Javier Milei y su partido La Libertad Avanza salieron primeros en las primarias argentinas del domingo 13. Milei derrotó a las predicciones de las encuestas, que lo ubicaban tercero, y a las dos coaliciones que dominan la política argentina desde hace una década. Una votación del 30 por ciento está lejos de asegurar el triunfo, pero no deja de ser notable.
No es que en Argentina versiones más o menos radicales del neoliberalismo nunca hayan tenido buenos desempeños electorales. Desde Carlos Menem, en casi todas las elecciones algún candidato de esa línea (Domingo Cavallo, Ricardo López Murphy) superó el 10 por ciento de los votos, y el macrismo es, en buena medida, un salto en calidad de estos sectores. Pero esta vez las cosas son distintas. Algo a la derecha de Macri sacó el 30 por ciento de los votos, que, sumados a los del macrismo, dan una amplia mayoría por el ajuste y la represión.
Muchas otras cosas de esta elección fueron anómalas. Y habrá que pensarlas en detalle. Pero, por el momento, concentrémonos en una, quizás la más resonante: el discurso de Milei la noche del domingo. En su momento triunfal, dedicó una cantidad considerable de tiempo a explicar sus doctrinas económicas, con citas incluidas. Se burló, también, de los asesores y los focus groups. Una primera constatación, de la que se puede aprender: es posible ganar con discursos radicales, ideológicos e incluso teóricos. En el punto culminante de su arenga, Milei declaró que se terminó «la atrocidad que dice que donde hay una necesidad nace un derecho, pero se olvida de que ese derecho alguien lo tiene que pagar, cuya máxima expresión es esa atrocidad llamada justicia social». ¿Cómo entender esto?
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A Milei le gusta representarse a sí mismo como un león. En los actos canta «soy el león» y en su propaganda gráfica estampa dibujos de leones. ¿Qué busca representar ese león? Ciertamente, siguiendo la tradición heráldica, representa al coraje, la fuerza, el mando.
El león aparece en uno de los pasajes más famosos de Así habló Zaratustra, de Nietzsche, en una parábola titulada «De las tres transformaciones». Las transformaciones mentadas son sucesivas: primero en camello, después en león, después en niño. El camello carga con los valores de la sociedad. Asume su peso. Se rebaja, renuncia al orgullo, sufre por sostener la verdad, soporta las agresiones y las humillaciones. Cuando esto se hace insoportable, en el lugar más solitario del desierto ocurre la transformación: el camello se hace león. Busca su libertad y «ser amo en su propio desierto». El enemigo del león se llama tú debes, y a eso responde «yo quiero».
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Milei expresa una furia. Una furia que viene de la penosa situación económica y se dirige contra los políticos. Pero Milei canaliza esa furia hacia una dirección precisa: la idea de justicia social. La rebelión de Milei llama a no cargar con las necesidades de los demás, a no mover un dedo si no te pagan, a no hacerse cargo de nada que no sea propio, a responder con violencia a todas las agresiones. El mensaje es: nos quieren camellos, seamos leones.
En una situación en la que la gente apenas llega a cargar con el peso de sus propias necesidades, decir que no hay que cargar con las de los demás puede ser liberador. Especialmente si esa gente siente que a ellos nadie los ayuda. La furia puede ser hija de la desesperación y del trauma. Es la explosión que sigue al resentimiento de quien por tanto tiempo tuvo que callarse y masticar la bronca.
Milei, según cuentan las biografías que circulan últimamente, sufrió maltratos en su infancia y bullying en la secundaria. Conoce bien el resentimiento y la bronca y sabe hablarles. Por eso conectó con los varones adolescentes que sufren algún nivel de desadaptación social y un gran nivel de frustración sexual. Entre otras cosas, Milei es una expresión de la pérdida de capacidades sociales en la pandemia y la pospandemia.
En tiempos de enorme anomia e inestabilidad vital, de aislamiento, de desasosiego, de intensos cambios culturales y conflictos políticos (conflictos en los que el deseo y los vínculos sociales están cada vez más politizados) y de pérdida del sentido de la realidad, no es raro que pasen cosas así. Incluso el oscurantismo bizarro de Milei, de quien se sabe que hace sesiones de espiritismo para hablar con su perro muerto, es menos raro de lo podría parecer en una sociedad en la que proliferan todo tipo de espiritualidades y misticismos heterodoxos, y en la que internet organiza la cultura en micronichos que hablan en jergas que no se entienden de afuera. Es el clásico tema de la venganza de los nerds. Mirá de quién te burlaste.
