Los que mueren sin terminar de morir - Semanario Brecha
Los que mueren sin terminar de morir

Significados inesperados

Ya no estoy tan seguro de que se trate de una casualidad reiterada. Desde que recuperé la capacidad de leer, gracias al libro electrónico, y con ello la posibilidad de acceder a bibliotecas virtuales, el azar me puso en contacto con títulos que en otras circunstancias hubiera desechado o postergado. La lectura caótica de temas y autores sin estrategias, sin prioridades, sin preconceptos (y sin sentimientos de culpa si abandono por la mitad) me retribuyó con un número insospechado de hallazgos, textos a los que difícilmente me hubiera acercado mediante elecciones razonadas. Ahora creo que hay una determinación mágica, un duende de la lectura que escoge por mí, por más que esto no lo admito en público porque es científicamente incorrecto e ideológicamente reprobable.

La gratificación que produce el hallazgo de textos ingeniosos, sutiles, disparadores de inquietudes, y por otro lado la suma de conocimientos nuevos, de cualquier rango y magnitud, que se agazapan en la memoria a la espera de que algo –una afirmación, una duda, una frase «neutra»– resucite su existencia, han fortalecido una actitud perezosa: dejar que el duende escoja por mí.

Y su última elección fue Ciudad ocupada, de David Peace, de quien honestamente no tenía noticia. Tuve que suspender la lectura apenas empezada de un libro que prometía historias de Tokio: «En este sitio, que no es un sitio, que está entre dos sitios. Los sitios donde estábamos antes y los sitios donde estaremos. Los muertos que viven, la muerte en vida. Aquí habitamos, en la tierra, con los gusanos, en el cielo, con las moscas, ya no estamos en las casas del ser. Los que ahora estamos en las casas del no ser […]. Te seguimos mirando, a través de nuestros velos, esos velos que ya no nos cuelgan ante los ojos, esos velos que ahora nos cuelgan detrás de los ojos, de hilos tejidos con nuestras lágrimas, de tramas tejidas con nuestras muertes. Te seguimos mirando, pero ya no hablamos, no podemos hablar, solo podemos articular en silencio».

No es Tokio. Es Uruguay. El Uruguay de los cementerios clandestinos, de las fosas comunes, de los desaparecidos. No me cabe duda: Peace lo escribió pensando en los desaparecidos, en nuestros desaparecidos, en los que habitan la tierra de nadie, el inframundo de la omertà, los que mueren sin terminar de morir, los que reaparecen porque no terminan de desaparecer. Por eso Peace concluyó: «Nuestras bocas siempre gritan: tu apatía es nuestra enfermedad; tu apatía, una plaga».

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