Ingravidez política y exasperación social - Semanario Brecha
Pensar la política uruguaya

Ingravidez política y exasperación social

Irene Moreira. FEDERICO GUTIÉRREZ

«Deseo de expansión ilimitada, pero sin compromisos entre los seres humanos, con otras vidas ni tampoco con la tierra. Droga dura, ilusión de ingravidez.»Tomo esa imagen de Yayo Herrero como estímulo visual para seguir pensando la política uruguaya. Una modalidad frecuente de ingravidez es suponer que los actos políticos solo producen acumulación o pérdida de votantes y no tienen efectos concretos en la realidad. Juego de roles. Exagerando la prosa, se diría que un gobernante ingrávido es un administrador neutral del último resultado electoral y sus oponentes, una promesa para el siguiente. Pero aquí nadie cree en la ingravidez política, de lo contario la coalición multicolor no cargaría un lastre ideológico tan pesado sobre cualquier asunto cotidiano. Hasta la política de apariencia más ingrávida toma tierra, contacta con algún plano de realidad y lo modifica. Las formas y los temas de los aterrizajes ofrecen pistas sobre el presente y posibles futuros. Por eso resulta interesante atender cómo circulan algunos asuntos de apariencia simple en los aterrizajes protagonizados recientemente por personas relativamente inesperadas: Romina Celeste, Gerónimo Sena e Irene Moreira. Algunas son personalidades robustas y otras, subalternas, pero todas representan fragmentos de realidad.

Romina se presentó desde muros pintados con su nombre, su color y su furia derechista. Ganó pantallas y retuits gritando «delincuente» al presidente Lula y escupiendo espectacularmente a una mujer. La condena judicial y el desprecio de la elite podrían haber apagado su voz. Pero ya no se acallan voces ejerciendo prejuicios y poder. Debieron sospecharlo cuando la jueza admitió que Romina redactara el pedido de perdón público en su propio lenguaje: «Disculpas a los funcionarios municipales por el pollo». Se ve que la ingravidez embota la percepción del peligro. Ahora cuatro palabras de Romina («usted abusó de mí») pusieron a sangrar el prestigio blanco desde la yugular de uno de los mimados por todo el sistema político. Mientras tanto Romina se resignificó como una incógnita difícil de despejar para las lógicas del sistema. Ayer fue a gritar en los actos del Pit-Cnt para que supieran que hay gente que piensa distinto y hoy –dice– se da de punta con el presidente por el que ella militó y votó, porque ampara a un abusador. No renuncia a la política ni parece temer la soledad implícita en «hacer [su] guerra contra todo lo que está mal».

Gerónimo resultó ser un tipo de militante estudiantil tan inesperado que su presencia expuso inmediatamente la impotencia del orden adulto. «Te agarraría de los pelos para que me escuches», le dijo un patovica de las jerarquías, mostrando el alma de un sistema que homologa educación con obediencia. ¿Por qué molesta tanto este Gerónimo? Anoto tres sospechas. Esta movilización estudiantil, rodeada por familias y docentes, desnuda improvisación e ineptitud en un gobierno de la educación pública que se cree de excelencia. La respuesta desproporcionada obedece también a que, gracias a la Ley de Urgente Consideración, todo conflicto en la educación llega sin escalas hasta el poder político. Las evidencias de autoritarismo e incapacidad de dialogar se cuelgan como medallas en el pecho de los prometedores de una educación para espíritus y mentes libres. Creo que Gerónimo molesta porque confunde a quienes viven alojados en coordenadas binarias en las que la libertad es una materia ausente. Allí donde solo se reconocen estudiantes obedientes o indisciplinados Gerónimo es inasible, porque no disputa el poder a las jerarquías, pero las confronta con aquello que no pueden, no saben o no quieren ver. Gerónimo está allí porque ellos mienten, son incompetentes y prepotentes. Encarna, entonces, un humor de apariencia difusa, pero que se adensa alrededor de un sentimiento tan simple y potente como es luchar para obtener respeto.

 Moreira ocupó la escena política a continuación de la anterior performance cabildante, que tuvo por tema la «reforma» de la seguridad social. Ocupó, no desafinó –salvo para el oído del macho crónico– y llevó hasta el final un acto de magia. Mientras la política ingrávida cotilleaba sobre formas, traición y abandono, ella «tomó tierra» apropiándose de la voz desamparada de la gente sin vivienda. Desde el limbo de ministra y (ya) no ministra, fue poderosa, marginal y desafiante del poder que ella misma integra, para asumir representación vicaria de la angustia y la desestructuración vital de quienes necesitan una vivienda. Trasmigró de lugar social y político, para reivindicar un abuso de poder que ella presentó como modelo de maternaje burocrático de vidas desamparadas. Parecía encarnar a Eva Duarte, tutelando a sus queridos grasitas…, pero estaba teloneando antes del siguiente número de Cabildo Abierto (CA). 

Cabildo Abierto es el locatario de la ingravidez política. Habita la condición de víctima en lucha contra enemigos imaginarios siempre renovados. Pero, como es consciente de que la ingravidez política es inestable, cada tanto aterriza sobre malestares sociales exasperantes, con promesas fast track. Entre todas las especulaciones sobre el sentido del juego actual de CA, no vi la palabra ensayo. Es llamativo que mientras se recuerda el asalto militar y civil contra las instituciones democráticas ocurrido hace 50 años, no se atienda la actualidad dictatorial que representa ese partido. ¿No es la versión siglo xxi de aquella alianza de derecha cívico-militar del 73? ¿No desprecia sistemáticamente el Estado de derecho cuando ataca al Poder Judicial y reivindica el terrorismo de Estado? ¿Qué aromas traen los «nueve puntos» de Manini, sus emplazamientos al presidente y al Parlamento, las «conferencias de prensa» como cadenas nacionales sin réplicas ni preguntas? La respuesta llega sola. Por eso el senador Domenech (con agudo olfato de amanuense) se apuró a advertir que Manini no es un generalote. Claro que no; nunca lo son antes de obtener el poder suficiente. ¿Cómo podría aumentar su poder político un partido como CA? Nunca se sabe antes de que ocurre, y tanto en las Américas como en el mundo está sucediendo de modos creativos y sorprendentes. Hace poco un pequeño partido israelí –llamado Poder Judío– se declaró en «huelga de coalición» hasta obtener (de su propio gobierno) el derrame de una mayor cuota de sangre palestina. Desde aquí vuelvo a la idea de ensayo, en que el juego de viajes estelares y aterrizajes muestra la vocación de formatear la democracia. Una pretensión legítima en sí misma, sobre la cual toda la sociedad política debería tomar nota, pensar e intervenir. Porque la democracia (como el agua) será lo que colectivamente hagamos con ella.

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