«Pertenecer a un organismo de derechos humanos te obliga y te impone un compromiso de independencia absoluto. Los derechos humanos los violan los Estados y la razón de ser de un organismo es justamente poder controlar que el Estado no los viole. Si pierde esa capacidad, pierde su esencia.»1 Honrando esa definición, Nora Cortiñas se convirtió en un símbolo argentino y universal de la defensa de la dignidad humana. El 30 de mayo cerró sus ojos y abrió su ejemplo para siempre.
«Es la que mejor interpreta todas las dimensiones de los derechos humanos», dijo el premio nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel. «Es un puente de unidad por sobre las divisiones partidarias e ideológicas», sostuvo en su momento el cineasta Pino Solanas. «Nora es el principal ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo», había señalado el historiador Osvaldo Bayer.
En tiempos de grietas y camiseteos, Nora Cortiñas mantuvo su norte inmutable: la lucha por la justicia en todos los frentes. Lo hizo desde el sentido común y la coherencia de poner el cuerpo en las causas que asumía como propias. Por eso recorrió el mundo y los barrios en defensa de la dignidad humana. Estaba presente en las rondas de las Madres en la plaza de Mayo cada jueves, en el reclamo de un grupo de obreros despedidos de una fábrica del Gran Buenos Aires, junto con los defensores ambientales en Centroamérica, apoyando a las mujeres de Kurdistán, junto con los mineros de Río Turbio en la Patagonia argentina, recibiendo un premio en Valencia y marchando junto al colectivo Ni Una Menos cada 3 de junio.
Nora Morales de Cortiñas era una ama de casa a la vieja usanza. Se casó joven con un empleado estatal peronista, formaron un hogar de clase media y criaron dos hijos. Al mayor, Gustavo, militante montonero, se lo tragó la dictadura militar el 15 de abril de 1977. Ese día nació otra Nora, o Norita, como la llamaron desde entonces sus compañeras en la búsqueda de los hijos desaparecidos. Había nacido en 1930 en el barrio Constitución, y la dictadura la transformó en una militante por los derechos humanos a tiempo completo.
Su primera ronda fue el 13 de mayo de 1977, apenas dos semanas después de la fundación de las Madres de Plaza de Mayo y a menos de un mes del secuestro de su hijo en la localidad de Castelar, al oeste de Buenos Aires. Las infinitas anécdotas sobre los días iniciales de búsqueda, recogidas en su biografía Norita, la madre de todas las batallas, la muestran enfrentando al poder desde el sentido común, con la indignación y la sorpresa de quienes no temen porque no admiten la prepotencia.
En una charla en la que recordaba los años de plomo en Argentina, la militante por los derechos humanos y dirigente política Graciela Fernández Meijide comentaba sobre la valentía y la personalidad de Nora. En 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó Argentina para tomar denuncias de desapariciones, torturas y asesinatos a manos de la dictadura. Un año después, en 1980, algunos referentes de los organismos de derechos humanos viajaron a Washington para recibir el informe final de la CIDH. La delegación estaba encabezada por Emilio Fermín Mignone, Hebe de Bonafini, Graciela Fernández Meijide y Nora Cortiñas. En los suntuosos salones de la CIDH se juntaban delegaciones de latinoamericanos que venían, como el grupo argentino, a denunciar a los regímenes imperantes en sus países, y soportaban largas horas de espera ante la mirada, las bromas y, a veces, hasta la prepotencia de funcionarios de segunda línea. «Nora se les plantó y les reclamó, sin tapujos, respeto, porque no estábamos allí para ser manoseadas y humilladas», recuerda Fernández Meijide. «Ni Mignone, ni Hebe, ni yo nos animamos a reaccionar. Y Nora sí», asegura.
Con ese mismo espíritu atravesó los años de la dictadura. La llegada de la democracia y los aires de libertad impusieron a los organismos y los familiares de las víctimas el nuevo desafío de pararse frente a un gobierno surgido de la voluntad popular. La reivindicación de «aparición con vida» de los desaparecidos, una consigna que encabezaba desde los comienzos las rondas de las Madres, sería la que, curiosamente, en 1986, incidiera en la ruptura. Hebe de Bonafini se mostraba intransigente con esa frase y planteaba que los familiares no debían reclamar indemnización al Estado ni reconocer los cuerpos que la dictadura había enterrado como NN: «Con vida los llevaron, con vida los queremos», repetía Hebe. El grupo de Madres encabezado por Nora se opuso y, tras una asamblea, rompieron para armar Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, como una forma de recuperar el espíritu democrático y horizontal cultivado por las primeras 14 madres fundadoras. El chispazo con Hebe marcó también el carácter de Nora.
En 1985 comenzó sus estudios de psicología social y su mundo siguió abriéndose a nuevas experiencias de vida, al punto que 30 años después, en 2015, se asumió como feminista, con pañuelo verde y puño en alto.
Fue crítica del presidente Raúl Alfonsín, a quien le reconoció el valor de los juicios a las juntas militares neutralizados con las claudicaciones posteriores. Dura con los diez años de menemismo que terminaron cercenando la justicia y la búsqueda de verdad sobre los desaparecidos. Admitió el valor de la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad emprendida por Néstor Kirchner y Cristina Fernández entre 2004 y 2015, pero eso no la convirtió en una incondicional de sus políticas.
«Yo sé que donde esté mi hijo, estará orgulloso. Y seguramente me diría: “Dale, mamá, no aflojes, no bajes los brazos, seguí en la calle”. En mi lucha está lo que él querría que yo hiciera por los otros.»2 Y lo hizo en cada acto de su vida hasta el último suspiro.
1. Declaración hecha por Nora Cortiñas para el libro Norita, la madre de todas las batallas, de Gerardo Szalkowicz (Sudestada, Buenos Aires, 2019).
2. Ídem.