El expediente de la vergüenza. Este informe es una letanía de promesas climáticas incumplidas. Sin una reducción rápida y profunda de las emisiones de gases de efecto invernadero en todos los sectores, será imposible evitar el desastre climático al que nos dirigimos por la vía rápida. Las y los activistas climáticos a veces son representados como radicales peligrosos, pero los radicales verdaderamente peligrosos son los países que están aumentando la producción de combustibles fósiles. Estas declaraciones –que podrían pertenecer a cualquier portavoz de un movimiento social– son solo algunas de las frases más contundentes que el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, ha proclamado a raíz de la oficialización de la última parte del informe climático más importante del mundo, el del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
En esta ocasión se trata del grupo III. El encargado de proponer un plan concreto de mitigación, es decir, de reducir emisiones y buscar soluciones viables (tecnológicas, económicas y sociales) a la mayor crisis a la que se ha enfrentado el ser humano. La ciencia nunca había sido tan clara: hemos de reducir drásticamente las emisiones para tener oportunidades de mantener la estabilidad climática que nos permite vivir en este planeta. Pero el resumen para políticos y gestores (el SPM, por sus siglas en inglés), que será lo único que lea la inmensa mayoría de responsables políticos y líderes empresariales de las más de 2.900 páginas del informe, no está a la altura de la ciencia que lo respalda ni del desafío que suponen el cambio climático, la crisis ecológica y la transición energética. Este documento es lo único que no es estrictamente científico: el protocolo establecido por la ONU permite que los países, presionados en muchas ocasiones por sus lobbies empresariales, planteen cambios y negocien línea a línea el contenido de este documento. Estamos, sin duda, ante la parte del informe en la que más se muestra la duplicidad de almas, las luces y las sombras, el verdadero carácter –extremadamente bipolar– del proceso de redacción del IPCC.
Tras una última fase de revisión del informe, que se alargó varios días más de lo esperado y llegó a retrasarse su publicación debido a la pugna por modificar el resumen, una cosa queda clara y cristalina: el maquillaje que efectúan los lobbies y gobiernos al resumen del informe durante el proceso –documentado también por la BBC– es desgraciada e incuestionablemente real, y la rebelión de una parte de la comunidad científica ante esta situación no solo está más que justificada, sino que, vista la inacción, es imprescindible para tratar de solucionar la situación.
Hace unos meses, gracias a un colectivo de científicos y científicas rebeldes (Scientist Rebellion), logramos publicar la filtración del primer borrador de este grupo III, y el impacto internacional fue inmediato –The Guardian, Der Spiegel, CNBC, la Universidad de Yale…–. Decenas de medios de más de 35 países se hicieron eco del mensaje de alerta roja documentado por el IPCC.
Para titular los artículos, los periodistas solían elegir entre dos de las perlas que incluía ese primer borrador, que solo la mano de los científicos y científicas había tocado. Una de ellas, que las emisiones debían tocar techo en 2025 y descender rápidamente, se mantiene intacta en la versión final de este resumen para políticos. El otro gran titular, que todas las plantas de gas y carbón existentes deberían cerrar en aproximadamente una década, ha desaparecido por completo del resumen.
Pero no es lo único que ha cambiado. Comparando ambas versiones, las sorpresas son mayúsculas. Hemos encontrado multitud de ejemplos de cambios que suavizan un informe que si de algo peca de entrada es de una gran moderación. Y, sobre todo, si algo ha cambiado es el mundo. Los trabajos analizados en el compendio tienen una fecha máxima: octubre de 2021. Desde entonces hemos sufrido los primeros shocks graves de una crisis energética y de la cadena de suministros que venía larvándose desde hace años. Ha dado comienzo una guerra que ha cambiado la política y la economía quizás para siempre, y cada vez más voces alertan que estamos a las puertas de una gran crisis alimentaria. Cuando todo se acelera, la vigencia de los análisis se vuelve aún más efímera.
Probablemente este es el último gran trabajo del IPCC que llega a tiempo de orientar a nuestras sociedades para maniobrar y evitar el descalabro. Hay quien cree que la dirección que se marca en el informe es clara, pero, al leer el resumen para responsables de políticas, la sensación que nos transmite es más bien la de una civilización que se tambalea inestable mientras va dando bandazos. Una civilización que se sostiene gracias a un petróleo cada vez más escaso, que hay que ir abandonando progresivamente, y a un glaciar que está en fase de deshielo cada vez más acelerada. Tanto la estabilidad climática como la energética dependen de que seamos capaces de aceptar esta situación.
En el proceso, entre la versión del resumen filtrada en agosto y la finalmente publicada, los cambios más destacables son los siguientes:
• Desaparece la mención al cierre de las plantas de gas y carbón en una década. Los lobbies de la industria fósil han logrado rebajar el tono general del resumen dirigido contra su propia industria. Se sabe que el retraso en la publicación del informe ha sido principalmente por esta razón. Países interesados –destaca el rol de Arabia Saudita– presionaron para eliminar esta recomendación.
• Se rebaja el tono respecto a la responsabilidad del 10 por ciento más rico. En el resumen filtrado se apuntaba que contaminan diez veces más que el 10 por ciento más pobre.
