Tras la derrota catastrófica del martes 5, hay dos visiones en competencia sobre el futuro del Partido Demócrata, a juzgar por las reacciones de parte de la vicepresidenta Kamala Harris y del senador Bernie Sanders.
El discurso de concesión de Harris fue un fiel reflejo de su estrategia de campaña. Lleno de generalidades que buscan sonar inspiradoras y de intentos por alcanzar un tono solemne de proporciones históricas, algo que ningún demócrata ha logrado concretar desde Barack Obama. Harris, a menudo eufórica, habló de cómo su campaña estuvo signada «por la intención de construir comunidad», prometió seguir luchando «por la libertad» a través del voto y los tribunales, pero también «a través de cómo vivimos nuestras vidas, tratándonos unos a otros con amabilidad y respeto», e instó a sus seguidores a iluminar lo que parece un futuro oscuro con «la luz del optimismo, de la fe, de la verdad y del servicio». No mencionó ni una sola vez reivindicaciones básicas y uno de los mayores aplausos se produjo cuando prometió «participar en una transición pacífica».
Mientras tanto, Sanders, visiblemente disgustado, emitió una breve declaración criticando el partido por no abordar las preocupaciones económicas, que de acuerdo a las encuestas eran, con diferencia, la principal motivación de los votantes de cara al día de las elecciones. «No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que abandonó a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora también lo abandonó», dijo. «Primero fue la clase trabajadora blanca, y ahora son también los trabajadores latinos y negros. Mientras el liderazgo demócrata defiende el statu quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón», apuntó.
Sanders repasó una serie de hechos y de estadísticas sobre las dificultades materiales que según él han llevado a los votantes a sacar a los demócratas del poder: una desigualdad récord, el hecho de que dos tercios de los estadounidenses apenas si llegan a fin de mes, la caída del nivel de vida, el alto costo de los medicamentos y la ausencia de disposiciones básicas que los ciudadanos de otros países dan por sentado, como un seguro médico público y licencia reglamentaria y médica remuneradas. También denunció los miles de millones de dólares que se destinan al «horrible desastre humanitario de la desnutrición masiva y a provocar el hambre de miles de niños» en Gaza, a pesar de una abrumadora oposición pública.
Cerró apuntando contra la constelación de intereses que habría llevado al partido a otro desastre electoral y político: «¿Aprenderán los grandes intereses empresariales y los consultores bien pagos que controlan el Partido Demócrata alguna lección real de esta desastrosa campaña? ¿Comprenderán el dolor y la alienación política que están experimentando decenas de millones de estadounidenses? ¿Tienen alguna idea sobre cómo podemos enfrentarnos a la cada vez más poderosa oligarquía que concentra tanto poder económico y político? Probablemente no».
Como era de esperar, la declaración de Sanders no fue bien recibida por los intereses a los que criticó. El presidente saliente del Comité Nacional Demócrata, Jaime Harrison –un exlobista de grandes empresas–, respondió diciendo que lo de Sanders era «bullshit».
Pero el veterano senador de Vermont señaló elementos que durante toda la campaña fueron visibles para quien quisiera mirar. Todo el discurso de Harris se basó en ignorar las quejas del electorado sobre la economía, ofrecer un puñado de medidas de tinte populista pero, en última instancia, magras (prohibir la especulación con los precios al consumo, dar una subvención de 25 mil dólares a quienes compran vivienda por primera vez, una expansión de las asignaciones familiares, lograr que Medicare cubra los cuidados domiciliarios de los jubilados) y hacer que toda la elección girara en torno al derecho al aborto, el futuro de la democracia y la personalidad de Trump.
No sorprende que millones de votantes de clase trabajadora de diferentes orígenes raciales rechazaran esta propuesta o no se sintieran lo suficientemente inspirados para salir a votar. En una época en que los costos del alquiler están por las nubes, la única política de vivienda de la campaña de Harris fue para los aspirantes a propietarios (un electorado que se inclina por Trump) y no hubo nada que ofrecer a los inquilinos, en su inmensa mayoría jóvenes, de bajos ingresos y de minorías raciales. Harris no ofrecía ninguna política de atención médica para menores de 65 años, a pesar de que la atención médica sigue siendo la principal fuente de ansiedad financiera del estadounidense promedio. No hizo campaña a favor de un salario mínimo más alto, en un momento en que casi una cuarta parte de los trabajadores estadounidenses, unos 39 millones, gana salarios bajos (definidos como un máximo de 17 dólares la hora o 35 mil dólares al año), incluido casi un tercio de los trabajadores negros y latinos.
Sanders insistió esta semana en que es necesario tener «algunas discusiones políticas muy serias» en la interna partidaria en las próximas semanas y meses. Pero a juzgar por las discusiones que ya se están teniendo entre los responsables de la campaña –los asesores de Biden en los talk shows de MSNBC, que luego de la derrota piden que el partido se aleje aún más del progresismo y las figuras de think tanks centristas como Matt Bennett, que insisten con que «la única manera de vencer a un populista de derecha es a través del centro»– Sanders parece tener razón en su conclusión: los intereses detrás del Partido Demócrata no van a aprender nada de esta derrota.
(Publicado originalmente en Jacobin. Traducción de Brecha.)
Decepciones
Una encuesta a pie de urna de CNN del 5 de noviembre mostró que solo cuatro de cada diez votantes aprueban el desempeño de Joe Biden.
«Un sondeo realizado por la campaña de Trump encontró que los votantes indecisos de los estados clave eran aproximadamente seis veces más proclives que los demás votantes a estar motivados por sus puntos de vista sobre la guerra de Israel en Gaza», informó el New York Times. «La campaña republicana también encontró que los votantes indecisos allí tenían menos probabilidades de ser blancos y más probabilidades de ser negros. Alrededor del 25 por ciento de los votantes indecisos eran negros, según el equipo de Trump.»
«La campaña demócrata, una vez que se alineó detrás de la política de Biden de apoyo incondicional al genocidio en Gaza, quedó atada de manos», escribió Adam Johnson en el medio izquierdista The Real News Network. «En 2020, la campaña de Biden surfeó la ola progresista de las protestas por George Floyd, la ira contra las políticas fronterizas racistas de Trump, el activismo para protegerse del covid-19 y las protestas contra la guerra en Yemen que energizaron la base del Partido Demócrata para derrotar a Trump. En retrospectiva, el apoyo demócrata a estos movimientos fue más que nada de la boca para afuera, y ciertamente nadie en ese momento pensó que Biden fuera un agitador progresista. Pero la gran promesa de campaña era que todos iban a tener un lugar en la mesa.»
(Publicado originalmente en Mondoweiss. Traducción de fragmentos a cargo de Brecha.)