El 6 de octubre, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se vanagloriaba de que su país se «está defendiendo simultáneamente en siete frentes». Los enumeró: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irán e Irak. «El mundo entero está impresionado por los golpes que estamos asestando a nuestros enemigos», dijo, mientras visitaba a sus tropas en el norte de Israel, y aseguró que llegará el día en que se recordará a su gobierno como aquel que permitió frenar a los «enemigos de la civilización».
A los pocos días sumó un nuevo adversario en la región: los cascos azules de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para Líbano (Unifil, por sus siglas en inglés), conminados por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) a emprender la retirada de las zonas de combate con el grupo islamista proiraní libanés Hezbolá. Según Netanyahu, Hezbolá estaría lanzando ataques contra las FDI desde posiciones cercanas a bases de la ONU, utilizando a los cascos azules como «escudos humanos». El italiano Andrea Tenenti, portavoz de la Unifil, le dijo al diario madrileño El País (martes 15) que eso no le consta y que en todo caso Israel no tiene derecho alguno a emprenderla militarmente contra los cascos azules, como lo ha hecho «reiteradamente» en los últimos días, incluso ingresando con tanques en una de sus bases. «Netanyahu no puede dictar el destino de una misión decidida por la comunidad internacional», afirmó también Tenenti. «Si el gobierno libanés nos dijera: “Váyanse”, nos iríamos», porque la misión fue desplegada a petición de Beirut y ordenada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero «nunca lo haríamos a petición de las autoridades israelíes. Eso es muy claro», agregó el italiano. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, dijo el fin de semana que las FDI podrían estar incurriendo en «crímenes de guerra» y la Unifil consideró en un comunicado que «todo ataque deliberado contra las fuerzas de mantenimiento de la paz es una grave violación del derecho internacional humanitario». «Los cascos azules no se irán», dijo, por su lado, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. Y en el mismo sentido pareció pronunciarse la posfascista Giorgia Meloni, primera ministra italiana y una de las más sólidas aliadas de Israel en la Unión Europea. Italia, con 1.000 efectivos, y España, con cerca de 800, están entre los países que más tropas aportan a la misión de la ONU en Líbano, que cuenta en total con unos 10 mil soldados provenientes de una cincuentena de naciones. También Lloyd Austin, secretario de Defensa de Estados Unidos, le pidió «moderación» a su dilectísimo aliado en Oriente Medio. Conténgase, hombre, y deje por lo menos a las Naciones Unidas de lado, le sugirió a su par israelí, Yoav Galant.
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Pero Netanyahu es un duro que a estas y otras advertencias similares poca pelota les ha dado en todo este año y poca pelota les dará, sabiendo que, digan lo que digan, sus socios terminarán tendiéndole la mano (y las armas y el dinero) y, digan lo que digan, en Naciones Unidas poca y nula fuerza tienen para torcérsela. «Lo venimos reclamando hace varias semanas: los cascos azules deben retirarse de las zonas de combate» en el sur del país, repitió en tono de amenaza el lunes 14, y anunció que «Israel seguirá atacando a Hezbolá sin piedad en todo Líbano, incluyendo Beirut». Un día antes el grupo chiita había lanzado su más fuerte ataque en territorio israelí, matando a cuatro soldados de las FDI.
El martes 15, el Ministerio de Salud de Líbano informó que desde el 8 de octubre de 2023, cuando recomenzaron los combates entre Hezbolá e Israel, un día después de los ataques conducidos por el grupo palestino Hamás en Israel, han muerto en el país más de 2.300 personas, la gran mayoría como consecuencia de ataques de las FDI. Dos terceras partes de las víctimas murieron en las últimas semanas, desde que a fines de setiembre Israel inició una campaña de bombardeos concentrada en el sur y en el este del país. El gobierno libanés dijo que esos ataques han sido «indiscriminados» y han provocado bastantes más muertes de civiles, sobre todo de mujeres y niños, que de combatientes de Hezbolá, el mismo patrón –a escala menor, es cierto– seguido por las FDI en la Franja de Gaza. Los bombardeos israelíes han tomado como blanco a convoyes humanitarios y esta semana se extendieron a una zona de mayoría cristiana en el norte del país, donde murieron más de 20 personas en un solo día.