Los leones odian a los camellos. Los ven como resentidos y a su moral como una forma de opresión. Pero la furia y la agresividad del león también están llenas de resentimiento. El resentimiento es muy poderoso, pero también limitante. La furia desesperada, la explosión resentida con el resentimiento pueden nublar la mente. Y eso tiene algo que ver con el trauma.
Y esto no se reduce a la derecha. El individualismo, el victimismo resentido, el oscurantismo, la negativa a hacer nada sin que se pague, el rechazo crispado de todo lo percibido como agresión aparecen de muchas formas. Están en toda la cultura, desde las amplias zonas de blandura despolitizada hacia los distintos ambientes de la izquierda, incluyendo a la izquierda radical.
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Rebelión contra la justicia social, pues. Porque la justicia social es robo. La idea resulta chocante. El hecho de que sea chocante, y que sea resistida por quienes hablan en nombre de la moral y la humanidad, confirma su ser rebelde, disruptivo. En los actos de Milei se canta «que se vayan todos», retomando las consignas del estallido social de diciembre de 2001. Toma para sí la herencia de la revuelta plebeya argentina y la da vuelta, transmutándola: esa consigna ya no es una respuesta popular contra el ajuste neoliberal, sino una demanda del ajuste más radical de la historia.
No es la primera vez en los últimos años que las energías rebeldes desatadas por la crisis e inicialmente conducidas por las izquierdas son retomadas, al perder fuerza la izquierda, por ultraderechas, quedando las izquierdas en el lugar del moralismo impotente que defiende el orden establecido contra los antisistema. Eso es trágico en un momento en el que obviamente el sistema no funciona, y ser antisistema es la postura correcta y puede, además, ser popular.
Ahora, ¿es Milei antisistema? Si el sistema son ciertas instituciones estatales, ciertas ideas ampliamente aceptadas, ciertas normas de cortesía, sin duda lo es. Pero hay un problema. Quizás la justicia social sea una idea prestigiosa que es tabú atacar directamente. Si no lo fuera, el discurso de Milei no causaría fascinación ni horror. Pero, aunque sea una idea prestigiosa, no es la idea que organiza materialmente la sociedad.
Lo que hace Milei no es tanto derrocar un estado de cosas, sino aprovechar la disonancia entre el terreno discursivo y la experiencia de la vida. El mensaje es más o menos así: si vivimos en una sociedad de competencia carnívora y privación, abandonemos la hipocresía, que nos estorba cuando necesitamos operar en ese mundo. La trampa para la izquierda es sutil: al defender la idea de justicia social, queda entrampada como defensora de un statu quo. Pero el statu quo, a su vez, no se adecúa a la idea de justicia social. Paradójicamente, quienes sufren la falta de justicia social se pliegan a los ataques contra esta idea y contra la izquierda.
Si en la disputa contra quienes se presentan como leones nos paramos en el lugar de los camellos, defensores de la moral y la verdad, se nos van a cagar de la risa en la cara. ¿Tenemos que transformarnos, entonces, en leones? Quizás. No estaría mal recuperar algo de nuestra agresividad y dejar de bancarnos las agresiones de estos falsos liberadores, que vinieron, en realidad, a liberar a los opresores. Quizás sea el momento de que despierte el verdadero león.
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Pero resta todavía una transformación. El león, embarullado en su furia, es todavía incapaz de crear. Dice Nietzsche: «El niño es inocencia, un nuevo comenzar, un juego, una rueda que gira sobre sí, un primer movimiento, una santa afirmación». ¿Podemos dejar atrás el resentimiento? ¿Encontrar formas de generosidad que no nos hagan pensar que los demás están en deuda con nosotros? ¿Crear sin querer quedarnos con lo nuestro? ¿Afirmar lo que queremos sin tanto cálculo? ¿No será que tenemos que empezar de nuevo?