La del estribo - Semanario Brecha
Antes de irse, Biden lleva la guerra de Ucrania a una nueva escalada

La del estribo

A dos meses de dejar la presidencia, Joe Biden habilitó a Kiev a usar misiles de largo alcance contra Rusia, a pesar de las advertencias de Moscú sobre una eventual respuesta nuclear. La nueva escalada llega en plena transición en Washington, donde Trump ha prometido terminar con la guerra.

Joe Biden (centro) junto a Volodímir Zelenski (izq.), en la 79.a sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 25 de setiembre, en Nueva York Afp, Getty Images, Leon Neal

Brett Wilkins

Los neoconservadores de ambos lados de la grieta política estadounidense acogieron esta semana con agrado la decisión «muy esperada» del presidente Joe Biden de permitir que las fuerzas ucranianas lancen ataques profundos dentro del territorio de Rusia con misiles de largo alcance suministrados por Estados Unidos. Mientras tanto, las voces pacifistas hacen sonar la alarma sobre lo que un alto funcionario del Kremlin ha llamado «un paso muy grande hacia el inicio de la Tercera Guerra Mundial».

El presidente electo, Donald Trump, que asumirá el cargo en 63 días, ha prometido poner fin rápidamente a la guerra de casi 1.000 días que Rusia inició en febrero de 2022 con una invasión masiva de su vecino más pequeño, en medio de importantes provocaciones de la OTAN.

The New York Times reportó el domingo 17 que los sistemas de misiles tácticos del Ejército (ATACMS, por sus siglas en inglés), que tienen un alcance de 190 millas, probablemente se desplegarán primero contra los militares rusos y las recién llegadas tropas norcoreanas en la región de Kursk, en el oeste de Rusia, donde las fuerzas ucranianas se han apoderado de una franja considerable de territorio. Según ese medio, Biden abandonó sus reservas en torno a dejar que Ucrania use los misiles de largo alcance debido a «la tremenda audacia de Rusia al mandar tropas de su aliado Corea del Norte contra las líneas ucranianas».

A principios de este año, Biden había discretamente dado luz verde a Kiev para que llevara a cabo ataques transfronterizos limitados cerca de Járkov con misiles de corto alcance mientras las fuerzas rusas amenazaban esa ciudad, la segunda más grande de Ucrania.

Siguiendo el ejemplo de Biden, Gran Bretaña y Francia también abandonaron el domingo 17 sus objeciones respecto de que Ucrania use misiles ofensivos de largo alcance proporcionados por ambos para atacar objetivos dentro de Rusia. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, dijo el domingo: «Hoy muchos en los medios hablan de que hemos recibido permiso para tomar las medidas adecuadas. Pero los golpes no se dan con palabras. Cosas así no se anuncian. Los cohetes hablarán por sí solos». N. de E.: el martes 19, Ucrania lanzó los primeros misiles ATACMS estadounidenses contra Rusia, y el miércoles atacó con Storm Shadows británicos. Al cierre de esta edición, Moscú había desestimado la ocurrencia de daños significativos, mientras los países occidentales habían comenzado a cerrar sus embajadas en Kiev como medida preventiva ante un esperado ataque aéreo masivo por parte de Rusia.

En setiembre, el presidente ruso, Vladímir Putin, había advertido a Estados Unidos y sus aliados que darle la aprobación a Ucrania para usar misiles occidentales de largo alcance «significaría nada menos que el involucramiento directo de los países de la OTAN» en la guerra.

Los funcionarios rusos respondieron la decisión de Biden de esta semana con advertencias de graves repercusiones. «Los ataques con misiles estadounidenses en regiones rusas implicarán inevitablemente una escalada grave, que amenaza con conducir a consecuencias mucho más graves», dijo Leonid Slutski, quien preside un comité clave de asuntos exteriores en la Duma Estatal, según consignó Reuters. 

(Publicado originalmente en Common Dreams. Traducción de Brecha de acuerdo con una licencia Creative Commons, CC BY-NC-ND 3.0.)

