Nada es como parece: la subasta de los siete aviones de Pluna, lejos de liquidar un problema, abrió un escenario confuso y oscuro donde una empresa española, cuyos ejecutivos fueron procesados por vaciamiento y corrupción, al parecer juegan de intermediarios en un gambito del dueño de Buquebus, López Mena, que podría desembocar en una especie de “monopolio de la conectividad”.
El rematador Mario Stefanolli blandió el martillo que su esposa le había traído de México y que él estrenaba con un golpe seco. Ese martillazo, que resonó en el pabellón de ovinos de la Rural del Prado, consagró la adjudicación de siete aviones Bombardier a un señor que las cámaras tomaron siempre de espaldas por una ingenua disposición que intentaba preservar su identidad. Antonio Sánchez, un uruguayo represent...
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