Que Lula da Silva subiera la rampa del Palacio de Planalto, el primero de enero de este año, se sintió como un respiro. Ausente el expresidente Jair Bolsonaro −que se negó a entregar la banda presidencial y se fue a Estados Unidos−, el gobierno entrante aprovechó para dar un mensaje al mundo, al invitar a representantes de diferentes sectores de la sociedad brasileña a acompañar al presidente electo y hacer que una recicladora de materiales desechados, Aline Sousa, le pusiera la banda al nuevo mandatario. El respiro duró poco, y, siete días después, llegó la asonada bolsonarista. En la mayor amenaza a la democracia brasileña desde el fin de la dictadura cívico-militar, una horda bolsonarista tomó por algunas horas el centro neurálgico del poder en Brasilia y destrozó sus principales edific...
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