Quien revise la entrada de “querencia” en el diccionario de María Moliner leerá que es la “inclinación afectiva hacia alguien o hacia algo; particularmente, tendencia de las personas o de los animales a volver al sitio en donde se han criado”. Esta primera entrega de Nicolás Molina1 –líder de la banda indie Molina y Los Cósmicos– en su condición solista refleja de manera fidedigna ese concepto. A lo largo de siete canciones, se despliega una lírica sencilla y minimalista en la que el paisaje del palmar y la costa rochense aparece con nitidez. Y, sin que eso resulte en un exotismo de postal que la clase media montevideana cultiva como escape u objeto de consumo, surge allí una secuencia de micronarrativas propias de quien comparte –o vivencia– ese espacio‑tiempo que se parece a los viejos espaguetis de Sergio Leone. Allí está el viento polvoriento. Allí está la parsimonia de esos personajes de pueblo que habitan Castillos y Aguas Dulces. Allí está la frontera de un Chuy tan ominoso como improbable. Allí está ese calor que no encaja en ninguna propaganda de cerveza y detiene el tiempo cronológico a partir del mediodía.
La vocalización cansina y la creación de atmósferas, basadas en densos acordes de guitarra que no privilegian los riffs o los punteos (a excepción del primer tema y el tercero), la presencia de composiciones en las que priman las armonías y el tratamiento de las texturas por encima de la creación melódica dan cuerpo a un extrañamiento que oscila –más allá o más acá de cierto dejo irónico– entre la nostalgia y la saudade. Tal aspecto aleja a Molina de ciertos parámetros discursivos de la escena indie, aunque no de sus propuestas estéticas experimentales. Si la enorme mayoría de los grupos e intérpretes que se hallan en esta vertiente juega con la dispersión referencial respecto de lo que sería un lugar de pertenencia o enunciación, Molina pone a andar un imaginario geográfico y mítico que remite al rico anecdotario de la canción popular esteña (Solipalma, Los Zucará, Lucio Muniz). Sólo que ese anecdotario –esa forma de contar– está mediado por quien se siente entre Rocha y Montevideo, entre la dinámica social propia de una aldea y la vorágine de la capital. De allí su oscilación entre la nostalgia y la saudade, que, si bien pueden parecer sinónimos, tienen significados diferenciados en los departamentos fronterizos.
Según la etimología griega, la nostalgia es el “dolor por lo que el corazón siente”. Es el creer en la posibilidad de un retorno a algo que se ha perdido y que se siente vivo, ya sea en lo real o en la tensión que el deseo ejerce sobre cada una de nuestras pulsiones. Este aspecto es evidente en “Volver al mar”: “Hoy te miro de lejos/ aunque aún te siento acá,/ hoy te escribo canciones/ que después voy a borrar./ Hablan de nuestra querencia,/ de todo lo que ya no será,/ de esa necesidad/ de siempre volver al mar”. La nostalgia llega a conectar, incluso, la memoria individual con la colectiva.
La saudade –en cambio– es la nostalgia de un pasado fabuloso, de su imposibilidad. Y porque anhela volver a algo que ya no es ni podrá ser jamás, la saudade viene a ser una manifestación del instinto de muerte: un deseo de retornar al regazo de la “gran madre”, como se refleja en “El gran día”: “Y me propongo salir,/ salir de mi habitación./ Pero no encuentro un lugar/ para poder escapar./ Es todo oscuridad./ Y el tiempo, el tiempo se fue/ y es lógico que no va a volver./ Es algo que se escapa de la piel./ Es todo oscuridad,/ es todo eternidad”. Es sentimiento de soledad, vivencia sentimental –y extrema– de la soledad.
Cuando el sentimiento de la soledad se hace inherente al hombre, entramos en el campo de la verdadera saudade. Esa que no sólo duele, sino que también lastima. La saudade carece de significación psicológica; es un puro sentimiento ontológico. La nostalgia, como diría Tarkovski, “no descansa sobre nada; si existe, es en la medida en que la imagen poética existe”. Aquí ya no es la “imagen poética” la que existe, sino la “querencia”: ese es –y cierro el círculo– el concepto desplegado en este disco.
1. Querencia. Santas Palmeras, Uruguay, 2019. Grabado en Aguas Dulces y Paso del Bañado.