La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de la semana pasada ha sido descrita como un shock. Pero, en la última ronda de elecciones a nivel mundial, no fue nada sorprendente. Los sistemas políticos de todo el mundo se han visto afectados por las secuelas de la pandemia, en particular por los shocks de precios que desataron un susto inflacionario global. Los votantes de todo el mundo están ansiosos, frustrados y quieren un cambio.
El único partido en el poder que ha logrado una victoria verdaderamente contundente en los últimos tiempos es el Morena, en México. En Reino Unido y en Francia, el oficialismo sufrió este año palizas cuatro veces más grandes que la sufrida por Kamala Harris. A juzgar por este criterio comparativo, a los demócratas les fue bastante bien al no perder por más de lo que lo hicieron. Lo verdaderamente insólito de la situación de Estados Unidos es que Trump haya tenido una segunda venida digna de un show de lucha libre. Fue derrotado mientras gobernaba en 2020 –una elección que, de no haber sido por el covid-19, seguramente habría ganado–, solo para regresar victorioso cuatro años después.
Pero a pesar de toda la luz proporcionada por la comparancia global, la victoria de Trump en 2024 no fue simplemente un evento coyuntural, provocado por las secuelas del covid-19 y la desilusión de los votantes. Lo que destaca la extraña secuencia de victoria-derrota-victoria es la falta de alternativas reales en la derecha estadounidense y la transformación en curso del Partido Republicano en un vehículo de Trump y su tipo particular de populismo radical de derecha. Lo que hemos presenciado a lo largo de tres elecciones es el desarrollo y la radicalización de la marca Trump.
El efecto de esta radicalización acumulativa en la política estadounidense es más visible en la composición de los respectivos bloques de votantes que en la votación general de los partidos. A medida que Trump se ha vuelto cada vez más desinhibido y los demócratas han optado por la aparente seguridad de centristas como Joe Biden y luego Harris, los votantes con educación universitaria más ricos han migrado hacia los demócratas. Por primera vez en la historia reciente, en 2024 los demócratas obtuvieron una mayoría sustancial entre los votantes estadounidenses más ricos. Gabe Winant, en una pieza brillante en Dissent, caracterizó acertadamente el estilo de la campaña de Harris como aristocrático.
Mientras que los votantes más ricos se inclinaron hacia los demócratas, las encuestas a boca de urna mostraron un éxodo de casi 15 puntos hacia Trump entre los votantes que ganan menos de 50 mil dólares. Hubo un giro aún mayor hacia los demócratas entre aquellos que ganaban más de 100 mil dólares.
Como Tej Parikh señala en una columna en el Financial Times, son precisamente los estadounidenses que ganan menos de 50 mil dólares al año los que últimamente han empezado a preocuparse seriamente por la amenaza del desempleo. Y según los datos de la encuesta de consumidores del estado de Míchigan, también son esos votantes los menos optimistas sobre su situación financiera.
La economía no era el único tema que importaba a los votantes, pero, dentro del 30 por ciento para el cual era el tema principal, Trump superó a Harris por 80 a 20.
Una lectura simple de estos datos sería que se trató de una elección que enfrentó a la economía versus la democracia, con el aborto y la inmigración como un bonus. Habrían sido las sutiles diferencias entre estos cuatro campos en un electorado polarizado las que decidieron una carrera reñida. Parece haber una fuerte asociación entre la votación de Trump y la percepción de estrés económico. Pero esto plantea, en primer lugar, otras preguntas: cuáles son los factores que dan forma a la experiencia de tensión económica y las perspectivas futuras. No se deben sacar conclusiones precipitadas sobre el significado de estos datos o sus implicaciones para la evaluación del gobierno de Biden o la campaña de Harris. Un análisis excesivamente basado en datos puede ser en sí mismo profundamente engañoso. El hecho de que el 30 por ciento de los votantes identificara la economía como su principal preocupación en estas elecciones y, de ese grupo, que el 80 por ciento votara a Trump debe tomarse precisamente como lo que es: una asociación estrecha. La cuestión de la causalidad sigue abierta.
Mientras tanto, el realineamiento en términos de ingresos está estrechamente asociado con una consolidación de divisiones en materia de educación, raza y género. Por primera vez en 2024, una mayoría de votantes blancos con educación universitaria optó por los demócratas sobre los republicanos.
La educación interactúa con el género. Las mujeres blancas sin títulos universitarios han preferido a Trump en las tres últimas presidenciales por un margen de entre el 27 y el 28 por ciento. La cuestión del aborto no cambió nada respecto de esta preferencia. Entre las mujeres blancas con títulos universitarios, por otro lado, la ventaja demócrata ha aumentado de solo el 7 por ciento en 2016 al 16 por ciento para Harris.
La clase, la educación y la fortuna económica se reflejan en la distribución espacial de los votos. Si nos remontamos a principios de la década del 90, prácticamente no había grandes diferencias en el voto en la América rural. En 2024 hay una brecha de 40 puntos a favor de los republicanos en todos los condados rurales. Al mismo tiempo, a lo largo de las últimas tres décadas, la ventaja de los demócratas en las ciudades ha fluctuado entre el 20 y el 30 por ciento.
En un interesante desglose, el Wall Street Journal comparó el movimiento de votos entre condados con más y menos empleos administrativos y manuales. En comparación con 2020, Trump tendió a perder más votos en 2024 en los condados con una alta proporción de empleos administrativos. El panorama fue bastante diferente en los condados predominantemente obreros.
Trump ganó votos en gran parte del país, ya sea en las zonas prósperas o en dificultades. Pero obtuvo mayores avances en los condados clasificados como en dificultades que en aquellos clasificados como cómodos o prósperos.
El resultado es claro. A pesar de su enfoque en la desigualdad, las cuestiones sociales y la discriminación, y a pesar de las estadísticas que muestran una disminución de la desigualdad desde 2020, los demócratas no logran llegar a los estadounidenses relativamente desfavorecidos. El resultado neto es que, si relacionamos a los electores con la economía estadounidense, los demócratas predominan en los condados que producen la mayor parte del PBI estadounidense. Esto es válido tanto si los demócratas ganan, como en 2020, como si pierden, como en 2016 y 2024.
La gran ironía, por supuesto, es que después de esta elección la corte del presidente Trump estará abierta a los hombres más ricos del planeta y a lobistas de todo tipo. Mientras tanto, es probable que las políticas que ha defendido en voz alta y clara perjudiquen más que nada a los mismos estadounidenses de bajos ingresos que han votado por él como nunca antes. Junto con la amenaza a las libertades civiles, este es, seguramente, el resumen más crudo de la crisis de la democracia estadounidense en el momento actual.
(Publicado originalmente en el blog del autor. Traducción de Brecha.)