
—Usted afirma que la extrema derecha nace de la crisis del modelo neoliberal. En Brasil, salieron del ostracismo para tomar las calles, marcar la agenda e incluso llegaron al poder. ¿Cómo ha transformado esto la política del país?
—A partir de la crisis capitalista de 2008, hubo una crisis sistémica que abarcó al sistema como un todo. Fue social, económica, ambiental, sanitaria, cultural, ideológica. La extrema derecha es hija de esa crisis. Y en Brasil es hija del golpe de 2016 [contra la expresidenta Dilma Rousseff] y de la disfuncionalidad de la democracia liberal, que fue superada por la crisis, porque no le presentó alternativas.
En paralelo, tuvimos el fenómeno de las guerras híbridas y de las revoluciones coloridas, que comenzaron en Oriente Medio. Acá, inicialmente, el movimiento lo protagonizaron los estudiantes contra el aumento de la tarifa de transporte, y la izquierda, que gobernaba, no presentó opciones a aquel sentimiento de revuelta. Tuvimos también el protagonismo del Poder Judicial, con un papel central, con apoyo de los grandes medios, para criminalizar la política. Empezó con el mensalão, vino el petrolão y después la operación Lava Jato. La extrema derecha creció al amparo del Supremo Tribunal Federal y ahora se convirtió en su enemiga. El Poder Judicial contribuyó para crear esos monstruitos, que ahora son monstruazos sin control. Pero el momento clave fue el impeachment de Dilma. En la medida en que se quebró el sistema de poder –a partir de la denuncia de un crimen que no ocurrió–, se desestabilizó la institucionalidad brasileña. La izquierda fue derrotada, el Partido de los Trabajadores [PT] sufrió una caza a las brujas, la derecha liberal promovió el impeachment, fue fagocitada y se abrió espacio para una nueva derecha que nació en las calles.
—¿Cómo evalúa el tercer mandato de [Luiz Inácio] Lula [da Silva] hasta ahora?
—Lula fue electo en 2022 para derrotar al fascista Jair Bolsonaro. El frente amplio electoral de entonces no tenía propiamente una configuración o definición programática; el lema era unión y reconstrucción. Deberíamos haber incluido la transformación también, porque el país fue descaracterizado en todos los sentidos. La idea era un gobierno de conciliación, pero eso se fue desgastando, a tal punto que hacia el final del gobierno se introduce el tema del impuesto a los superricos. Es que la crisis social –que se sumó a la crisis política, con el juicio a los golpistas en el Supremo Tribunal Federal– se agravó aún más con la crisis del tarifazo [de Donald Trump]. Ahí Lula entendió que la idea de la derecha liberal, en acuerdo con la extrema derecha, era dejarlo de rodillas, desgastado, y que pretendían volver a asumir el poder en la elección de 2026. Ese era el plan, que persiste y es completar las privatizaciones [Banco do Brasil, Correios, Caixa Económica, Petrobras], hacer una reforma administrativa y perpetrar un alineamiento más profundo con Estados Unidos en este nuevo diseño geopolítico de un capitalismo en crisis; un programa que une el mercado, los monopolios y el agronegocio. Lula percibió que lo estaban deshidratando, y creo que ahí hizo un movimiento a la izquierda y recuperó la aceptación de la población.
Pienso que la segunda fase de este gobierno de Lula va a ser más progresista. Hasta ahora el proyecto para eliminar el impuesto de renta a las personas de menos recursos tuvo éxito; la pauta de prohibir la escala de trabajo de seis días va a funcionar; creo que se va a lograr meter mano al mercado financiero para cobrar tributos, y la gran cuestión que es la reforma tributaria creo que Lula la va a encarar también.
En la crisis, solo la conciliación y el diálogo nos llevan al fondo del pozo. Hay que dialogar, pero también polarizar, enfrentar, y Lula entendió eso. La ecuación no está bien montada, porque ese papel lo tenía que liderar el PT y generar la confrontación política, con autonomía del gobierno, hasta para dejar al gobierno más tranquilo. Hoy Lula está a la izquierda del PT, y debería ser al contrario. Cuando ganamos en 2002, hicimos una conciliación con el neoliberalismo y gobernamos, pero no tuvimos grandes enfrentamientos con relación a la cuestión tributaria, a la reforma agraria, a la reforma política…
—¿Por qué?