La escalada contra Rusia en la transición estadounidense

Yeltsin en Washington

Rafael Poch

Como Boris Yeltsin en la Rusia de los noventa, Donald Trump es un líder con gran instinto e intuición. No ganó las elecciones en su país por casualidad. El olfato y el instinto le han venido bien para ganar, pero, como Yeltsin, es un perfecto inútil para gobernar. Está nombrando a gente tan dispar y contradictoria que el resultado seguramente decepcionará a todos y puede crear un gran desastre en el país como el que Yeltsin creó en Rusia en los años noventa.

Muchos observadores occidentales se equivocan cuando dicen que en Moscú están encantados con la victoria de Trump. Hay demasiada imprevisibilidad en este Yeltsin estadounidense carente de toda estrategia. Sus nombramientos auguran, ciertamente, más presión contra América Latina. También en Oriente Medio, donde, como dice David Hearst, el editor de Middle East Eye: «En su primer mandato, Trump creó las condiciones para el ataque de Hamás del 7 de octubre, al trasladar su embajada a Jerusalén, bendecir la anexión de los Altos del Golán e inventar los Acuerdos de Abraham. Y ahora en su segundo mandato, y con un gobierno compuesto por tipos que repiten como loros los planes de Israel para extender su guerra a Siria e Irán, es perfectamente capaz de desencadenar un conflicto regional que escape al control tanto de Estados Unidos como de Israel». Pero lo de Ucrania, que sin duda es lo que más importa en Moscú, está mucho menos claro.

Alguien que pretende «solucionar el problema en 48 horas» hablando con Putin, como ha dicho Trump, no comprende el asunto. Trump no entendía por qué los norcoreanos se hicieron con la bomba atómica y lanzaban misiles de vez en cuando, y no logró nada pese a su insólita reunión con Kim Jong-un en junio de 2018. Que en julio de aquel mismo año se reuniera en Helsinki con Putin no impidió que poco después se retirara del acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias, creando las condiciones técnicas para el despliegue de armas nucleares tácticas en Polonia y Rumania, y que autorizara la entrega a Ucrania de armas pesadas en grandes cantidades, metiera a la OTAN en Ucrania –aunque Ucrania no estuviera en la OTAN– y aprobara una nueva estrategia de seguridad nacional con la que cambió la prioridad de «lucha contra el terrorismo» por la «competencia entre grandes potencias» como foco principal. 

La escalada en Ucrania continuó con su sucesor en la Casa Blanca, que organizó en el mar Negro maniobras militares sin precedentes, en las que participaron 32 países, bendijo la Plataforma de Crimea del gobierno de Ucrania –un programa para la recuperación de la península anexionada por Rusia en 2014 por cualquier medio, incluido el militar– y firmó con ese país los Acuerdos Marco de Defensa Estratégica (en agosto de 2021) y la Carta de Asociación Estratégica. Es decir, la guinda del pastel de la seguridad europea primero sin Rusia y luego contra Rusia, un pastel cocinado a lo largo de tres décadas y que acabaría provocando la invasión rusa de Ucrania de febrero de 2022.

Con todo eso en el alero, las esperanzas que Moscú pone en Trump tienen más que ver con la trifulca y el desorden que el futuro presidente de Estados Unidos puede crear en su propio país que con sus veleidades para poner fin a la guerra de Ucrania. Si Trump desordena Estados Unidos y sumerge el país en un paralizador desbarajuste, bienvenido sea, deben de pensar.

Mientras tanto, en Rusia se barajan distintas interpretaciones sobre el «permiso a Ucrania» para atacar con misiles estadounidenses y europeos la retaguardia rusa. Una tiene que ver con hacer ver a Moscú que el coste de prolongar la guerra será elevado, con miras a lograr términos menos desfavorables para Occidente en una futura negociación. En ese caso se trataría de una táctica consensuada por Biden y Trump en el marco del pacto de transición que rige el interregno de dos meses en Washington. Los rusos están ganando a nivel militar, avanzan lenta pero inexorablemente, y creen que el tiempo está de su parte. De lo que se trata es de romper esa confianza, algo en lo que los dos presidentes estarían de acuerdo.

