Hay algo de lo que poco se habla, pero que salta a la vista y es el lugar que ocupa, dentro de los resultados finales de los comicios, el porcentaje de votos anulados y las abstenciones. Con el escrutinio finalizando, podemos observar que el 2,2 por ciento de votos anulados fue el más alto desde la recuperación democrática. Sumados a los votos en blanco (que incluyen los votos que solo contenían una de las dos papeletas plebiscitarias), asciende a 4,9 por ciento,1 cifra con la que el Frente Amplio (FA) perdió el gobierno en las anteriores elecciones. Existe una tendencia en aumento, si tenemos en cuenta los resultados obtenidos en la contienda de 2019, en que la cantidad de votos anulados más los votos en blanco sumaban en el balotaje un total de 90.615 votos, un 3,78 por ciento del total.
En esta primera vuelta, la suma de votos nulos y en blanco ronda los votos obtenidos por dos de los partidos políticos minoritarios más importantes, como Identidad Soberana –que figura como cuarto poder partidario–, con el 2,7 por ciento, y el bajo resultado obtenido por Cabildo Abierto, con el 2,5 por ciento. Ambos partidos se verán representados, con dos diputados cada uno, en la Cámara Baja. El Partido Independiente, con un magro 1,7 por ciento, y el resto de los partidos políticos que disputaron la elección (Partido Constitucional Ambientalista, Unidad Popular-Frente de los Trabajadores, Partido Ecologista Radical Intransigente, Partidos por los Cambios Necesarios y Partido Avanzar Republicano) no accedieron siquiera al medio punto porcentual. Todo este conglomerado heterogéneo no asciende al 7,5 por ciento de los votos.
Hay un dato importante que contrasta con esta cifra y es la cantidad de abstenciones. En estas elecciones, un 10,4 por ciento de los habilitados no fue a votar. Hablamos de más de 200 mil personas (en las elecciones de 2014 la cifra fue de 9,49 por ciento) y 33 mil solo pusieron en el sobre una papeleta de alguno de los dos plebiscitos. El porcentaje de abstenciones es también el más alto desde las elecciones de 1989, cuando un 11,3 por ciento no fue a votar.
Las abstenciones, los votos en blanco y los anulados dan como resultado que un 15 por ciento de habilitados no eligió a ningún partido político.2 ¿Razones? Múltiples, como múltiples son las razones que llevan a las personas a votar por tal o cual representante.
NO EN MI NOMBRE
Esto parecerían decir aquellos que deciden no concurrir a las mesas de elecciones o votar en blanco o anulado. Hay diversas circunstancias de por qué la gente no sufraga: distancias territoriales, viajes, enfermedades, regímenes de cuidados e indiferencias. Pero podemos afirmar que la gran mayoría de aquellos que eligen votar anulado no parecen compartir la idea de que en las elecciones se define su futuro. Más bien, quizás parten de la idea de que las cosas seguirán como están gane quien gane.
Cuando el nunca más (esto o aquello) se ha convertido en siempre lo mismo, da igual izquierda, centroizquierda, neoliberalismo inclusivo, derecha, extrema derecha o antisistemas, porque en definitiva es su aguja en el mundo la que creen que no cambiará. Entonces, ¿un 15 por ciento de la población no se ve representada por los 99 diputados, los 30 senadores y el presidente de la república?
Este 15 por ciento, como suma de las abstenciones más los votos anulados y en blanco, compite con los votos obtenidos por el Partido Colorado (16,86 por ciento), la tercera fuerza política del país. Este 15 por ciento equivale aproximadamente a cuatro senadores y 16 diputados que no representarán a esta masa de ciudadanos que eligen no ejercer en plenitud una soberanía reducida en un sistema de democracia indirecta.
No es lógico pensar que en Uruguay hay un corrimiento hacia personajes antisistémicos, como el abogado Gustavo Salle, que fue equiparado con la figura de Javier Milei o Jair Bolsonaro. Cualquier comparación es asimétrica y vetusta. Salle más que un antisistema es un bufón que puede hablar, pero respetando el contrato de bufón que le ofrece el sistema. Una figura que depende del poder, que necesita ser esclavizado por él, pero al mismo tiempo puede criticarlo. Una de las misiones del bufón es romper con el pacto de la hipocresía. «Una vez el bufón ha sido expulsado de los salones, para romper el pacto social solo le queda lo biológico, lo profundamente escatológico, la suciedad, lo repugnante», dice Angélica Liddell en El sacrificio como acto poético (2015). Ahora que Salle es ubicado en las butacas del poder, solo le quedará un tímido gesto de su bufonesca performance deglutida por el sistema, que precisa satíricos que canalicen las frustraciones. ¿Lo genuinamente antisistémico que soporta la democracia es ese 15 por ciento de personas que no creen en el sistema partidista?
