Los dioses vuelven a casa - Semanario Brecha
Camboya y el robo de arte por los museos de Occidente

Los dioses vuelven a casa

Aunque cientos de esculturas robadas han debido ser devueltas en la última década, grandes museos y colecciones estadounidenses y europeas aún conservan miles de piezas del arte de Camboya, donde son parte de una cultura y espiritualidad vivas.

Estudiantes camboyanos frente a una escultura con joyas de oro antiguas de la era Angkor, en el Museo Nacional, en Phnom Penh, Camboya. AFP, TANG CHHIN SOTHY

El invierno pasado visité una diosa robada en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (el Met). El letrero decía que fue tallada a mediados del siglo X en el estilo de Koh Ker, un lugar remoto del norte de Camboya que por un corto tiempo fue la capital del Imperio jemer. Sus características esculturas comenzaron a aparecer en el mercado internacional de arte a fines de la década del 70, durante el genocidio camboyano.

Hace una década, Bradley Gordon, un abogado nacido en Estados Unidos, se dispuso a averiguar cómo fue que las esculturas saqueadas salieron de Camboya. Recorriendo de arriba abajo y de abajo arriba el único camino hacia Koh Ker lo suficientemente grande como para dar paso a camiones, Gordon y su equipo entrevistaron a los locales. En 2019, alguien les dijo que buscaran a un hombre llamado Toek Tik. Ese había sido, insistió el informante, el líder de un equipo de decenas de saqueadores que asolaron Koh Ker.

Cuando Gordon lo encontró, Tik tenía cáncer de páncreas y estaba decidido a hablar. Antes de morir, quería ayudar a los dioses a volver a casa. Al ver fotografías de la diosa del Met, Tik llevó a los arqueólogos camboyanos al lugar donde la descubrió, en 1997: una pieza de un complejo de templos que conduce a una pirámide de siete pisos dedicada a Shiva. El trabajo secular de los monzones había llenado la habitación de cieno. Cuando los arqueólogos hundieron su pala, encontraron un pedestal vacío y parte de una losa donde se anclaba un pie, roto a la altura del tobillo.

Tik dijo haber encontrado a la diosa junto a una escultura de Shiva, lo que quiere decir que ella es su consorte, Uma (también conocida como Parvati). Uma fue una de las muchas esculturas que Tik vendió a un traficante de arte británico, Douglas Latchford, que visitó Koh Ker tras viajar desde Bangkok ofreciéndose a comprar cualquier escultura que los aldeanos pudieran descubrir. Latchford vendió las estatuas a coleccionistas privados y museos de todo el mundo.

Gordon estima que Latchford ganó 100 millones de dólares durante su carrera, que alcanzó su fin en 2019, cuando fue procesado por la Justicia estadounidense. Latchford murió al año siguiente. Su hija entregó a Camboya la computadora de su padre y las 125 esculturas que heredó de él en 2021. Las autoridades de Nom Pen le pidieron al Met que devolviera 45 piezas de arte, incluida Uma, con base en información de excavaciones, entrevistas con exsaqueadores y registros de Latchford.

En noviembre de 2022, Uma seguía en el museo neoyorquino. Pasé varias horas en la galería y solo vi a un puñado de visitantes reparar en ella de camino a exposiciones más populares. Cuando me agaché para mirar los muñones en las piernas de Uma, vi un filamento cubierto por el polvo, quizás un cabello humano, colgando de su falda. Eric Bourdonneau, un arqueólogo francés, creó un modelo digital que muestra la alineación de la pierna izquierda de la diosa con el pie que se quedó en Koh Ker.

A principios de este año, el Met retiró de la vista del público a Uma y varios otros artefactos buscados por Camboya, pero, en junio, Gordon anunció que el museo sigue sin cooperar con los reclamos camboyanos.

***

Conocí a Gordon en Nom Pen hace un año. Había accedido a llevarnos a Koh Ker y Angkor a mí y a Ashish Dhakal, un periodista nepalí, activista por la repatriación de piezas de arte. Antes yo había pasado casi una semana en el Museo Nacional de Camboya. Inaugurado en 1920, fue diseñado por George Groslier para albergar los artefactos que los arqueólogos de la Indochina francesa no incluían en sus envíos a París. Groslier amplificó las formas arquitectónicas de los templos budistas locales con el fin de crear un edificio que nunca había sido necesario en una región donde el arte sagrado tendía a permanecer en su lugar.

Una mañana vi a una integrante del personal inclinarse ante una escultura del Buda reclinado, antes de quitarle el polvo con largos movimientos suaves. Otro se subió a una escalera y continuó pasando un plumero con los colores del arcoíris sobre los hombros de un Krishna mucho después de que el último resto de polvo se hubiera ido. Una tarde vi a una hormiga poner una camada de huevos en el brazo roto de una escultura. Los huevos cayeron al suelo y una mujer los barrió cantando tan bajo que apenas podía oírse su voz entre los golpes de la escoba.

Gordon había hecho arreglos para que nos reuniéramos con Chhay Visoth, el director del museo. Pregunté por las tazas de agua y café que todos los días había visto dispuestas sobre un bloque de piedra, semioculto entre los arbustos cercanos a la cafetería del museo, junto a un jarrón con palitos de incienso a medio quemar. Visoth me dijo que el personal del museo servía las tazas cada mañana como ofrenda a los espíritus. Muchos camboyanos, tanto visitantes como miembros del personal, consideran que el museo es un lugar sagrado. Mientras hablábamos en el patio, una familia apareció con una bolsa de plástico llena de flores de loto. Pusieron las flores en los brazos de una copia de cemento de Preah Kum Long, el Rey Leproso.

