Las elecciones en Madrid y la derrota progresista: Batacazos - Semanario Brecha
Las elecciones en Madrid y la derrota progresista

Batacazos

Luego que el PP ganara con comodidad y Vox superara a Podemos en los barrios populares, Pablo Iglesias dejó la política partidaria. España parece cada vez más lejos de aquellos deseos de cambio que alumbraron el 15M. ¿En qué falló la izquierda?

La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, y el líder del PP, Pablo Casado, saludan a simpatizantes en la sede del PP, que obtuvo la victoria en las elecciones regionales de Madrid del 4 de mayo Afp, Pierre Philippe Marcou

Batacazo tiene, en España, una connotación contraria a la que tiene en el Río de la Plata. El batacazo peninsular habla de un fracaso rotundo. En las elecciones autonómicas madrileñas del martes 4 dos partidos sufrieron ese tipo de batacazo: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que redujo su representación en la Asamblea de Madrid en un tercio, y Ciudadanos, aquella formación política que hace unos años fue promovida por sectores «modernos» del empresariado como un «Podemos de derecha», que conoció una efímera primavera y ahora se quedó sin ningún cargo en el parlamento madrileño después de haber sido casi borrada del mapa en Cataluña, la región en que nació. El batacazo en sentido rioplatense lo dio, sobre todo, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, representante del ala más derechista del Partido Popular (PP), que creció mucho más que lo que preveían los sondeos y obtuvo un resultado mayor que los tres partidos de la oposición de izquierda y progresista agregados. Y, en menor grado, también festejó Más Madrid, filial capitalina de Más País, escisión de Podemos que aspira a ocupar el espacio verde. Más Madrid creció en cuatro diputados y superó en votos al PSOE, todo un triunfo, visto por el ojo de la cerradura de la interna progre local. Los ultraderechistas de Vox ganaron, por su lado, un escaño. Y Unidas Podemos (UP) detuvo la hemorragia que todos le pronosticaban antes de que su líder, Pablo Iglesias, saltara al ruedo madrileño; aumentó en tres diputados su representación en la asamblea capitalina, pero no logró salir de la última posición en el tablero, y, sobre todo, fracasó en su principal apuesta: que el «frente antifascista» (PSOE-UP-Más Madrid) superara la suma de derecha y extrema derecha (véase «La batalla de Madrid», Brecha, 16-IV-21).

Muy lejos se estuvo el martes del escenario planteado por Iglesias: el PP se quedó a las puertas de la mayoría absoluta y solo necesitará que Vox se abstenga durante la votación de investidura (cosa que ya tiene asegurada) para gobernar en solitario. Ese resultado motivó que en la noche del martes Iglesias anunciara su retiro de la vida política institucional. Fue la gran noticia de la jornada, casi tan resaltada por los medios –a veces, incluso, más– como la victoria de Díaz Ayuso, que, en definitiva, no se aseguró más que completar el período de gobierno para el que fue elegida en 2019.1

La salida de Iglesias adquirió, para propios y extraños, la dimensión de una minirrevolución. Exultantes, Díaz Ayuso y Rocío Monasterio, la candidata de Vox, festejaron. Habían logrado lo que con tanta pasión buscaron por años: que quien más les hizo frente abandonara la escena. La dirigente del PP ya había gritado victoria cuando Iglesias dejó su cargo de vicepresidente segundo en el gobierno de coalición PSOE-UP para enfrentarla en Madrid. «España me debe un favor: haber logrado que Iglesias se vaya del gobierno», dijo entonces. Y Monasterio le había lanzado a Iglesias, durante un debate preelectoral, que comunistas como él no tenían espacio en Madrid, en la política, en España. «Que se vaya», gritó, mientras Iglesias abandonaba el debate luego de que ella se negara a condenar las amenazas de muerte bien explícitas (un sobre con cuatro balas en su interior) que él y su familia, así como dos altos funcionarios socialistas, habían recibido días antes. «No se puede hablar con el fascismo», dijo entonces el dirigente de UP, arrastrando poco después a los candidatos del PSOE y Más Madrid a dejar también el debate y creando un nuevo hecho político. La elección madrileña cambió entonces de tono y se trasladó a un frente en el que Iglesias pensaba que la izquierda y el progresismo tenían todo que ganar, en todo caso el único en el que les veía posibilidades de triunfo: el de contraponerse a Vox y a un PP ya ultraderechizado, apelando no solo al rechazo a la gestión de Díaz Ayuso, sino también a una reacción antifascista.

