Formado hace diez años, Cucú Rapé sacó su primer disco en 2013 y éste1 es el segundo. Valentín Abitante es el compositor y comparte el canto con Leticia Vidal. Gastón Figueredo es el principal guitarrista (el otro es Abitante), funciona como director musical y toca diversos instrumentos. El quinteto se completa con un bajista (Diego Mirandetti) y un baterista (Pablo Balbela). En el disco no hay apego por esa formación: intervienen invitados diversos, hay surcos en que algunos de ellos no participan, sólo Abitante y Figueredo están en todas las canciones y aun así la sonoridad varía porque este último toca distintos tipos de guitarras y además bouzouki y teclados. El disco es muy variado y sin embargo tiene una personalidad evidente.
Hacen una música relativamente compleja en lo armónico y se caracterizan por un trabajo contrapuntístico elaborado a partir del encastre de unas líneas angulosas de configuración contra-intuitiva, que recuerdan a Arrigo Barnabé. Al igual que en el compositor paulista, la sonoridad roquera a veces se enriquece con vientos y otras veces tira hacia un lado más “clásico” con la presencia de instrumentos orquestales (chelo, flauta, corno).
Muchas de las letras son irónicas o satíricas (“Bueno-malo”, “Demagogia”). En ocasiones la ironía es tan irónica que uno no está totalmente seguro de si es realmente una ironía, configurando un objeto un poco enigmático. En “Ajó” el personaje-locutor se limita a enumerar las cualidades de su grupo de pertenencia (“Somos inocentes/ somos buenos/ somos santos/ ingenuos”), alternado con la interjección “ajó”, de evocación infantil. La introducción roquera-progresiva es medio amenazante, con sus pisadas fuertes, pero luego cuando entra la voz de Leticia el acompañamiento es vagamente “latino”, en esa familia rítmica de la rumba, el chachachá y “Black Magic Woman” (Santana). La tonalidad menor sostiene un aire de seriedad. El estribillo es más roquero pesado y los “ajó” ahí ganan un tinte un poco desesperado. No hay una respuesta codificada para esa canción: ¿juguetona? ¿cáustica? ¿sensual? ¿angustiosa? Es todo eso, pero son afectos que se pelean entre sí, y todos juntos construyen un estado único, incómodo, porque no sabemos ubicarlo en ningún espacio de nuestro formateo espiritual. Por eso mismo, es también provocador y cautivante.
Lo grueso, el meollo del disco, es un recorrido por diversas especies musicales de esta región, tratadas con sonoridad predominantemente acústica: marcha-camión, candombe, milonga, milonga bailable, chacarera, valsecito, polca. Están abordadas desde un peculiar afuera-adentro: no trasuntan una intimidad arraigada con los ámbitos en que surgieron esos géneros, pero sí un amor respetuoso por una música uruguaya que los incorpora a todos. La musicalidad y sensibilidad sobresalientes permiten captar elementos fundamentales de la esencia de cada género, pero también hay libertad y la disposición lúdica de extrañarlos un poco con rasgos no tradicionales. “Catinga” es un candombe delicioso, “Milonga desconcertada” es una belleza. La marcha-camión “Educandos” genera un clima único, con sus elementos de electrónica, el canto nada murguero, el aire despejado revoloteado por unas improvisaciones simultáneas de instrumentos de viento. “El yugo” parece un estilo, con una parte central que alude al pericón y termina con una coda atonal disonante, mientras que “Amalia” es una milonga bailable que eventualmente se desvía a fado, choro y syrtos. La última canción es una especie de himno irónicamente solemne que termina en un clima muy parecido al del disco-manifiesto tropicalista (Tropicália, ou panis et circenses, 1968).
Es un disco muy estimulante, interesante, divertido, elaborado, por momentos emotivo y repleto de buenas ideas.
- No nos dejan mentir, Perro Andaluz, 6984-2, 2017.