Desde que Israel lanzó su guerra de agresión contra Irán, se han barajado diversas teorías sobre el papel de Estados Unidos. Una interpretación muy difundida es que el enfoque tan diferente de la actual administración de Donald Trump hacia Teherán en comparación con el de su primer mandato fue una artimaña. Desde el principio, se dice, habría habido una decisión conjunta de Estados Unidos e Israel de atacar a Irán. Las negociaciones con Teherán se habrían convocado solo para crear en Irán una falsa sensación de seguridad y nunca se habría pretendido que fueran serias. En otras palabras, todo habría salido exactamente como estaba planeado.
Me parece excesivamente simplista. Cuando Trump asumió el cargo por segunda vez, el fracaso de su enfoque anterior ya era visible. Su renuncia en 2018 al Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), la negociación de un acuerdo nuclear con Teherán, colocó a Irán en el umbral de tener un arma nuclear. Si bien la política de «máxima presión» que reemplazó al PAIC provocó una crisis económica permanente y creciente en Irán y contribuyó a las protestas antigubernamentales, no afectó la coherencia ni la voluntad política de los líderes iraníes ni debilitó significativamente su control sobre el país. El gobierno de Trump quedó con solo dos opciones y poco tiempo para elegir: negociar un nuevo acuerdo para garantizar que Irán no adquiera ni pueda adquirir un arma nuclear o ir a la guerra para lograr este resultado antes de que expiren las disposiciones clave del PAIC en octubre de 2025. Esta última fecha es importante, ya que representa la última oportunidad para que los signatarios europeos del PAIC (Francia, Reino Unido y Alemania) reimpongan sanciones internacionales a Irán sin necesidad del consentimiento de Rusia o China.
En Washington, el nuevo gobierno estaba dividido sobre cómo tratar con Irán. Funcionarios clave, como el asesor de seguridad nacional Mike Waltz, el comandante del Centcom [Mando Central de los Estados Unidos] Michael Kurilla y allegados a Trump, como el senador Lindsey Graham, querían atacar lo antes posible y con la mayor dureza, de preferencia inmediatamente después de la investidura de Trump, el 20 de enero. Otros, reconociendo que las fuerzas antintervencionistas constituían ahora parte importante y creciente del electorado republicano, deseaban evitar otra «guerra eterna» económicamente costosa, impopular y sangrienta en Oriente Medio. Los especialistas que examinaron el asunto concluyeron, además, que el programa nuclear iraní ya no podía ser destruido únicamente con la fuerza aérea y que se requeriría un cambio de régimen en Teherán.
TRUMP Y SU CIRCUNSTANCIA
En cuanto a Trump, es visto como instintivamente bien dispuesto hacia Israel y mal dispuesto hacia Irán, pero también como alguien que tiene aversión a iniciar guerras y carece del fervor ideológico de un Joe Biden. Más concretamente, Trump hace pesar sus intereses personales, familiares y políticos por encima de todo, sin ser leal a nada ni a nadie.
En Israel, el primer ministro Benjamin Netanyahu tenía grandes esperanzas de que la segunda administración de Trump fuera un socio entusiasta para sus planes de atacar a Irán.
Los regímenes árabes clientelares de Washington –que durante la primera administración de Trump eran, por razones propias, tan entusiastas como Israel con la política de máxima presión y cambio de régimen en Teherán– habían cambiado de opinión. Los países del Golfo, en particular Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, concluyeron no solo que una guerra con Irán los expondría a una enorme destrucción, sino también que Estados Unidos e Israel eran incapaces o no estaban dispuestos a protegerlos. Para cuando Trump regresó a la Casa Blanca, no solo habían normalizado sus relaciones con Teherán, sino que utilizaban su influencia con Washington para evitar un conflicto devastador.
En marzo, Trump sorprendió a propios y ajenos al enviar una carta, posteriormente hecha pública, al líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, en la que expresaba su deseo de negociar y amenazaba con el uso de la fuerza militar si Irán se negaba. Irán rechazó las tácticas intimidatorias de Trump y la política estadounidense de «máxima presión», dijo que se negaría a participar en negociaciones directas, pero también que estaba abierto a conversaciones indirectas organizadas por Omán. Al mes siguiente, Trump, con un abatido y confundido Netanyahu sentado a su lado en la Casa Blanca, anunció que las negociaciones entre Estados Unidos e Irán comenzarían en pocos días en Mascate, la capital de Omán, y que la delegación estadounidense estaría encabezada por su enviado de confianza y secretario de Estado de facto Steve Witkoff. Trump se había enterado de que Netanyahu conspiraba a sus espaldas con Waltz y otros halcones para promover la guerra contra Irán. A finales de mes, Waltz fue enviado a pastar a las Naciones Unidas en Nueva York.