CUENTAS ERRÓNEAS

Los cálculos de Iglesias resultaron, sin dudas, equivocados. El ahora exlíder de Podemos y UP, la alianza de su formación con Izquierda Unida, pensó que con lograr una movilización electoral masiva la cosa estaba semiganada. Quienes debían movilizarse eran los habitantes de los barrios populares, reservorio tradicional de la izquierda que en varias de las elecciones más recientes, desilusionados con la oferta del progresismo, se refugiaron en la abstención, permitiendo el triunfo de la derecha. Al PP le había bastado el voto masivo en su favor del 30 por ciento más rico de la población, mientras que buena parte del 70 por ciento restante se había quedado en casa.

Con Iglesias en la cancha, movilización masiva hubo, pero no en el sentido que quería el dirigente de UP. Y no porque no lo hubiera intentado: el exprofesor de ciencias políticas se trilló todo el antiguo cinturón rojo y los barrios populares del sur y el oeste de la capital echando mano de una épica que se parecía mucho a la de la vieja izquierda, que, en sus orígenes, allá por 2014, Podemos rechazó por disfuncional para los nuevos tiempos. Iglesias convocó a los reflejos antifascistas, a la tradición obrera y republicana. Plantó cara. Fue al choque directo. Le bastó para salvar los muebles y recuperar 80 mil votantes, pero hasta ahí. Aunque tuvo sus mejores resultados en las áreas de rentas más altas, Vox superó a UP en casi todos los distritos populares, incluso en los más emblemáticos. «Es evidente que al día de hoy no soy una figura que contribuye a sumar y que soy un chivo expiatorio que moviliza los afectos más oscuros», dijo tras conocer el escrutinio, antes de citar un fragmento de «El necio», la canción de Silvio Rodríguez («No sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui»), y marcharse.

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Mucho se especula hoy con que a Iglesias le dolió también que Más Madrid haya largamente duplicado los votos de UP. No eran muy distintas las propuestas de los hermanos adversarios: reivindicación de lo público, impuestos a los más ricos, democratización de la gestión de la ciudad, castigo a la corrupción de las elites. Pero la candidata de Más Madrid, Mónica García, una anestesióloga que viene de las mareas blancas en defensa del sistema de salud estatal, comunicó una imagen de mayor cercanía que un Iglesias convertido por los partidos de derecha en el malo malísimo de la película, encarnación del «totalitarismo comunista», a pesar de que el programa de su partido no ameritaba tal encarnizamiento. Pero por algo se la agarraban con él y no con otros, por algo se la tenían jurada a él y no a otros.

En una columna publicada este miércoles en la revista digital Ctxt, Gerardo Tecé pone en su sitio la figura del hombre de la coleta: «En un país que consigue malvivir cada mañana gracias al autoengaño, Iglesias pasará a la historia porque decidió llamar a las cosas por su nombre. Nunca antes desde la tribuna del Congreso habíamos visto a nadie recitar los nombres y apellidos de quienes controlan en privado el poder empresarial y mediático que condiciona y maltrata la vida pública. Nunca un líder fue tan perseguido en España. Nunca nadie recibió tantas amenazas e insultos, nadie fue tan señalado. Nunca, en este país enfermo de corrupción, los juzgados y los medios de comunicación trabajaron tanto para fiscalizar cada paso de quien hoy se va de la política limpio a pesar de mil denuncias. Nunca antes se superó la línea roja de lo privado ni se acosó y señaló el domicilio privado y la familia. Nunca antes un partido llegó con tanta efectividad ni tan pocos medios y tantos vetos y dificultades al gobierno de España».

A pesar del anunciado retiro de la vida política del odiado ogro, en las afueras de la casa de Iglesias –que comparte con la ministra de Igualdad, Irene Montero, y sus tres hijos– al menos hasta el miércoles seguían acampando grupejos de ultraderechistas. Están ahí hace más de un año, todos los días, alternándose las 24 horas y confraternizando, en ocasiones, con algunos de los policías que deben cuidar a los acosados.

TRUMPISMO A LA MADRILEÑA

La partida de Iglesias se da en un momento paradójico: por primera vez el PSOE es ampliamente superado en Madrid por partidos a su izquierda, ambos salidos de una de las vertientes de aquella «indignación» que hizo carne en el movimiento de las plazas del 15M, del que la semana próxima se cumple una década. Pero el contexto de entonces era de ofensiva y de cierta ilusión de asalto a los cielos, de que por fin el miedo cambiara de bando. Hoy todo aquello suena muy muy lejano y ya nadie canta consignas como: «PSOE y PP la misma mierda son». Quienes sienten cierta nostalgia –y si no nostalgia, cierta cosita– por aquel momento de impugnación piensan que para los movimientos a la izquierda del PSOE es momento de barajar y dar de nuevo.

