La foto que se sacaron Julio María Sanguinetti, Jorge Larrañaga y Luis Lacalle en una reunión convocada por el primero en la oficina del último generó un gran revuelo. Es llamativo, ya que una reunión de este tipo debería ser lo más natural del mundo. Es el esquema que existe desde 2004, en el que hay tres sectores de una oposición que ha funcionado sistemáticamente como un bloque en el Parlamento y en las segundas vueltas electorales.
El hecho de que sea llamativo, justamente, responde a que la realidad del sistema político ya no responde al esquema al que veníamos acostumbrados desde hace algo más de una década. Teniendo en cuenta las últimas dos elecciones: un Frente Amplio (FA) arañando el 50 por ciento; un Partido Nacional cercano al 30 por ciento, dividido entre Lacalle (padre o hijo) y Larrañaga; y un Partido Colorado (PC) en torno al 15 por ciento. La reunión de estas tres figuras es un intento de luchar contra la entropía, de controlar algo que ya se fue de las manos, y la foto fue el último retrato de algo que termina, y no el primero de algo que empieza. Pero aunque cada vez más en la derecha entiendan que para ganar necesitan salir del esquema derrotado tres veces por el FA, sus dirigentes siguen empeñados en sostenerlo, quizás por miedo a que movimientos demasiado audaces desestabilicen un escenario que puede no servir para ganar, pero sí para sostener una formación que entienden y en la que saben moverse. Esta es una de las apuestas posibles de la derecha: congelar el escenario, mantenerse idénticos a sí mismos y esperar que el desgaste oficialista los lleve hasta la Torre Ejecutiva.
MENÚ DE CANDIDATOS. Lacalle, por el momento, juega a “equipo que gana no se toca”. El herrerismo viene de derrotar dos veces seguidas a Larrañaga y ha logrado mantener el sistema de alianzas que le permitió la última victoria interna. Pero también debería saber que eso no alcanza. Un candidato de barrio privado, que ya no se ve tan joven para plantearse como renovación, necesita una mano de barniz para ofrecer algo nuevo y que rompa el techo del nicho herrerista. Difícilmente los ex frenteamplistas transformados en derechistas caricaturescos, como Graciela Bianchi y Gonzalo Mujica, logren este objetivo.
Larrañaga se encuentra en graves problemas. Sufrió una gran fuga de dirigentes, al punto de que su sector se encuentra prácticamente desierto, y es claro que va a recibir varios desafíos de quienes quieren disputarle la interna blanca a Lacalle. Se perfilan para eso Verónica Alonso (quien, entre sus apoyos cuenta con la ultraderecha evangélica) y quien sea elegido como primus inter pares por el grupo de los intendentes. No es evidente que el liderazgo de Larrañaga pueda sobrevivir a esta disputa. En esta situación, su corrimiento hacia la derecha dura, intentando surfear la ola de miedo al delito con propuestas de plebiscitar allanamientos nocturnos, cadena perpetua y militares en las calles (¡Viva Wilson!) es un manotazo de ahogado en el que la demagogia punitiva es la última oportunidad para un liderazgo vaciado.
Pedro Bordaberry intentó una maniobra idéntica en las elecciones pasadas: impulsar un plebiscito de reforma constitucional que aumentara penas, para capitalizar electoralmente ser el candidato de mano dura. El resultado fue una insólita derrota del plebiscito punitivista (que siempre hay que recordar cuando se dice que “la gente” quiere más penas), una calamitosa votación del PC y, poco tiempo después, el anuncio del retiro de su líder. El vacío dejado por quien ganó las últimas dos internas superando el 70 por ciento de los votos fue llenado por el retorno de Sanguinetti, que había encabezado la lista colorada más votada al Senado en 2004, que sigue siendo la peor elección de la historia del partido.
Pareciera que Sanguinetti volvió para liderar al nuevo grupo Batllistas, integrado por dirigentes colorados venidos del viejo Foro Batllista y de Vamos Uruguay, y que no tiene todavía un candidato evidente. Ernesto Talvi suena insistentemente, aunque no queda claro cuál será su base de apoyos. Un economista neoliberal (que dirige el think tank Ceres, afiliado a la Red Atlas), acostumbrado a codearse con las altas esferas empresariales y en campaña hace años con giras de “encuentros ciudadanos”, puede jugar un rol ideológico importante, impugnando el relato económico frenteamplista y poniendo sobre la mesa valores empresariales. Fernando Amado, mientras tanto, sale al ruedo para intentar detener la deriva derechista en la que su partido se encuentra hace más de medio siglo, con guiños hacia la izquierda en busca de votantes frenteamplistas disconformes, en una apuesta muy incierta por dar un giro de 180 en el significado político del PC.