Las negociaciones entre Estados Unidos e Irán, que comenzaron a mediados de abril, se desarrollaron, por tanto, en medio de una feroz competencia dentro de la administración de Trump sobre la dirección de la política hacia Irán, pero en la que los no intervencionistas parecían tener la sartén por el mango. Para Trump, el gran premio era evitar la perspectiva de otra guerra en Oriente Medio y la satisfacción personal de triunfar donde su némesis Biden había fracasado. Para Irán, el principal atractivo era la disposición de Estados Unidos a levantar las llamadas sanciones primarias que Washington había impuesto directamente a un gran número de entidades iraníes, como resultado de las cuales cualquier interesado en hacer negocios con Estados Unidos evitaba hacerlos con Irán.
EL «MODELO LIBIO»
Durante las negociaciones, llevadas a cabo a lo largo de varios encuentros en Omán e Italia, la línea roja de Washington era una garantía férrea y verificable de que Irán no poseería una bomba nuclear. La prioridad de Irán era conservar sus derechos, bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), a tener un programa nuclear civil dentro de su propio territorio, incluida la capacidad de enriquecer uranio a bajos niveles para fines civiles. Las negociaciones dejaron un asunto clave sin resolver: cómo deshacerse de los varios cientos de quilos de uranio altamente enriquecido que Irán había producido después de que Trump abandonara el PAIC en 2018. Witkoff exigió que se retiraran del territorio iraní. Irán reclamó que permanecieran en el país bajo supervisión internacional, como póliza de seguro en caso de que Washington volviera a incumplir su acuerdo. No era un asunto que no pudiera resolverse mediante nuevas conversaciones.
Cuando se inició el acercamiento estadounidense a Irán, Israel, junto con los halcones antiraníes del gobierno de Trump, comenzó a promover lo que llamó el modelo libio, referido a la decisión [en 2003] del gobierno de ese país de desmantelar su programa nuclear, algo fácil de lograr por ser muy rudimentario. Muamar Gadafi, el hombre fuerte libio, lo había hecho para evitar una invasión de su país. Finalmente, la obediencia de Gadafi no sirvió de nada y la OTAN lideró su caída tras el levantamiento de 2011. Un año después, Gadafi estaba tan muerto como Sadam Huseín. Israel y sus afines en Washington defendieron deliberadamente el «modelo libio» porque sabían que sería imposible en Irán, cuyos líderes no tenían intención de firmar su propia sentencia de muerte. Trump, con razón, los consideró saboteadores, y varios fueron silenciados o despedidos.
Su siguiente campaña se centró en el objetivo de prohibir a Irán el enriquecimiento de uranio, incluso a niveles mínimos para fines civiles. Irán estaba, sin embargo, decidido a seguir haciéndolo, incluso para no perder el conocimiento científico y la experiencia técnica que había adquirido a lo largo de los años. Para cerrar esta nueva brecha, Teherán y Washington intercambiaron borradores sobre el establecimiento de un consorcio regional, en el que Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y potencialmente otros países, bajo la supervisión del Organismo Internacional de Energía Atómica, procurarían conjuntamente el uranio para uso civil. La postura iraní implicaba que el proceso se llevara a cabo en Irán. Estados Unidos se quedaría fuera.
CONVENCIMIENTO
En este punto, los halcones israelíes y estadounidenses parecen haber convencido a Trump y Witkoff de que obligar a Irán a poner fin al enriquecimiento de uranio en su territorio, y convertirlo en una condición para cualquier acuerdo, era un objetivo necesario y alcanzable, y la Casa Blanca cayó en la trampa. Tanto Trump como Witkoff comenzaron a emitir declaraciones beligerantes, en público, afirmando que Irán tenía que aceptar esta exigencia estadounidense o, de lo contrario… Los iraníes acusaron a Witkoff de cambiar las reglas del juego.
En febrero, cabe recordar, Witkoff había aceptado las peticiones de Netanyahu de reescribir el acuerdo de enero entre Israel y Hamás, varias semanas después de su aprobación y entrada en vigor, y amenazó a los palestinos con graves consecuencias si no accedían. Era una oferta diseñada para ser rechazada de inmediato y allanó el camino para la intensificación del genocidio y las miles de muertes acumuladas desde marzo.