Tecé cree, por otro lado, que, así como la presidenta de la Comunidad de Madrid ha sabido leer como pocos el trumpismo-ambiente reinante hoy en su provincia, la izquierda reprobó esa materia. Entre las grandes capitales occidentales, Madrid es hoy –acaso junto con Buenos Aires y San Pablo– una anomalía, al estar gobernada por una derecha desprejuiciadamente neoliberal. Díaz Ayuso, escribe el columnista de Ctxt, «encarna a la perfección esa versión local, de cercanía, a la madrileña», del trumpismo, de cervezas en la calle, de invitación a la fiesta y al desbunde, a pesar de que Madrid tiene los peores índices de muertes por habitante de Europa, de que sus CTI están desbordados, de que crecen las colas del hambre y de que, si no fuera por el Estado central, los más pobres no recibirían subvención alguna. «[Su victoria], aplastante, llega a pesar de su gestión sanitaria, objetivamente desastrosa y demostrable datos en mano. Llega a pesar de unas cifras económicas que, en la media nacional, no justifican haber hecho de Madrid la capital europea del virus. Llega a pesar de –o más bien gracias a– un discurso vacío que supera la línea del esperpento en cada aparición televisiva. Un discurso que, en otros tiempos, hubiera sido perfectamente confundible con un sketch de humor. Pero no son otros tiempos, son los de ahora», agrega.

No muy distinto opina Enric Juliana, editorialista del muy serio diario catalán La Vanguardia, para quien Díaz Ayuso logró darle la vuelta a aquella máxima según la cual la izquierda era más permisiva y libertaria que la derecha. Como Horacio Rodríguez Larreta en Buenos Aires, en Madrid Díaz Ayuso «abre» mientras el gobierno nacional «socialcomunista» propugna el cierre. «Díaz Ayuso ha logrado fijar un marco: “La izquierda gestiona la muerte y yo gestiono la vida”. En estos momentos, la pulsión social, sobre todo teniendo en cuenta que las vacunas ya están circulando, es la de salir, respirar, pensar en el próximo verano», dice Juliana en una entrevista reciente (Noticias de Gipuzkoa, 3-V-21). Recuerda también que en Madrid «se concentra el aparato del Estado español y un poder mediático muy imbricado con la política» (La Vanguardia, 5-V-21), y que en la capital y sus inmediaciones hay una buena proporción de ricos, de gente de capas medias altas que teme que se le fijen nuevos impuestos, que se le quiten privilegios, y una clase media baja rentista que ha sido ganada por el miedo a que le quiten sus pocos bienes. Para todos ellos, la cosa no va de fascismo o democracia, y si fascista es una gestión que cuida sus intereses, pues bienvenido el fascismo, como ironizó el alcalde de Madrid, también del PP, señala otro columnista de Ctxt, Xandru Fernández. Y tampoco va de democracia o fascismo para los sectores populares, prendidos a la fantasía trumpiana, que votaron al PP comprando espejitos de colores.

Iglesias quería que «la mayoría social hable». Habló y su palabra no agradó. «Habrá que ver cómo corregir estos errores», se dijo en los cuarteles generales de Podemos, donde, de todas maneras, el vacío dejado por su fundador se hará sentir con fuerza en los próximos tiempos. También lo sentirán, sin duda, algunos de los que, a pesar de todas las diferencias, fueron sus aliados a nivel del Estado español, como los independentistas vascos y catalanes, con quienes el retirado dirigente soñaba construir un nuevo «bloque histórico» al que sumar al menos a una parte del PSOE. «A Pablo Iglesias, respeto eterno», tuiteó uno de los referentes de Izquierda Republicana de Cataluña, Gabriel Rufián. Madrid queda hoy cada vez más lejos, afirmó, y en tiendas de su partido hubo quienes le sugirieron a Iglesias irse a vivir a Barcelona y luchar por una Cataluña independiente y republicana, donde habrá, casi seguramente, dijeron, una base más propicia para implementar políticas de izquierdas que en la capital del reino y en el reino todo…

1. Díaz Ayuso convocó a estas elecciones anticipadas aprovechando que en otra ciudad, Murcia, Ciudadanos había roto la alianza con el PP. Calculó que los vientos le eran favorables para deshacerse de su aliado y aspirar a gobernar en solitario o, en todo caso, con Vox, partido con el que comparte valores (véase «No contaban con mi astucia», Brecha, 19-III-21).

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