PROBLEMAS DE COORDINACIÓN. Si observamos las internas de los partidos tradicionales, vemos potentes fuerzas centrífugas que hacen difícil pensar que el esquema que existe desde 2004 se mantenga. Pero eso queda mucho más claro cuando vemos los movimientos que se están dando en la derecha por fuera de estos partidos. El caso más notable es el de Edgardo Novick, millonario y operador colorado cercano al gobierno de Jorge Batlle que fue lanzado a la escena política como candidato “apartidario” de blancos y colorados a la Intendencia de Montevideo, en el marco de la Concertación, derrotada por Daniel Martínez. Luego de intentar repetir el acuerdo de la Concertación a nivel nacional y de coquetear con candidatearse dentro del PC, Novick decidió fundar su propio partido (el de la Gente) y arrastró con él a casi toda la dirigencia pachequista, a tres parlamentarios y al ultraderechista fiscal Gustavo Zubía. A pesar de que no termina de despegar en las encuestas, ya cuenta con un caudal similar al del PC, midiendo cada uno algo más del 5 por ciento.
El Partido Independiente (PI) logra un nivel similar de apoyos, de hecho el mejor de su (no muy brillante) historia, seguramente captando a votantes frenteamplistas desconformes pero no dispuestos a votar a los partidos tradicionales. A pesar de la potencialidad que podría tener el extremo centro en una situación de anomia frenteamplista y alta cantidad de indecisos, el PI y su líder Pablo Mieres han decido ubicarse en posturas ideológicas firmemente paradas en la derecha: priorizar el control del déficit fiscal, enfatizar la inseguridad, reclamar competitividad y reforma del Estado y atacar al Pit-Cnt, llamando “socialdemocracia” a una agenda que podría haber firmado cualquier neoliberal noventoso. Igual que con el “wilsonismo” reclamando allanamientos nocturnos y militares en las calles, las posiciones que se llaman de centro están cada vez más a la derecha.
Mientras la derecha partidaria se reconfigura, la derecha social está en plena ebullición. La creación de la “supercámara” empresarial nucleando a cámaras de todos los sectores, la aparición de grupos “de base” como #AMisHijosNoLosTocan, #UnSoloUruguay y otros más marginales y radicales, como el Movimiento Segunda República Oriental y Varones Unidos, junto con la creciente politización de la ultraderecha evangélica y la cruzada de la Iglesia Católica contra el feminismo y la diversidad sexual impactan en el mapa político. La organización de demandas sociales que reclaman ajuste del presupuesto estatal, baja de los salarios y las regulaciones laborales, aumentos de penas y retroceso de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales, en un contexto de avance de derechas por cierto bastante radicales en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile (sin hablar de Estados Unidos y Europa) crean un clima en el que muchos dirigentes de oposición visualizan la derechización como un buen negocio.
Es difícil saber si esto va a rendirles electoralmente. Quizás la sociedad se corrió hacia la derecha, quizás se trate de ruido causado por grupos que a pesar de tener llegada mediática y crear alboroto en las redes son muy minoritarios. Pero, en cualquier caso, no es menor para el terreno del debate político uruguayo que el eje de la discusión en los medios sea cómo meter a más gente presa por más tiempo, el rol de las Fuerzas Armadas, el antifeminismo y la “urgente” necesidad de ajuste del gasto y de los salarios.
Al mismo tiempo, el evidente desgaste y falta de iniciativa del Frente Amplio y del gobierno (quiero decir, de propuestas transformadoras) permite que las discusiones sean estas y no otras. Es claro que existe una ventana de oportunidad para una avanzada conservadora. Pero también es claro que la derecha está teniendo fuertes problemas de coordinación y está en una situación de creciente atomización, en la que muchos intentan despegar sin lograrlo. Lacalle se consolida entonces como favorito para disputar la segunda vuelta con el FA, pero es claro que si piensa ganar y gobernar va a tener que contar todo el gran arco que describimos aquí, y además convencer (de alguna manera) a los desconformes con el conservadurismo del oficialismo que la solución es un conservadurismo aun mayor.