—Por la elección que hicieron Lula y el PT en 2002. Lula disputó las elecciones de 1989, 1994 y 1998, y en las tres fue derrotado. A partir de la elección de 2000, para las intendencias hubo toda una comprensión en el partido, con la presión de la hegemonía neoliberal, de que obligatoriamente había que hacer ciertas concesiones, y se hicieron. Lula fue electo y priorizó la cuestión social. ¿Cuál era la visión de la clase dominante? Lula iba a ser el Lech Wałęsa de América del Sur, decían. Pero Lula es un animal político, combina negociación con disputa, siempre fue así. Y en ese entonces ya percibió que iba a construir un proyecto medio ambiguo, haciendo concesiones aquí o allá. Y a partir de eso la derecha preparó el mensalão, denuncias que nunca probaron, como compra de votos y enriquecimiento ilícito; fue una narrativa construida para derrotar al gobierno, tanto, que luego le propusieron a Lula que no disputara la reelección, y él dijo que no aceptaba. Nosotros, sus compañeros de partido, fuimos sacrificados. Lula fue salvado, y en 2006 fue reelecto. Mismo Dilma, cuando fue electa en 2010, lo fue con un discurso moralista, de los errores, de que nos habíamos equivocado. Querían que rodaran cabezas, había una crisis fermentando, una crisis estructural que hasta hoy no está resuelta.
—Brasil ha sufrido una ofensiva por parte del gobierno de Estados Unidos. ¿Cuál es el carácter de esta ofensiva y cómo cree que se debería enfrentar?
—Un proyecto común latinoamericano es la única alternativa. Para entrar en el multilateralismo, tenemos que construir geopolíticas regionales. Brasil, por su tamaño, por el número de países con los que tiene frontera, por no tener conflictos con ningún país de América del Sur, por la convergencia política y el hecho de que nuestros intereses son complementarios y no divergentes, no cabe en el patio trasero de Estados Unidos. Por eso en el pasado ellos querían incentivar el subimperialismo. Solo les sirve un gobierno neoliberal, rentista, que defienda el primarismo exportador y combata a los movimientos sociales. Pero un gobierno progresista, aun de centroizquierda, como es el Lula 3, con todas sus ambigüedades, no sirve. Brasil tiene una tendencia histórica, que choca con la idea de «América para los americanos».
Además, la crisis exige radicalidad, la crisis es radical. Salario, jubilaciones, empleo, seguridad pública, medioambiente son temas frente a los cuales no caben medias tintas.

—¿Cree que la situación actual es una oportunidad para Brasil?
—Lo es si tratamos la soberanía, la democracia y la pauta del pueblo de forma conectada. Para enfrentar a la crisis y movilizar al pueblo, hay que trabajar temas del pueblo, y es necesario quebrar esa lógica muy brasileña que es cambiar alguna cosa para que nada cambie. Con respecto a Estados Unidos, creo que la tendencia es que esas relaciones se agraven por más que haya acuerdos momentáneos. Eso crea un problema nacional, que a su vez es una ventana de oportunidades. Pero el PT y el gobierno de Lula carecen de un proyecto estratégico sobre el futuro de Brasil, de un modelo de desarrollo industrial autónomo, con autonomía tecnológica para salir de la dependencia de lo primario exportador, la cuestión de un plan de defensa nacional, etcétera. La crisis exige medidas estructurales. Y ahí tenemos una gran oportunidad, porque, repito, la crisis colocó en la misma bolsa tres cosas: soberanía, democracia y derechos sociales.
—¿Esa oportunidad es el Lula 4?