La ofensiva israelí ha conducido también a desplazamientos masivos de población de al menos 1,2 millones de personas. Una cuarta parte de los desplazados atravesaron la frontera hacia Siria, y hasta ahí mismo los ha perseguido la aviación israelí.
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Mientras tanto, en Gaza la cosa –el genocidio, vamos– sigue metódica, impiadosamente. El 1 de octubre, mientras invadía Líbano por tierra, Israel comenzó en el norte de la Franja una nueva ofensiva. Desde entonces, y en menos de dos semanas, ha asesinado y herido a otros cientos más de palestinos, muchos de ellos en escuelas ahora convertidas en lugares de amontonamiento de desplazados, y en campamentos de refugiados supuestamente seguros. Las tropas israelíes dieron la orden de evacuación de los tres hospitales que mal que bien se mantenían en la zona y dispusieron nuevos desplazamientos de la población, ahora hacia el sur de la Franja. Vayan a donde vayan, las bombas los persiguen. «El Ejército israelí nos ha obligado a huir por tercera vez. La gente camina por las calles sin saber a dónde ir, como si se dirigieran a la horca, llenos de miedo. El hospital en el que trabajaba ha cerrado por completo debido a los continuos bombardeos contra todo lo que se mueve. Lo que ocurre aquí es un auténtico genocidio organizado», comentó el doctor palestino Ezzideen Shehab, que operaba en el área de Jabalia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) denunció de su lado esta misma semana que Israel denegó por séptima vez el ingreso de medicamentos y otros artículos elementales para sus hospitales en el norte de la Franja.
Según el gobierno gazatí, los hospitales y los refugios han sido blanco directo y repetido de las fuerzas israelíes. En un año, según consignó, ha habido más de 190 bombardeos contra distintos espacios de acogida de desplazados. El hospital de Al Aqsa, uno de los mayores sanatorios públicos de los 15 que funcionaban en la Franja, fue atacado en los últimos días por séptima vez en un año. «Apuntamos a terroristas y nuestros objetivos han sido precisos», se justificaron las FDI.
Lo que está haciendo actualmente Israel en el norte de Gaza es «una horrible atrocidad», denunciaron en un comunicado 38 organizaciones humanitarias encabezadas por Oxfam. «Están borrando del mapa a toda una zona. […] Los heridos llegan a raudales, niños, ancianos, víctimas de los ataques aéreos israelíes, y no hay recursos para atenderlos. Bajo el pretexto de la evacuación, las fuerzas israelíes han ordenado el desplazamiento forzado de unos 400 mil palestinos atrapados», y lo están llevando a cabo «a tiros» (El País de Madrid, 16-X-24).
Paralelamente, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA, por sus siglas en inglés) alertó nuevamente sobre la «extensión del hambre en toda Gaza». «No llegan los alimentos, no llega la ayuda humanitaria, Israel bloquea todo», dijeron altos funcionarios de esta organización que desde hace décadas asegura el funcionamiento de los servicios médicos y educativos en Gaza y Cisjordania, y a la que Israel pretende expulsar de tierras palestinas pretextando que «es un nido de terroristas». Decenas de trabajadores humanitarios de la UNRWA han sido asesinados bajo las bombas de las FDI en este año. «Expulsarnos, aniquilarnos, forma parte de la operación de exterminio de que son víctimas los palestinos», no se cansan de repetir sus responsables, entre ellos su director, el suizo Philippe Lazzarini.