Otra interpretación del permiso de Biden a usar los misiles en la contienda fue dada en un tuit del hijo de Trump, Donald Trump Jr., quien sugirió una conspiración del Deep State (Estado profundo) contra su padre: «El complejo militar-industrial parece querer garantizar el inicio de la Tercera Guerra Mundial antes de que mi padre tenga ocasión de lograr la paz y salvar vidas», escribió el 18 de noviembre. Es decir, se trataría de un golpe bajo contra Trump por parte de Biden, que le puso una zancadilla y rompió el pacto de transición según el cual ni el electo ni el saliente deben obstaculizarse. Al fin y al cabo, Trump le preparó en 2021 a Biden el «honor» de aquella retirada vergonzante de Afganistán. Ahora se trataría de lo mismo: complicarle las cosas al sucesor.

En cualquier caso, después de que Putin anunciara, en setiembre, que el uso contra Rusia de esos misiles (que solo pueden ser operados por militares técnicos y recursos de la OTAN) significaría el «involucramiento directo» en la guerra de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, lo que determinaría una respuesta militar rusa contra ellos, está claro que esta vez no puede faltar una respuesta. Obviamente, mucho depende de la escala y el nivel del ataque, porque la respuesta rusa deberá ajustarse al daño recibido… 

Los rusos dicen que hace meses que retiraron sus bases aéreas y demás infraestructuras sensibles fuera del radio de acción de 300 quilómetros de los misiles de la OTAN (ATACMS, SCALP y Storm Shadow), por lo que esas armas no cambiarán nada. Si se quiere superar ese alcance lanzando los misiles desde aviones que se internen aún más en territorio ruso, «la mejor defensa antiaérea del mundo» dará buena cuenta de ellos, dicen los rusos. Puede que esto sea mera bravuconería, pero, sea como sea, se trata de un paso peligroso, sobre todo en el contexto internacional de tensión en aumento en tres frentes (Europa, Oriente Medio y Asia Oriental), que uno de los portavoces imperiales de Estados Unidos, la revista Foreign Affairs, glosa así en su último número: «La era de la guerra limitada ha terminado; ha comenzado la era del conflicto total. De hecho, lo que el mundo está presenciando en la actualidad se asemeja a lo que los teóricos del pasado han denominado guerra total, en la que los combatientes recurren a ingentes recursos, movilizan a sus sociedades, dan prioridad a la guerra sobre todas las demás actividades estatales, atacan una amplia variedad de objetivos y remodelan sus economías y las de otros países». Esta espiral puede escapar fácilmente al control de sus autores y adquirir vida propia, pese a la voluntad de los dirigentes, e imposibilitar toda negociación para acabar el conflicto.

Con un tipo como Trump en la Casa Blanca es muy difícil imaginar que se abra paso la cristalería fina de un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania cuidadoso del estatus de los territorios en disputa. Parece más probable todo lo contrario: que el Yeltsin de Washington dispuesto a arreglarlo todo en 48 horas acabe de romper los frágiles equilibrios que nos separan de una sucesión encadenada de desastres en Europa, Oriente Medio y Asia, contra Rusia, Irán y China. A los adversarios de Estados Unidos les basta con ser fuertes en uno solo de esos escenarios de conflicto para ganar, mientras que Washington tiene que imponerse en los tres simultáneamente. En uno de sus últimos pronósticos, la RAND Corporation, la think tank principal del Pentágono, presenta un panorama bastante sombrío de la capacidad de Washington para salir airoso de este embate. Estados Unidos «no está preparado» para una «competencia» seria con sus principales adversarios y es vulnerable e incluso inferior en todos los ámbitos de la guerra, advierte la RAND. 

 

(Publicado originalmente en CTXT. Brecha reproduce fragmentos.)

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