A esta masa, además, no se la puede valorar como electores «indecisos» o «flotantes», debido a que ya han tenido la posibilidad de elegir y lo hicieron expresándose o no expresándose, lo que constituye otra forma de expresarse. El politólogo Oscar Bottinelli señalaba en 20123 que a partir de las elecciones municipales de 2010 comenzó a constatarse que uno de cada nueve uruguayos tenía una actitud refractaria hacia el sistema político, es decir, una actitud de rechazo, desconfianza, descreimiento, apatía, falta de fe en los partidos políticos. Para ese entonces, la suma de los votos en blanco, los nulos y las abstenciones ascendía a más de un cuarto de millón de personas. Exactamente el 11,1 por ciento del total del electorado real. «Para un país de democracia consolidada, con un sistema sólido de partidos políticos, con partidos políticos con una trayectoria que va de casi medio siglo a un siglo y tres cuartos, es mucho», señalaba entonces el politólogo.
Quizás los partidos de la Coalición Republicana y la izquierda centrodemocrática intenten ir tras estos votos. Sin embargo, las cifras del último balotaje indican que este comportamiento ha ido en ascenso y no parece cambiar. Este dato contrasta con el de la elección –balotaje– de noviembre de 2009, cuando la actitud refractaria representó no más del 3 por ciento del electorado. ¿Qué fue lo que comenzó a enfadar a los ciudadanos hasta el punto de dejar de asistir a las mesas de votación o votar anulado? Se deberá analizar con lupa este comportamiento refractario contra el sistema político para comprender qué es lo que sucede en una porción nada desdeñable del electorado. La democracia requiere no solo que haya elecciones y que la gente vote, sino que confíe en los políticos. Si esto no es así, el propio régimen comienza a tambalear.
Hay otro dato que es bien interesante y que tiene que ver con el alto porcentaje de frenteamplistas que ensobraron por el sí a la enmienda constitucional sobre las jubilaciones y desconocieron la postura de una dirección dubitativa (véase nota de Benjamín Nahoum en este número). Me pregunto cómo operará este desacato a mediano plazo. ¿La campaña más conservadora de la historia del FA se explica como estrategia que dialoga con el corrimiento hacia la derecha de todo el espectro electoral? ¿El antipopulismo de la lista 609 al colocar al economista Gabriel Oddone como eventual ministro de Economía tenía como fin captar votos de la centroderecha? ¿Qué consecuencias tendrá esta maniobra con relación al vínculo con el movimiento social y el aparato sindical progresista? Por otro lado, me cuestiono si los votantes de Salle desobedecerán a su líder y votarán al FA en la segunda vuelta, y, finalmente, reflexiono sobre qué incidencia real de protesta contra el sistema tiene el voto anulado, en blanco y las abstenciones más que alimentar un sistema que los incluye como posibilidades.
Más allá de estos debates, considero que la aguja de votos anulados, en blanco y abstenciones no se va a mover para uno u otro lado, sino que va a seguir creciendo. El reduccionismo facilista de conducir a las personas ante la oferta publicitaria de dos productos de mercado eligiendo por el menos malo no conmueve las expectativas de una masa de ciudadanos que, de manera espontánea y descentralizada, se manifiestan indispuestos a acompañar la industria electoral.4
Para cerrar es importante reflexionar en torno a la misma idea de democracia, sus virtudes, pero también el arco de deficiencias que el sistema menos malo genera para que una suma importante de Ciudadanos electores no concurra a las urnas o decida no votar a ningún partido. Creo que calificar este porcentaje como voto protesta o antisistema, en caso del voto anulado, o actitud refractaria, en cuanto a la abstención, no termina de explicar el fenómeno, que recién empezamos a rodear y que va a continuar manifestándose con fuerza. Hablar de ello también es pensar qué sistema democrático nos queremos dar y qué lugar ocupan los partidos políticos en el marco de tendencias cada vez más corridas a las derechas.
- Existen varias causales para anular un voto: poner más de dos papeletas distintas en un mismo sobre, tres o más iguales, cualquier papeleta acompañada de un objeto extraño, como tinta que derrame y manche otros sobres. También una papeleta dañada o rayada con intención clara de anular. Existen varias causales para el voto en blanco: poner un sobre que no contiene nada o un objeto extraño sin una papeleta o lista. Lo cierto es que la gran mayoría de la gente no parece distinguir entre el voto en blanco y el anulado. ↩︎
- Es menester apuntar que la cifra de 10,4 de abstenciones no es del todo confiable debido a que pueden existir datos mal depurados en las altas y bajas del padrón de la Corte Electoral. ↩︎
- «Uno de cada nueve uruguayos presenta una actitud refractaria hacia los partidos políticos», portal de Factum, 4-V-12. ↩︎
- Existió en Uruguay una movilización dirigida por el general Liber Seregni desde la prisión que llamó a votar en blanco en los comicios de la interna de los partidos políticos en 1982. En la antítesis, existió un movimiento anarcopunk a través de la Cooperativa de Acción Organizada que en vísperas de las elecciones de 1994 llamaba a votar anulado. En la región, es poco conocida la convocatoria a votar anulado en las elecciones legislativas mexicanas de 2009. ↩︎