—Sí. El programa del Lula 4 tiene que ser un programa más definido que el del Lula 3, que era un programa de unión y reconstrucción para derrotar al fascismo. El 4 tiene que ser un programa de carácter nacional, democrático, centrado en los intereses del pueblo, con un modelo de desarrollo y un sistema tributario justo. Para que Lula pueda concluir su perspectiva histórica y de vida, el próximo gobierno tiene que simbolizar una especie de coronamiento de un proyecto democrático popular. No se puede hacer reformas estructurales sin confrontar. Hay que tener un bloque de izquierda –del PT, otros partidos, movimientos sociales–, establecer una alianza política y una electoral. Yo defiendo que hagamos una alianza política en los términos del Frente Amplio de Uruguay, un frente que vaya hasta la centroizquierda. Tener dos frentes, uno político, con un programa, y el frente electoral, que es de acuerdos puntuales para ganar la elección, a cambio de unos cargos y chau. El problema es que nos diluimos en el frente electoral, transformándolo en un frente político. Creamos una gobernabilidad de bajo tenor.
—Da la sensación de que ahora quien está marcando el tono de la discusión es la derecha…
—Claro, porque la izquierda abandonó la idea del enfrentamiento. Y la izquierda tiene que hacer alianzas, pero tiene que ir al enfrentamiento. Precisamos un polo de izquierda con unos 130 diputados que polarice todo, que tome la iniciativa, que presente los proyectos de ley, que marque posición para negociar. Necesitamos crear una agitación parlamentaria, hacer del parlamento una tribuna política, popular. El mejor reformista es el que lucha por la revolución, porque cuando luchás por lo más, tenés más chances de conseguir lo menos. Y eso no está ocurriendo. Y cuando ocurre, lo hace la derecha.
Hay gente nuestra que está impregnada con la idea de la conciliación, de dar um jeitinho [buscarle la vuelta]. El sistema captura corazones y mentes, y la izquierda entra en el posibilismo, en que «la correlación de fuerzas es desfavorable», en que «es muy arriesgado»; se van domesticando y se confunden con el statu quo. En una crisis, cuando la izquierda se confunde con el statu quo está jodida, porque la población va a decir que todos somos iguales. ¿Cómo vas a llamar a la gente a movilizarse, a salir a las calles, a votar si no tenés un discurso alternativo? No nos podemos acomodar en el modelo institucional brasileño, que es oligárquico y autoritario. Hay que tener una pierna afuera y una adentro de la institución.
—Actualmente, es como si el viento de nuestro tiempo soplara hacia la derecha. ¿Cree que la izquierda está en crisis en el mundo?
—La izquierda no murió y tiene un papel histórico que me parece fundamental rescatar. Cambiar sin cambiar de lado. Rescatar las banderas históricas, de lucha por la libertad, la igualdad, la soberanía, los derechos. La plataforma de los derechos pasa a ser fundamental para un proceso de renovación de la izquierda. Estoy más cerca de las experiencias de México y Colombia, porque combinan enfrentamiento con trabajo institucional. Hay que trabajar en la calle y en la institución. Hay que tener lazos con la militancia social, y hay que tener un programa estratégico. Nosotros solo tenemos un programa electoral. Precisamos un programa que pueda pasar varios gobiernos, que lo puedas ejecutar gobernando y lo puedas llevar a la oposición; temas profundos de la crisis ambiental, social, geopolítica, defensa, los nuevos derechos, lucha de las mujeres, del pueblo negro, de la comunidad LGTBQIA+, de los pueblos originarios. Tiene que ser un programa que unifique, en el marco de una idea, de una alternativa transformadora. Tenemos que disputar ideológica y culturalmente, pero tenemos que tener temas de movilización concreta. Hay que mejorar la vida del pueblo de inmediato.
—Mucho se habla de una supuesta tensión entre la izquierda tradicional, más vinculada a las reivindicaciones económicas, y la izquierda asociada a una agenda de nuevos derechos, algunos de ellos identitarios. ¿Cree que esa tensión existe? ¿Cómo potenciarla o superarla?
