En 1990 o 1991 tuve la suerte de escuchar en vivo a Cecil Taylor. Había escuchado algo de su música, y me encantó la entrevista iracunda que salió publicada días antes del concierto, en la que despotricaba contra la idea de que en Estados Unidos había justicia social, acusando a un sistema que dejaba desvalidos a los pobres y marginales, y una sociedad estupidizante y consumista. También hablaba pestes de la comercialización retrógrada en la que, según su opinión, habían desembocado varias de las estrellas del jazz.
Yo sabía que iba a ver a uno de los grandes prodigios de la historia del jazz, pero no me esperaba lo que pasó, es decir, una de las experiencias de música en vivo más fuertes de mi vida. Taylor, entonces con 60 o 61 años, entró con sus trencitas afro y sin zapatos, con unas me...
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