosneft.
DISCREPANCIA SOBRE CRIMEA
China sería el socio ideal para el desarrollo económico del Lejano Oriente ruso, escasamente poblado pero rico en recursos. Sin embargo, los intereses geoestratégicos de China no se guían por tales expectativas. Está bien que los chinos hayan construido algunos puentes sobre el río fronterizo Amur, pero eso no cambia el hecho de que China y Rusia pueden ser competidores geoestratégicos, por ejemplo, en Estados de Asia Central como Tayikistán y Uzbekistán, donde la República Popular está muy presente gracias a la ayuda militar directa. O en el Ártico, donde China ha cooperado hasta ahora con Rusia en varios proyectos importantes. En el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, que además de Rusia y China incluye a los archirrivales India y Pakistán, el terreno diplomático está disponible para regular los conflictos de intereses bilaterales en Asia Central o en otros lugares. Ciertamente, la buena vecindad prevalece por el momento, pero China no apoya incondicionalmente la política exterior rusa. Sobre todo, Pekín no apoya los movimientos autónomos en Georgia, Moldavia o el este de Ucrania. Precisamente son las aspiraciones separatistas las que se temen y combaten en su propio país: en Sinkiang, en el Tíbet o en Hong Kong. Por ello las autoridades chinas no han reconocido hasta ahora la anexión de Crimea por Rusia efectuada en 2014.
(Publicado originalmente en Der Freitag. Brecha reproduce la traducción de Jaume Raventós para Sin Permiso.)