—Yo creo que es un equívoco separar la llamada lucha identitaria, que yo llamo lucha por nuevos derechos, de la lucha contra el sistema. Al mismo tiempo, es un equívoco creer que la lucha es solo económica y política. La crisis pone todo sobre la mesa: es radical luchar por salario y empleo, y es radical luchar contra el racismo o por la pauta feminista. Hay que luchar por esas banderas, que reflejan un concepto amplio de emancipación. ¿Pero cuál es el dilema de la izquierda, que es más profundo incluso? Cómo tener un socialismo renovado. Hay que entrar en la discusión de las victorias y los errores del socialismo. Hay que cambiar por dentro y por fuera, pero ahí hay que tener un rumbo claro. La estrategia es el rumbo, la táctica es cómo llegar. Si no tenés una estrategia antisistema y alternativa, ¿cómo te vas a orientar en esos meandros tácticos?
—¿Le parece que la derecha tiene esa estrategia?
—La estrategia de la derecha es radicalizar el capitalismo y reinar en el caos, imponer la falsa idea de la lucha del bien contra el mal, basada en el miedo y en el odio. El caos los favorece porque mantiene las cosas como están. ¿Cómo resuelven el problema de la conciencia de las personas sufridas? Con las iglesias, las milicias o la matanza. No tienen alternativa a eso. Ellos nos llevan a la barbarie. Si queremos luchar por una sociedad más humana, tenemos que llamar las cosas por su nombre.
—Hay un escenario caótico en materia de trabajo, una altísima precarización del pueblo trabajador brasileño. En ese contexto, ¿cómo dialogar con esa gente?
—Tenemos que discutir una plataforma de derechos ciudadanos para esa nueva clase trabajadora, dialogar sobre los derechos esenciales: una vida fuera del trabajo, salud, entretenimiento, jubilación básica, seguro básico, reducción de la jornada. Esa plataforma de derechos es el camino más adecuado para hacer una disputa con la religión de la prosperidad en la periferia. Lo que es radical hoy es avanzar en los derechos universales, porque el neoliberalismo trata a los desposeídos con asistencialismo, con oenegés, como máximo con el Bolsa Familia. Tenemos que desburocratizar la discusión de los derechos para dialogar con la nueva clase trabajadora, porque si no damos ese debate, estamos legitimando la precarización con emprendedurismo, individualismo y trabajo intermitente. Es precarización por falta de alternativa. Tenemos que mostrarle al pueblo que hay una visión alternativa de cómo tener una vida mejor, una vida ciudadana y civilizada. La crisis está expuesta. Es necesario presentar una alternativa al destino de sufrimiento.
—¿Qué tipo de responsabilidad tiene el PT como mayor partido político de América Latina?
—El PT debería tomar la iniciativa de promover movimientos y articulaciones para un nuevo tipo de internacionalismo, porque el capital está internacionalizado, los monopolios internacionalizados, las armas internacionalizadas, las big tech internacionalizadas. ¿Cómo enfrentamos eso? El PT debería intensificar ese movimiento de articulación en un primer momento en la región, en América Latina. El partido está muy acomodado a la gobernabilidad limitada y tendría que ser más osado. Tiene una responsabilidad por su tamaño, por el liderazgo, por la importancia histórica de Lula y por el hecho de estar gobernando Brasil. A la vez, demostró una capacidad de resistencia muy grande, porque quisieron terminar con el partido, jugaron a matar, y no pudieron. Pero no podemos mirar solo al pasado: el PT precisa una renovación programática, una reelaboración de su ideario político. Está muy domesticado y muy debilitado. Mi ideal de PT es un PT proponente, inquieto, rebelde, que esté a la izquierda de Lula, no que le diga sí a todo; un PT que pueda decirle que no a Lula, que le pueda pedir y cobrar cosas. Tiene que ser más activo, está muy calmado. Hay un recelo, obvio, por todo lo que se sufrió con las persecuciones. Pero el imperialismo no tiene pena ni dolor, mata y sacrifica todo. Miren lo que están haciendo en Palestina. La crisis es más radical, y la lucha por el socialismo es más radical que nunca, porque los adversarios no están jugando.