A tal grado ha llegado la política de hambrear a la población palestina denunciada entre otros por la UNRWA que los propios Estados Unidos ya no pueden negarla, como de hecho lo venían haciendo hasta ahora. «El gobierno de Israel ha dicho que esa no es su política, que no se cortarán los alimentos ni los servicios esenciales, pero estaremos atentos para ver si las acciones de Israel en el terreno coinciden con esta declaración», dijo el miércoles 16 ante el Consejo de Seguridad de la ONU la representante de Washington, Linda Thomas-Greenfield. Unos días antes, el domingo 13, el secretario de Defensa Lloyd Austin y el secretario de Estado Antony Blinken habían enviado una carta al Ejecutivo de Netanyahu en la que le advertían que, si en 30 días no mejora la situación humanitaria en la Franja, podría peligrar la cooperación militar estadounidense con Israel. Washington reclamó que pueda asegurarse la llegada a la Franja de unos 350 camiones por día con ayuda humanitaria y la apertura de nuevos pasos para el encaminamiento de esa asistencia. Antes del 7 de octubre eran 500 los convoyes humanitarios que desembarcaban por día en un enclave que estaba en pie. «Hoy, en una Franja destruida y con su población tan afectada, se necesitarían muchos más», según la OMS, pero desde el 1 de octubre no ha llegado ninguno, bloqueados manu militari por Israel. «No se está permitiendo la entrada de alimentos en la zona, y los civiles están muriendo de hambre mientras bombardean sus casas y sus tiendas de campaña», decían las 38 ONG humanitarias en su comunicado. El miércoles 16 Tel Aviv anunció que permitiría el paso de 50 camiones…
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Las «conminaciones», las advertencias, los ultimátums de Estados Unidos hacia Israel son raros, rarísimos, pero a veces, como ahora, se producen. De tanto en tanto, Washington «se preocupa» por las transgresiones o «excesos» de su socio, y traza «líneas rojas». Pero invariablemente acaba lavándose las manos, acusando a lo sumo a Netanyahu de ser un electrón libre, incontrolable. A veces aprieta, pero nunca ahorca, y lo más habitual es que ni siquiera apriete: veta en Naciones Unidas resoluciones de cese el fuego y, sobre todo, jamás frena sus envíos de armas. Por el contrario: los incrementa. ¿Habrá que creerles ahora?, ¿o las nuevas advertencias de Blinken, Austin y compañía a su socio no son más que una nueva puesta en escena sin mayores consecuencias?, se preguntó la periodista española especializada en Oriente Medio Olga Rodríguez. Buena parte de esta presión de hoy, más acentuada que lo común, podría deberse al contexto electoral estadounidense y a la rebelión de una franja del electorado demócrata que ve con muy malos ojos la complicidad del gobierno de Joe Biden y de su vicepresidenta y candidata oficialista a la Casa Blanca, Kamala Harris, con las masacres israelíes en Gaza, dijo la periodista, analista internacional del digital elDiario.es. Ya pasará, señaló. Y trajo a colación nuevos informes sobre la cooperación estadounidense con Israel que dan cuenta de un aumento continuo de la asistencia militar incluso en los momentos en que su diplomacia manifestaba «preocupación», «inquietud» o protestaba por las «desproporcionadas» cifras de civiles muertos en Gaza y las maneras de Netanyahu.
Según un documento del proyecto Costos de la Guerra de la Universidad Brown, difundido al cumplirse el primer aniversario de los ataques del 7 de octubre de 2023, a lo largo de este año Estados Unidos destinó al menos 17.900 millones de dólares en ayuda militar a Israel, un récord. Los investigadores Linda B. Bilmes, profesora de la Facultad de Gobierno John F. Kennedy de Harvard, William D. Hartung y Stephen Semler indicaron en ese documento que Israel ha sido el mayor receptor de ayuda militar estadounidense a lo largo de la historia, con 251.200 millones de dólares ajustados a la inflación desde 1959 (AP News, 7-X-24). La tendencia no se modificará al menos en un tiempo prudencialmente largo, afirmó Bilmes en declaraciones a los medios, porque Israel es una pieza absolutamente indispensable del esquema estadounidense en todo Oriente Medio y más allá, y esa condición lo pone al abrigo de cualquier desavenencia circunstancial. De ahí que altos funcionarios políticos y militares estadounidenses hayan coincidido apenas unos días atrás, cuando Netanyahu ya había concretado la invasión terrestre de Líbano y lanzado sus nuevas operaciones de exterminio en el norte de la Franja de Gaza, en que Israel siempre podrá contar con el apoyo de Washington «para asegurar su defensa y protegerse de sus enemigos». El fin de semana pasado, Pat Ryder, portavoz del Pentágono, anunciaba, «por orden del presidente Biden», el próximo despliegue en Israel de una batería antimisiles THAAD y de tropas estadounidenses. «Esta acción subraya el férreo compromiso de Estados Unidos con la defensa de Israel, y con la defensa de los estadounidenses en Israel», agregaba el vocero.
El politólogo y profesor de Relaciones Internacionales italiano Francesco Strazzari recordó en el diario Il Manifesto (14-X-24) un reciente editorial del New York Times según el cual los destinos de ambos países están imbricados y Estados Unidos se juega demasiado en los éxitos o fracasos de su aliado. «Difícil será para los historiadores», apuntó Strazzari, «hablar en el futuro de Estados Unidos como de esa superpotencia que quiso pero no pudo frenar el furor bélico de Israel».
