El semiólogo Fernando Andacht realizó una serie de análisis referidos al encuentro entre Daniel Martínez y Lacalle Pou. Refiriéndose a una observación de Marshall McLuhan, el semiólogo recuerda que el minuto de oro –los últimos sesenta segundos en los que cada candidato debe desplegar la retórica de un llamamiento– es realmente crucial, no por el mensaje en sí, sino por la imagen que los candidatos buscan dar de sí –en consonancia con lo que el aparato publicitario ha buscado ofrecer de ellos–. Martínez mostró –o intentó mostrar– que los nuevos votantes toman como parte de una ecología social una naturalización de determinados logros en relación con la agenda de derechos, que en realidad son producto de una larga lucha histórica que hay que mantener, y para eso es necesario que apoyen al Frente Amplio. Lacalle Pou apeló al discurso de la alternancia, a la necesidad de renovar –aunque, nobleza obliga, las referencias a planes y proyectos programáticos brillaron por su ausencia–. Con todo, su concepto de renovación ha dejado entrever, en más de una ocasión, la sustitución de una organización, de una forma de hacer centrada en el Estado –de bienestar y militante– por otra de carácter emprendedor y asociada al voluntariado. Aun así, Andacht resalta que tales discursos estuvieron signados entre un medido vaivén de la primera persona singular y el “nosotros” de carácter mayestático, lo que implica la fusión de la persona de los candidatos con sus respectivos partidos en cuanto entidades que buscan una inclusión mayor en términos colectivos.
Ahora bien, el planteo que sigue estando de fondo para sostener esas interpretaciones es el del formato del debate televisado. Como algunos ya sabrán, el debate televisivo es un tipo de discurso argumentativo en el reino de la doxa. “Doxa” es una palabra griega que suele traducirse como “opinión”. Fue un concepto utilizado por Parménides al distinguir la “vía de la verdad” de la “vía de la opinión”, o de un conocimiento obtenido a partir de la experiencia. En el debate predomina la interpretación de los hechos, de los fenómenos, y en función de su cometido –el probable convencimiento de un electorado indeciso–, el debate está signado por una enorme batalla contra su esencial predecibilidad.
Andacht señala, respecto de ambos candidatos, sus actitudes corporales a la hora de adaptarse al formato del programa. Lacalle Pou ha tendido a mantener un tono de voz beligerante de acusación de una mala gestión del Frente –la que, según él, sólo puede calificarse de “no creíble” y “no confiable”–, aunque, cada tanto, dirigía la mirada hacia abajo –uno asume que leyendo– y mostraba una gestualidad de gran dureza, que manifestaba preocupación o vacilación. En relación con Martínez, el ceceo y sus numerosos furcios, la incomodidad corporal del comienzo, aunque después logre un creciente dominio en el discurso y aplomo argumentativo, “da la sensación –según Andacht– de que su pensamiento va muchísimo más rápido que el discurso”.
Platón consideraba que la doxa se trata de un conocimiento fenoménico y engañoso, y comprendería dos grados: “eikasia” y “pistis”, es decir, “conjetura” y “fe o creencia”. Platón contraponía la doxa a la episteme; a veces esta última se traduce como “conocimiento científico”, pero, según Platón, la episteme sólo tiene desarrollo en el mundo de las ideas (conocimiento intelectual) y no en el mundo sensible (conocimiento sensible, pragmatista, que busca ser lo que hoy los tecnócratas llamarían “desideologizado”). Platón criticaba la doxa, pero, sobre todo, despreciaba a quienes hacían del falso conocimiento y de la apariencia de sabiduría un medio de lucro personal o de ascendencia social. A estos personajes los denominaba “doxóforos”, “aquellos cuyas palabras en el Ágora van más rápidas que su pensamiento” (República VI). Justamente lo contrario de lo que Andacht remarca de Martínez.
Si nos tomáramos cierta licencia con las anacronías, podríamos decir que es probable que Platón inclinara su voto por el Pelado.