Hace algún tiempo Paco Ibáñez me dijo en una conversación telefónica que uno de sus orgullos era haber sido pionero en la musicalización de poetas, “incluso antes que Serrat”. Y es cierto: el cantante valenciano abordó a Lorca y a Rafael Alberti antes que Joan Manuel cantara a Machado, Miguel Hernández y Benedetti. Es que musicalizar poesía tiene sus bemoles. No se parece en nada a escribir músicas para luego agregarles letra, o a musicalizar letras que se pueden manipular para que “encajen” en la música.
En nuestro país hay hermosos ejemplos de poesía musicalizada. El más notorio es el caso del clásico libro de Washington “Bocha” Benavides Las milongas, cuyos poemas fueron musicalizados en forma tan numerosa que mucha gente llegó a pensar que se trataba de un cancionero y no de un poemario. Eduardo Darnauchans le puso música a “Los reflejos”, “Canción de trasnoche” y “El instrumento”; Carlos Benavides a “Como un jazmín del país”, convirtiéndola en una de las canciones uruguayas más exitosas de todos los tiempos; Alfredo Zitarrosa trabajó con “Milonga del cordobés” y con “Tanta vida en cuatro versos”.
El músico, arreglador y productor Fabián Marquisio enfrentó con valentía, allá por 2016, el desafío de musicalizar a María Eugenia Vaz Ferreira, una de las voces clásicas de la poesía femenina uruguaya. Fabián tomó 15 de los 41 poemas que constituyen La isla de los cánticos, libro aparecido muy poco después de la muerte de la artista, que en vida sólo publicó poemas sueltos. Los textos, pertenecientes al modernismo tardío, están cargados de soledad y desolación, sumergidos en el aliento trágico con que María Eugenia abordaba la temática amorosa.
Como contrapunto de la antigua estética de la poeta, Marquisio propone melodías sólidamente construidas que se hermanan en forma perfecta con sus versos y que, en las voces e instrumentos de 27 mujeres del departamento de Maldonado, dan forma a un disco sorprendente.
Marquisio aborda un abanico rítmico que va de la balada al blues, pasando por la zamba argentina, el candombe y hasta la polca, tal como se la concibe en Tacuarembó o Rivera. Es notorio que ha escuchado a jazzistas como Herbie Hancock, a arregladores como los brasileños Wagner Tiso –que trabajaba con Milton Nascimento en la época del disco Minas– o César Camargo Mariano –el pianista y arreglador de Elis Regina–, así como al italiano Ennio Morricone y sus célebres bandas sonoras para cine.
En cuanto a la parte vocal, hay auténticos descubrimientos en las vocalistas fernandinas. Déborah Herdt seduce especialmente en “Barcarola para un escéptico”, con su sedoso timbre de mezzosoprano. Camila Montero, dueña de una voz especialmente apta para el rythm and blues estadounidense, muestra su canto melismático en “Desde la celda”, un aire de blues que es la única melodía del disco compuesta por una invitada de lujo: Estela Magnone. En “Historia póstuma”, Mariela Beltrán muestra una firme afinación, un vibrato muy sólido y un buen uso de la dinámica, graduando los climas de esta balada con un leve aire de candombe. Judith Cedrés, experimentada vocalista, logra prístinas notas agudas y dice con emoción los versos de la zamba “Enmudecer”. Jimena Irastorza hace dúo consigo misma en “Liberatoria”, mostrando también un timbre transparente y una honda capacidad interpretativa. Belem Furiatti y Ana Orrego unen sus voces en el tema más logrado del disco, la balada “Improntu sentimental”, que cuenta en el arreglo con un fuerte protagonismo del piano.
Este interesante homenaje a María Eugenia Vaz Ferreira demuestra el talento y la originalidad de Fabián Marquisio, afirma la carrera de cada una de las vocalistas y se presenta como una propuesta nueva, diferente, capaz de brillar en la música popular uruguaya.
La isla de los cánticos. Mujeres frente al mar interpretan a María Eugenia Vaz Ferreira, MT Ediciones, 2018.