En uno de sus libros sobre William Faulkner, el profesor Michael Millgate cuenta que cuando el cortejo fúnebre del autor de ¡Absalón, Absalón! pasó por las calles de su ciudad natal, en Oxford, Misisipi, varios de los tenderos que bajaron por unos minutos las persianas de sus comercios no tenían ni idea de quién era el muerto. Si así de ciega puede mostrarse una comunidad para con el hijo pródigo que ha abandonado este plano de las cosas, qué puede esperarse de esta era líquida que habitamos, en la que no ya el olvido, sino el liso y llano desconocimiento ha convertido a muchos escritores en auténtica letra muerta. Sin embargo, la literatura se empeña siempre en los prodigios. En 2021, alguien abrió un baúl que había permanecido cerrado por décadas y halló los manuscritos de dos novelas que en su momento le habían sido robados al autor. El autor de marras es Louis-Ferdinand Céline (1894-1961), uno de los escritores más importantes (y también más apedreados) del siglo XX, y las novelas en cuestión se llaman Guerra y Londres.
Como se sabe, el inmortal artista que compuso los libros Viaje al fin de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936) integra ese grupo de escritores apestados, cuyas posturas ideológicas, políticas, religiosas y éticas no les ha permitido convertirse en los ciudadanos ejemplares que los cruzados de la moral en el arte quieren ver, sino que arrastran diversos pecados que contaminan la lectura de sus libros. En la prisión fortificada que la policía del pensamiento ha erigido en esta época hipersensibilizada, con el objetivo de no ofender y ultrajar a los espíritus puros, Céline comparte celda con Ernst Jünger, Curzio Malaparte, Knut Hamsun, Ezra Pound y Roald Dahl, entre otros reos de una lista en permanente revisión y adición. Por esa razón, la aparición no de uno, sino de dos libros inéditos de Céline (y su inmediata publicación y traducción a varias lenguas) constituye un doble triunfo: el del genio de un autor sobre la materia aparentemente indomeñable del tiempo y el del arte verdadero sobre la estupidez de su época.
LA COMEDIA HUMANA
La primera de las dos novelas de Céline encontradas en el prodigioso baúl, Guerra, se publicó en Francia en 2022 y desembarcó en nuestro idioma, de la mano de la editorial Anagrama, al año siguiente. El mismo sello acaba de publicar Londres, que en los hechos oficia como una continuación de Guerra,pero que puede leerse de forma independiente, como debería leerse en realidad cualquier libro, al margen de su eventual inclusión en una saga (un término tan de moda en los últimos tiempos en el mundillo editorial, impulsado para asegurarse la fidelidad de los lectores con el mismo gancho de una serie televisiva y que, en verdad, es tan viejo como la literatura misma).
En Guerra, ambientada en los albores de la Primera Guerra Mundial, se narran las aventuras del brigadier Ferdinand, que al inicio del libro es el único sobreviviente de su batallón, arrastrándose entre el barro y las vísceras de sus compañeros hacia la ciudad de Ypres. Inhabilitado para la acción bélica, Ferdinand recibe una medalla militar y se sumerge en una larga convalecencia, de la que saldrá con un brazo tullido, constantes zumbidos en los oídos y fortísimos dolores de cabeza. En Londres, parcialmente recuperado de sus heridas, Ferdinand abandona Francia y parte hacia Inglaterra, donde residirá en una pensión de mala muerte del Soho.
El lector atento que haya llegado a este punto de la reseña no dudará en relacionar la ambientación de Londres con la de otra de las grandes novelas de Céline, Guignol’s band (un texto inacabado, del que se publicó la primera parte en 1944 y 20 años después, ya de forma póstuma, su continuación), también enmarcada en la capital británica. Aunque ambos libros parten de la misma experiencia biográfica –Céline pasó varios meses en Londres tras su lesión en el frente en la Primera Guerra Mundial y su licencia para la acción–, el protagonista lleva el mismo nombre y, en líneas generales, las deambulaciones de los personajes por los suburbios londinenses se repiten, nos encontramos ante dos libros diferentes.

Louis-Ferdinand Céline. Imec archives.
En Londres, Céline compone y echa a andar una comedia humana de apabullante sordidez, poblada de prostitutas, proxenetas, exiliados, soplones, terroristas y militares caídos en desgracia que orbitan alrededor de la pensión Leicester, punto neurálgico donde se cruzan todos los personajes y espacio desde el que Ferdinand establecerá alianzas, patéticas cruzadas y trapisondas de variado tenor para evadir al largo brazo de la ley y ayudar a otros seres tanto o más destrozados que él. Los múltiples episodios que se suceden –narrados con un ritmo avasallante, que no escatima los golpes más bajos para desplegar ante el lector la ruindad moral de muchas de sus criaturas, pero, también, la grandeza que se yergue en la caída y que rescata, a veces a partir de un gesto solitario, la verdadera humanidad de los aplastados por la sociedad– sedimentan la concreción de una vocación literaria. Esto queda magníficamente graficado en las historias del rey Krogold, que a retazos Ferdinand les cuenta a sus compañeros de infortunio y que conforman toda una novela dentro de la novela.
La cuidada edición de Anagrama incluye un extenso y esclarecedor prefacio de Régis Tettamanzi, profesor de la Universidad de Nantes y editor del manuscrito hallado en la valija, que debió vérselas con los 1.161 folios originales, de abigarrada escritura céliniana (puede verse un facsímil de la primera página del manuscrito al arranque de la novela) y de las propias condiciones materiales de conservación de la obra, en la que Céline «saltó por los aires la noción clásica de ‘capítulo’». A diferencia de la traducción de Guerra, emprendida por Emilio Manzano, la traslación que realiza Rubén Martín Giráldez en Londres por momentos se excede en argot ibérico, aunque es de suponer que debió vérselas en figuritas para aprehender, entre las reglas de su idioma natal, las variantes, los giros locales, los retazos de slang y los idiolectos varios que atraviesan la novela.









