El proyecto Maleza gira alrededor de las composiciones de María Viola, quien también es la voz principal, toca el chelo y una de las guitarras, y es responsable de la mayoría de los arreglos. La formación es fuera de lo común: dos guitarras, piano, percusión, violín, chelo y saxo soprano. El piano cumple mayormente un rol de continuo, es decir, contribuye a empastar el todo, aporta masa al sonido y ataque a los acordes, y recién en el último tema del disco tiene una participación más activa en el contrapunto. Muchos de los temas empiezan con una introducción contrapuntística, protagonizada por la línea de frente del grupo, y cuando entra la base, se prepara el inicio de la canción propiamente dicha.
Hay mucho de vacacional y playero en estas canciones. Los elementos explicitados en las letras son casi todos naturales y litoraleños, y los eventos son contemplados con un espíritu desapegado, que encuentra poesía aun donde no hay conflicto alguno, y sencillamente el tiempo pasa, la luna cae, la tarde cae, lo que se viene “viene con la certeza de lo que se va”, donde la oposición más guerrera es la que se da eventualmente “contra el viento en la tormenta”. La tapa es verde, se llama Voces de verde,1 y la maleza es verde. Son situaciones que presuponen el ocio (el trabajo está excluido de esa poética). Los artefactos nombrados podrían ser de hace un siglo: té, estufa, azotea, hamaca, estación, balcones, ventanas.
Varios aspectos de la música van de la mano con esa quietud y esa ambientación temporal vaga. Buena parte de las melodías transcurre en algún núcleo de notas primario, pretonal: pentatónicas anhemitónicas, tetracordio menor, arpegio mayor o, como mucho, un modo eolio. El único atisbo de cromatismo en la línea vocal se da en “Barullo”, y por lo normal no hay sensibles ni intervalos melódicos tensos. Para compensar ese enfoque antidiscursivo, las melodías se sirven de mayor variedad rítmica que lo común en la música popular. Los ritmos de base aludidos remiten a lo indígena sudamericano (huayno, chacarera), que combinan bien con los varios momentos en que la voz de María aparece armonizada por una voz masculina, o incluso octavada por el varón (como en las grabaciones de Violeta Parra con Alberto Zapicán). Aparte de un eventual bombo legüero, el percusionista Esteban Pesce usa sobre todo instrumentos neojipis (cajón, jarrón, palo de lluvia). A veces el ritmo va más hacia el swing, y ahí las armonías ganan un dejo de blues. En otros momentos caemos en un vals y el clima resultante se acerca a Yann Tiersen.
Tras la dimensión linda y agradable que tiene esa música hay una dimensión emotivamente más espesa. Los textos no están en el nirvana, sino en la contemplación de quien parece considerar que el nirvana existe, pero sabe que no está allí. Hay un dejo muy sutil de anhelo, de camino a recorrer, de conciencia resignada de la fragilidad y la fugacidad. Es increíble ver cómo la música pinta esa ambivalencia. Muchos de los momentos pentatónicos están construidos sobre la relativa (mayor) de una tónica menor, dejando la voz aparentemente desapegada, pero en un entorno de armonía triste, gris, lo que genera una sensación de lluvia con sol. Además, aunque las melodías nacen en esos ámbitos referidos, casi siempre tienen una prolongación o un remate que alcanza tensión al agregar alguna notita extra que no estaba contenida en el ámbito delineado, y es preciosa la manera en que el canto de María lo remarca, imprimiendo tensión, intensidad, expectativa, sin eliminar el componente de placer y paz. Dos de las letras refieren a echar de menos una persona querida, y el texto de “Alma” describe un alma que encuentra y sabe, pero también ignora, duerme, añora. No hay conclusión, y, cumpliendo el rol de cadencia conceptual, sencillamente la mirada se desvía a contemplar los barcos que pasan.
El jueves 27 Maleza toca en La Cretina (Soriano 1236), buena oportunidad para ver en vivo este bello trabajo.