El original de piedra del siglo VIII estuvo en Angkor hasta 1967, cuando un ladrón principiante trató de serrucharle la cabeza. La escultura fue transferida al museo por razones de seguridad y ahora se encuentra cerca del patio que acoge a su réplica. Los colmillos que asoman en su boca lo identifican como Yama, el dios hindú de la muerte. Pero con el tiempo –que rompió sus dedos– y el cambio de religión oficial del hinduismo al budismo en el siglo XIII, la población aprendió a verlo como un legendario rey de Angkor aquejado por la lepra.

Visoth dijo que mucha gente viene al museo en busca de un nuevo lugar de adoración después de dejar el campo por la ciudad. Más del 90 por ciento de los camboyanos se identifican como budistas. Dhakal le preguntó a Visoth por qué los visitantes budistas veneran esculturas de deidades hindúes. Le preguntamos lo mismo a varias personas y todas respondieron lo mismo: las formas de la estatua elegida por los espíritus no son lo importante.

Incluso los saqueadores les rezan a los espíritus de las esculturas antes de llevárselas, pidiéndoles perdón. Tik le dijo a Gordon que su equipo una vez volteó una estatua y dentro de su pedestal encontró láminas de oro mezcladas con huesos. Tik tomó los huesos y los hilvanó en la forma de un collar. Lo usó para mostrar a sus hombres que los espíritus no les harían daño. Su esposa cortó el collar mientras Tik dormía y volvió a enterrar los huesos.

***

En la ruta hacia el norte desde Nom Pen, le pregunté a Gordon cómo había aprendido acerca del saqueo de patrimonios culturales. «Fui al Museo Británico», dijo con sequedad.

Llegamos a Koh Ker y subimos a la pirámide, agobiados por el calor. Las personas que viven en las aldeas que rodean el sitio habían colocado flores frescas en la cúspide. El rey Jayavarman IV convirtió a Koh Ker en su capital en 928. Aunque él y su hijo Harshavarman II reinaron allí durante apenas dos décadas antes de que la capital volviera a estar en Angkor, construyeron cerca de 20 templos. Uno de ellos, Prasat Chen, supo estar lleno de docenas de figuras monumentales que representaban escenas del Mahabharata. Esas esculturas fueron saqueadas en la década del 70; muchas fueron vendidas por Latchford. Algunas han vuelto. Una galería en el Museo Nacional de Camboya tiene un grupo de cinco estatuas provenientes de una de las habitaciones de Prasat Chen. El guerrero Bhima, uno de los legendarios Pandavas, se enfrenta en lucha a muerte con su primo Duryodhana. Sotheby’s y el Museo Norton Simon los devolvieron en 2014. El dios Balarama y los gemelos Nakula y Sahadeva se agazapan cerca, esperando el resultado del duelo. Fue Christie’s que entregó uno de ellos, mientras que los otros dos esperaron de rodillas durante años flanqueando la entrada a la galería que el Met destina al arte del sudeste asiático. El museo renunció finalmente a su posesión en 2013, en parte debido a la forma en que sus piernas rotas coinciden con los fragmentos que aún perduran en Koh Ker. Gordon nos dijo que cientos de esculturas han regresado a Camboya y cientos más han sido prometidas. Miles, probablemente, siguen desaparecidas.

Vine a Koh Ker esperando encontrar un sitio arqueológico como los visitados en Grecia e Italia, donde se guardan imágenes de divinidades que fueron adoradas por última vez hace siglos. Pero en Koh Ker los dioses siguen vivos. Las paredes de los templos se han derruido en la confusión de la selva y la gente ignora los nombres originales de los dioses para los que fueron construidos esos santuarios, pero sigue trayendo incienso, flores y velas, como a cualquier otro templo. No lo hace a la manera del anticuario ni del restaurador de creencias perdidas. Simplemente lo hace.

En la última noche de nuestro viaje, después de pasar el día en los templos de Angkor, Dhakal y yo fuimos a un drag show en Siem Reap. Una de las intérpretes se volvió lentamente mientras cantaba «I Will Always Love You». Su vestido dejaba a la vista un tatuaje de las torres de Angkor Wat que cubría su espalda de lado a lado. Yo había tomado ese día una foto de Dhakal posando frente a esas torres. La silueta del monumento estaba dibujada en la lata de cerveza Angkor que yo estaba bebiendo y en la camiseta con la inscripción Angkor what? de un turista británico al que había visto en el Museo Nacional.

Hay muchas maneras de experimentar la escultura jemer. Su belleza puede sobrecogernos, podemos meditar sobre el curso de la historia humana, orar a los espíritus u ocupar nuestro tiempo libre una mañana camino a la playa. Podemos alternar entre estas experiencias tanto como queramos: no se necesita ser camboyano para adorar las esculturas o turista para aburrirse de ellas. Pero mientras los amantes del arte pueden obtener lo que deseen del arte de Camboya donde sea que se encuentre, incluso en forma de réplicas, los fieles no pueden interactuar con sus dioses en el Museo Metropolitano de Nueva York.

(Publicado originalmente en London Review of Books. Traducción y titulación de Brecha.)

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