No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar:
estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar.
Angela Davis
El 24 de enero es el Día Mundial de la Cultura Africana y de los Afrodescendientes, por lo que la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) y la Casa de América organizaron una actividad cultural. En ese contexto, ambas instituciones otorgaron al músico Jorge Drexler la calidad de embajador iberoamericano de la cultura. Días antes del evento, se difundió un flyer en el que, además de embajador iberoamericano de la cultura, se lo designaba como embajador de la música afrodescendiente. La gravedad de esta supuesta denominación radica en la invisibilización del acumulado cultural creado por las personas afrouruguayas y la negación de los aportes realizados cotidianamente por su colectivo.
Ser negra o afrodescendiente y vivir los efectos del colonialismo o la segregación racial conforman y determinan trayectorias de vida. Ciertas prácticas culturales resultan determinantes en contextos de opresión y vulnerabilidad. La representatividad, en el caso de un embajador o embajadora de la música afrodescendiente, debería sustentarse en una doble condición: ser afrodescendiente y compartir la ancestralidad, en este caso, dada por ritmos de resistencia como el candombe. Pero Drexler no cumple con ninguna de estas características. Nos preguntamos si en otras colectividades que integran Uruguay se da este tipo de errores.
Esta primera difusión de la designación se corrigió con celeridad, y gracias a la revisión del equipo de producción de Drexler los afiches que lo nombraban de ese modo fueron dados de baja de forma rápida y efectiva. Respondiendo a las denuncias colectivas que se hicieron por redes, la SEGIB fue transformando sus contenidos y enfoques. Al principio la actividad cultural propuesta consistía en un taller; luego tomó el formato de conversatorio. Las críticas en Uruguay y la región fueron fuertes: se cuestionó, en especial, la forma de representación del candombe, práctica de origen afro, ya que la convocatoria omitía la existencia de tocadoras afrodescendientes en un procedimiento de invisibilización para una comunidad de por sí vulnerada y subrepresentada, incluso en un día que, supuestamente, le pertenece.
Por otra parte, para su show del día 28 de enero de 2022 en Madrid, Jorge Drexler invitó a la comparsa de mujeres y disidencias La Melaza –que tiene en su integración una participación casi nula de personas afro– a representar a la música afrouruguaya en su espectáculo, tocando candombe. A su vez, para justificar su participación en la actividad de Madrid por el Día Mundial de la Cultura Africana y de los Afrodescendientes, La Melaza decidió invitar a una representante del colectivo afrouruguayo. Consultada por este tema, Chabela Ramírez recomendó a la bailarina y docente Paola Correa, la cual fue en representación del candombe de Uruguay y en calidad de activista.
En la transmisión por streaming que se hizo el 24 de enero, la comunidad afrouruguaya de Uruguay se enteró, a través de Drexler, de que los pasajes para asistir al conversatorio-taller y a su propio show fueron pagados por la SEGIB y el gobierno uruguayo «con un enorme esfuerzo». Ebbaba Hameida, periodista de Radiotelevisión Española, fue la conductora del evento. Allí estaban Enrique Ojeda, director general de Casa de América, y Lorena Larios, secretaria para la Cooperación Iberoamericana de la SEGIB. Posteriormente, a Paola Correa se la presentó como parte de La Melaza –error corregido por la disertante, quien aclaró que no está dentro de la comparsa–; también participaron Camila Guimaraens, ella sí representando a La Melaza, y la artista Mariella Kohn, cantante, compositora, poeta y musicóloga peruana. Al final del evento, Drexler cantó con La Melaza y los participantes que allí estaban. En ningún momento del conversatorio se hizo mención o referencia a los errores cometidos con la designación del músico como embajador de la música afrodescendiente, ni a las problemáticas de representación de los colectivos afro, ni a las denuncias recibidas en redes. Sin embargo, hace pocas horas, Drexler y La Melaza emitieron comunicados públicos disculpándose por lo sucedido. El Estado uruguayo aún no se ha expresado y la SEGIB tampoco, aunque la comunidad afrouruguaya ha quedado esperando una respuesta sólida y con acciones reales.
