Uno podría preguntarse qué significa, en realidad, el término “independiente”. Entre escisiones, pactos y reposicionamientos en momentos de declaraciones electorales, tal expresión se vuelve un síntoma de lo que algunos teóricos denominan “pospolítica”. Hablar de “pos” es como firmar actas de defunción, aunque ya hemos visto que varios de los muertos declarados por ciertos discursos hegemónicos gozan de buena salud: la modernidad, la historia, la estética, la verdad. Pensar en un supuesto fin de la política pasa por despojarla de su mística movilizadora, de su ambición transformadora. Es ponerla en sincronía con todo lo que regula la maquinaria de lo establecido. Es un ejercicio político establecido por entero en el presente, en su congelamiento. El idioma gerencial lo llama “centro”, lo cual consiste en instalar un consenso respecto a cómo administrar adecuadamente la producción y la circulación de bienes de consumo.
¿Cómo no pensar en las observaciones de Slavoj Žižek? “Hoy en día se habla mucho del anacronismo de la distinción entre la derecha y la izquierda; para no engañarse, resulta útil recordar la asimetría de estos conceptos: un izquierdista es alguien que puede decir ‘yo soy de izquierda’, es decir, reconocer la división, la distinción derecha/izquierda, mientras que un derechista puede ser invariablemente reconocido por el modo en que se posiciona en el centro y condena todo extremismo como fuera de moda. (…) La distinción izquierda/derecha es percibida como tal sólo desde una perspectiva de izquierda, mientras que la derecha se percibe como estando en el centro.” De allí que resulte paradójica la proclamada independencia de algunas figuras del espectro electoral respecto a esas polarizaciones. Pienso en el caso de Pablo Mieres.
Como explicó el politólogo Daniel Buquet: “El PI tiene un rasgo bastante particular que tiene que ver con las ideas de Mieres: es un partido que intenta proclamarse de centroizquierda, pero se comporta como de centroderecha. No creo que con eso capte frenteamplistas desencantados por derecha, y con esto me refiero a los sectores que se encuentran a la derecha del Partido Socialista. Por ejemplo, el grupo Navegantes, de Valenti y Andreoli” (Caras y Caretas). Recordemos la alianza que Mieres había establecido con Navegantes y Unir (Unión de Izquierda Republicana), el sector de Fernando Amado. En el primer caso, se rompió, según Mieres, porque se había acordado no mencionar hasta octubre las posibles opciones que tomaría cada sector frente a un balotaje. Desde Navegantes se plantea una versión distinta: el PI ya había cerrado un acuerdo con el Partido Nacional. Una sospecha que va en la misma línea es la que se desliza de la carta titulada “No, gracias”, de Amado: “Soñábamos (con) generar una opción real de izquierda republicana, que resumiera de manera sensata y madura lo mejor del espíritu batllista, con los principios socialdemócratas más modernos y que nos salvaguardara de la opción restauradora o continuista que se venía instalando peligrosamente en nuestro sistema político. (…) Creímos que serían buenos socios en la construcción de un polo de izquierda moderada que tendría un enorme futuro, pero dadas las circunstancias es notorio que ellos (los integrantes del PI) han elegido otros caminos”. Las dudas sobre la inocuidad de lo céntrico en Mieres siguen pesando cuando todavía tenemos presente su voto en contra de destituir a los militares que integraron el tribunal de honor en el que Gavazzo admitió que hizo desaparecer a Roberto Gomensoro. Un voto acorde a todo el arco de la derecha.
Hay cosas que no son de izquierda ni de derecha, por ejemplo, saborear un buen vino. Tal vez vendría bien recordarle a Mieres que la ubicación en la díada la define con quién se toma uno ese vino.