Como para cualquier movimiento de liberación nacional, resolver la contradicción entre la oligarquía y el pueblo fue el fundamento de la lucha de los tupamaros a fines de la década del 60 y el éxito de su penetración en amplias capas de la sociedad, sin exclusiones de clase. Un gran frente en el que sólo estaba prohibida la entrada a los grandes terratenientes, a los banqueros, a los especuladores y a los representantes del capital imperial. A comienzos de los setenta, Liber Seregni, presidente del Frente Amplio (FA), convocó a resolver esa contradicción por medios legales, apelando al artiguismo y al antimperialismo. Esa bandera, que para muchos es un anacronismo, fue agitada ahora por la candidata a vicepresidenta del partido de gobierno, Graciela Villar, a pesar de que para algunos de sus colegas dirigentes en el FA la síntesis de la contradicción huele a “sesentismo”.
En el progresismo hace rato que el detergente viene blanqueando todo vestigio de “radicalismo”, de “inconformismo” y de “cortoplacismo”, supuestos excrementos del sesentismo. La desinfección ideológica de la izquierda ya no asombra. En cambio, cierto resabio romántico dificulta admitir cómo la lejía política ha diluido hasta las referencias identitarias en algunos dirigentes que antes fueron, de cierta manera, referentes del pasado tupamaro. Es el caso de la vicepresidenta Lucía Topolansky, para quien un discurso combativo, como el que pronunció Villar en el Plenario del FA el jueves 18, “es un error”. Villar denunció el “brutal proyecto neoliberal que arranca con (Luis) Lacalle Pou y termina con (Guido) Manini Ríos”, a quien calificó como representante de una línea “bolsonarista”, en referencia a la política del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.
Topolanky no puede “meter en la misma bolsa” al líder de Cabildo Abierto, quien, entre otras cosas, ubicó en el cuarto lugar de su lista a la Convención de Montevideo al militar retirado Eduardo Radaelli, participante en la desaparición y el asesinato del chileno Eugenio Berríos. Topolanky no cree que Manini represente una línea bolsonarista, “entre otras cosas, porque las Fuerzas Armadas uruguayas fueron siempre distintas a las brasileñas y a las argentinas”. Esa increíble afirmación va mucho más allá de gambitos electorales (“estoy dispuesta a negociar en un futuro gobierno con Manini Ríos si este llega al Parlamento”). Sería bueno (para llegar al fondo de su pensamiento y su metamorfosis política) que la vicepresidenta explicara cuáles son las diferencias. ¿Son cuantitativas: los militares uruguayos desaparecieron menos prisioneros, asesinaron menos gente, violaron menos mujeres? ¿O son cualitativas: torturaron con menos saña, fueron más cuidadosos a la hora de robar, mintieron con mayor facilidad? ¿Está hablando del mismo que asesinó a Gutiérrez Ruiz, a Michelini, a León Duarte, a Gerardo Gatti y a Benjamín Liberoff, y planificó los asesinatos de Wilson Ferreira y Hugo Cores? Si algo diferencia a las Fuerzas Armadas uruguayas de las argentinas y las brasileñas es la rapidez con la que abandonaron un pasado de respeto democrático y, en menos de dos años, se convirtieron en paladines de la seguridad nacional, es decir, del terrorismo de Estado.
¿Dónde estaba, Topolansky, y dónde está? Cosas veredes, Sancho.