Sin detenernos en los detalles organizativos ni en la calidad final del evento, ni en si se aprovechó o no la oportunidad de contar con una plataforma de difusión mundial para dos culturas de la diáspora africana en América que son un ejemplo de la vasta riqueza que han aportado los y las afrodescendientes al continente, se observa con alarma y preocupación cómo sus participantes y actores han operado de forma funcional al racismo estructural. Nuestro país cuenta con una amplia normativa que hace frente a la discriminación en todas sus formas y ha asumido compromisos nacionales e internacionales para combatir los efectos del racismo, entre ellos, varios que apuntan a visibilizar y promover la cultura afrouruguaya. Es muy difícil comprender las maneras en las que se opta por apoyar iniciativas con fines privados llevadas adelante por personas no afro que eligen el candombe como su forma de expresión, en lugar de promover políticas públicas que aseguren el acceso a los derechos de las personas afrodescendientes como creadoras de bienes culturales. Debemos ser conscientes de que las sociedades democráticas crean verdaderos mecanismos de equidad racial y de que todas las acciones internacionales vinculadas a la cultura afrodescendiente deberían salir del movimiento social organizado que se encuentra activo y unido en el mundo.
Cuando los mecanismos internacionales y los Estados garantizan los derechos de la población afro, es producto de una tenaz lucha social de cientos de años que no puede pasarse por alto. Es necesario seguir denunciando las negociaciones público-privadas con intereses económicos disfrazadas de buenas acciones. Las actividades que «sin querer» perpetúan la subalternidad de las culturas comunitarias, pretendiendo apropiarse de su discurso desde el privilegio, no son problemas de ayer: son cotidianas en este pequeño país atravesado por la lucha por la diversidad. La apropiación cultural «sin querer» también es racismo.
El Día Mundial de la Cultura Africana y de los Afrodescendientes es promovido por la Unesco desde 2019 en el entendido de que «la promoción de la cultura africana y de los afrodescendientes es crucial para el desarrollo del continente y para la humanidad en su conjunto». En ese marco, quienes escribimos apuntamos a contribuir a la discusión en torno al racismo estructural de la sociedad uruguaya, una problemática que atraviesa las instituciones, los colectivos y los espacios de militancia, y se manifiesta, por ejemplo, a través de la apropiación cultural.
En Uruguay contamos con la ley 17.817, que lucha contra el racismo, la xenofobia y toda otra forma de discriminación, así como con la ley 18.059, que es la Declaración del Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial. Pero esto no alcanza cuando el gobierno no responde a la sociedad y a las comunidades internacionales. El silencio de nuestro Estado también es un ejercicio político.
En tanto trabajadoras de la cultura y afrouruguayas, percibimos con preocupación la ausencia de representatividad de las personas afrodescendientes en este tipo de eventos. Somos conscientes de todo lo que nuestra comunidad crea y aporta a la sociedad uruguaya, también en ingresos concretos, como son los percibidos en las Llamadas, que nunca vemos volver a la comunidad que los originó. Hay hábitos de privilegio que aún no se han reconocido; hay un conocimiento epistémico que no se valora de forma genuina. La hegemonía cultural existe y oprime, aunque suceda «sin querer».
La propuesta de este texto es reflexionar sobre nuestras prácticas y empezar a construir una verdadera autonomía cultural. A modo de sugerencia constructiva, proponemos una difusión democrática y extensiva de las oportunidades de exposición, intercambio y formación que existan en términos nacionales e internacionales, para que las iniciativas que dicen representarnos sean lideradas por personas afrodescendientes. Proponemos también, como ejercicio antirracista, cuestionar los propios privilegios y entender que, del otro lado de cada una de esas oportunidades ejercidas, hay derechos a los que otras personas no están accediendo.