Tras generar una crisis en las negociaciones entre Washington y Teherán, Israel y sus socios estadounidenses dieron el siguiente paso. Convencieron a Trump de que un ataque contra Irán, similar a la eliminación del liderazgo de Hezbolá en Líbano en 2024, haría a los iraníes más dóciles y no les dejaría otra opción que aceptar lo que Washington les dictara. Trump, que no es particularmente inteligente ni conocedor de Irán, respaldó la propuesta. Es posible que también lo convencieran de que llevar a cabo el ataque al día siguiente de que expirara su insignificante plazo de 60 días para las negociaciones convencería a los iraníes de que era un negociador duro y serio.
En otras palabras, hubo una indiscutible colusión entre Estados Unidos e Israel para atacar a Irán, pero es de origen bastante reciente. Washington no llevó a cabo múltiples rondas de negociaciones con Irán simplemente como camuflaje para un ataque militar, pero una vez convencido de que la agresión israelí serviría a su verdadero objetivo, un acuerdo con Irán, participó plenamente.
Hasta el momento, Estados Unidos se ha esforzado por caracterizar lo sucedido como una campaña israelí en la que no participa directamente, y ha advertido a Irán de graves consecuencias si ataca instalaciones o activos estadounidenses, mientras que, quizás inesperadamente, no ha hecho amenazas similares con respecto a ataques de represalia iraníes contra Israel. Por su parte, los iraníes han denunciado y condenado a Estados Unidos por su perfidia, pero se han abstenido de atacar objetivos estadounidenses en Oriente Medio. Israel y sus seguidores en Washington están ahora inmersos en una campaña para convencer a Trump de que la participación directa del Ejército estadounidense en la campaña israelí es necesaria para «terminar el trabajo». Insisten en que el liderazgo y las fuerzas armadas iraníes están desorganizados y al borde del abismo, y que el pueblo iraní anhela la salvación que brindan los explosivos de alta potencia israelíes y estadounidenses.
Por un lado, esto evidencia que Israel carece de capacidad para lograr la desnuclearización iraní o un cambio de régimen por sí solo. Pero también la preocupación de Israel luego de que Irán, a diferencia de Hezbolá, superara con éxito la devastadora ofensiva inicial y ahora esté respondiendo con misiles y drones que atraviesan regularmente las defensas antimisiles más densas del planeta. Además, Irán parece tener la voluntad y la capacidad de ejecutar la peor pesadilla de Israel: una confrontación prolongada en la que el propio Israel sea tomado como blanco diario.
EL OJO EN CHINA
El destino de la guerra de Israel para preservar su monopolio nuclear en Oriente Medio pende de un hilo. Aún no está claro si Trump decidirá que Netanyahu incumplió su parte del trato y que no quiere ser asociado con el fracaso de Israel, si se volverá contra Netanyahu y sus secuaces estadounidenses por haberlo engañado o si decidirá que la guerra de Israel debe triunfar porque la supervivencia de la república islámica, y en particular su programa nuclear, tendrá consecuencias geopolíticas intolerables para Washington, sobre todo con respecto a China.
Si Estados Unidos decide continuar con la política de apoyo a Israel sin sumarse al ataque contra Irán, su postura se volverá cada vez más insostenible. Y a medida que los días se conviertan en semanas, y la muerte y la destrucción sigan aumentando, también será cada vez más difícil para Irán fingir que solo está luchando contra Israel. Sobre el gobierno iraní ya ha habido críticas internas por la moderación de sus respuestas a las provocaciones israelíes de abril y de octubre del año pasado. A su vez, en Estados Unidos, el apoyo incondicional a Israel y la impunidad total por sus acciones siguen siendo la postura por defecto de su política exterior. Dado que Trump se niega sistemáticamente a contener a Israel, es probable que pronto, paradójicamente, esté deseando invadir Irak.
Mouin Rabbani es analista palestino radicado en Canadá. Coeditor de Jadaliyya e investigador no residente del Center for Conflict and Humanitarian Studies. Autor, entre otros libros, de Gaza Apocalypse (2024).
(Esta nota fue tomada de las redes sociales del autor y traducida por Brecha. El título y los subtítulos son del semanario. Véase también «El papel de los medios ha sido fundamental para el genocidio», Brecha, 31-I-25.)