En una larga y fuerte entrevista (El Salto, 13-X-24), el exministro de Economía griego Yanis Varoufakis sugirió, por su lado, que nadie debería dejarse confundir por los escarceos que pueda haber en algún momento entre Washington y Tel Aviv. Hay, por una parte, una comunidad básica de intereses entre el proyecto sionista y el complejo militar industrial estadounidense y, por otra, una dependencia absoluta de Estados Unidos de su presupuesto de defensa, consideró Varoufakis. Ambos factores se combinan y producen esta mezcla explosiva. «El presupuesto de defensa es el programa de inversiones de Estados Unidos. Es su programa de estímulo macroeconómico», lo que convierte a «estas guerras en esenciales para [su] equilibrio macroeconómico», dijo. Al mismo tiempo, «la tragedia de Estados Unidos es que no es una democracia, sino una oligarquía con un sistema de partido único que tiene dos variantes que oscilan en el poder. Si [Donald] Trump es elegido o Harris es elegida, no hay diferencia en absoluto, porque este Estado profundo de partido único [está] completamente comprometido en el proyecto sionista, coherente [a su vez] con una serie de intereses que tienen las fuerzas económicas que se esconden detrás del Estado de partido único en Washington D. C. Uno de esos intereses es, por supuesto, utilizar a Israel como una enorme base militar estadounidense en Oriente Medio para mantener a los árabes divididos, para mantener a sus gobiernos en desacuerdo con su propio pueblo y para asegurarse el acceso al petróleo, y ahora a las rutas comerciales».
Jordi Calvo Rufanges, del Centro Delàs de Estudios por la Paz de Barcelona, lo manifestó con las palabras propias de un militante pacifista. Netanyahu, escribió (elDiario.es, 14-X-24), «no es un loco solitario, es una pieza más de un puzle de responsables políticos y militares, de directivos de empresas de armas, de responsables políticos y expertos en comercio de armas, y de bancos que se han lucrado de financiar a las empresas que suministran las armas a un ejército que está cometiendo un genocidio». Ese puzle se encarna en nombres, señalaba Calvo. De países, de empresas, de personas. Y reclamaba: «Pongamos nombre a quienes tiran las bombas, a quienes aprietan el gatillo, a quienes dan las órdenes de hacerlo, a quienes entregan las armas que utilizan, a quienes las fabrican, a quienes las diseñan, a quienes las venden, a quienes dan la orden de compra y a quienes las financian». Tirar de ese piolín sería un comienzo para, al menos, tener las cosas más claras.
ONG israelíes advierten a todos los Estados que serán cómplices si Israel traslada por la fuerza a la población del norte de Gaza
Llamado a todos los Estados e instituciones internacionales
Las ONG de derechos humanos con sede en Israel pedimos hoy (14 de octubre de 2024) a la comunidad internacional que tome medidas ahora mismo para impedir que Israel traslade por la fuerza a cientos de miles de palestinos que han permanecido en el norte de la Franja de Gaza, entre otros medios negando la entrada de ayuda humanitaria esencial y de combustible. La coalición israelí por un alto el fuego, los grupos Gisha, B’Tselem, MDH-I y Yesh Din, afirmamos que hay señales alarmantes de que el Ejército israelí está empezando a aplicar silenciosamente el Plan de los Generales, también conocido como Plan Eiland*, que exige el traslado forzoso completo de los civiles del norte de la Franja de Gaza mediante el endurecimiento del asedio en la zona y el sometimiento deliberado de la población a la hambruna.
Las ONG reiteramos la advertencia de que los Estados tienen la obligación de prevenir los crímenes de sometimiento al hambre y de traslado forzoso, y que serán cómplices si, al continuar con el enfoque de esperar a los hechos consumados antes de pronunciarse, permiten a Israel liquidar el norte de Gaza. Todos los Estados e instituciones internacionales pertinentes deben actuar ahora y usar todas las herramientas a su disposición (legales, diplomáticas y económicas) para evitarlo.
B’Tselem-Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados
Gisha-Centro Jurídico para la Libertad de Movimiento
Yesh Din-Voluntarios por los Derechos Humanos
Médicos por los Derechos Humanos en Israel
* Véase «La evacuación final», Brecha, 27-IX-24.