• Desaparecen muchas de las alusiones a las emisiones directas de la aviación, la industria del automóvil y el consumo de carne. De hecho, la palabra meat (‘carne’, en inglés) desaparece del nuevo resumen. Estas emisiones quedan reflejadas en el recién publicado informe como asociadas a otras del sector y, por tanto, queda diluida su importancia.
• En el primer borrador se alertaba respecto a los «intereses creados» como uno de los factores que imposibilitaban el avance de la transición energética. Esa mención, que sí aparece en el informe, ha caído del resumen, víctima, precisamente, de esos mismos intereses creados que presionan a los gobiernos. ¿Quién dice que no hay poesía en los informes científicos?
• Se elimina una de las frases que más enfrentaba el tecnooptimismo absolutamente predominante en el informe: «El coste, el rendimiento y la adopción de muchas tecnologías individuales han progresado, pero las tasas de despliegue e implementación global del cambio tecnológico son actualmente insuficientes para alcanzar los objetivos climáticos». Una afirmación que chocaba de lleno con la lógica de los mercados de carbono voluntarios y las grandes empresas.
• Sobre el mecanismo de la captura y secuestro de carbono: Arabia Saudita, de nuevo, junto con otros países, como Reino Unido, han pugnado por fortalecer este polémico punto que les permite seguir como si nada pasara, demostrando una absoluta frivolidad. El tecnooptimismo imperante cree que una tecnología por desarrollar vendrá mágicamente al rescate y permitirá incluso «seguir usando combustibles fósiles». Se ha introducido mucho material sobre estas tecnologías para justificar la idea de las cero emisiones netas, la que no tiene casi base científica, y que, sin embargo, sostiene la tesis central del informe.
• Desaparece del resumen cualquier tímida mención a los problemas con los materiales necesarios para la transición energética, que son indispensables para el desarrollo de las renovables, las baterías o el coche eléctrico. En el primer borrador estaba presente.
• Desaparece también la mención a la democracia participativa como una de las principales herramientas para desatascar y acelerar una transición para la cual ya no hay apenas tiempo.
• Desaparece por completo el punto que hacía referencia a que «los ambiciosos objetivos de mitigación y desarrollo no pueden alcanzarse mediante cambios graduales». El maquillaje se ceba con las referencias que buscaban resaltar que no basta con cambios individuales y paulatinos.
Afortunadamente, al analizar el informe completo –libre de presiones–, sí podemos encontrar un camino que nos dirige nada más y nada menos que a una revolución de nuestros sistemas energéticos y socioeconómicos, dejando entrever la emergente apuesta de una parte de la comunidad científica por el decrecimiento. Es el único camino que nos queda para atajar las múltiples emergencias en las que nuestras sociedades están inmersas. Veintiocho veces se menciona la palabra decrecimiento –cada vez menos tabú– en el informe completo, frente a cero en el resumen para políticos. La frase que hacía referencia al carácter insostenible de la sociedad capitalista también se mantiene, lo que demuestra la impecabilidad del informe.
Por primera vez, el IPCC se hace eco de lo que la sociedad civil lleva años advirtiendo y alerta, en sus capítulos 14 y 15, sobre el obstáculo que entraña el Tratado sobre la Carta de la Energía (TCE) y su mecanismo de resolución de controversias inversor-Estado para el desarrollo de políticas de mitigación del cambio climático. Y es que, tras haber pasado desapercibido durante tres décadas, hoy en día este acuerdo internacional para el sector energético continúa protegiendo las inversiones en combustibles fósiles y permitiendo que inversores y multinacionales –precisamente aquellos que nos han abocado a esta encrucijada– puedan demandar a los Estados cuando consideren que han legislado en contra de sus intereses económicos, presentes o futuros. Los números hablan por sí solos: solo en Europa la infraestructura fósil protegida por el tratado asciende a 344.600 millones de euros.
La pregunta es: ¿podemos abandonar los combustibles fósiles sin antes abandonar el TCE? ¿Y por qué no se ha incluido en el resumen para políticos?
Llegados a este punto, ya no basta con incluir menciones valientes en informes cuyos resúmenes son después diluidos por los lobbies. No solo es normal que una parte de la comunidad científica se rebele y pase a la acción: es más que deseable. Es justo lo que necesitamos para provocar un debate que parecemos evitar. Este debate, el elefante en la habitación, es que necesitamos cambiar el modelo socioeconómico, y rápido. Necesitamos actuar, arriesgar, para quizás, con suerte, inspirar a la sociedad a que se vuelva a movilizar. Necesitamos abandonar los combustibles fósiles antes de que ellos nos abandonen a nosotros.
* Firmantes:
Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España.
Antonio Turiel, doctor en Física Teórica e investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.
Fernando Prieto, doctor en Ecología y presidente del Observatorio de la Sostenibilidad.
Javier de la Casa, doctorando en Ecología Terrestre e investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona.
Marta García Pallarés, ambientóloga y magíster en Desarrollo Agrícola.
Juan Bordera, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.
Ferran Puig Vilar, ingeniero y periodista especializado en cambio climático.
(Publicado originalmente en CTXT. Titulación de Brecha.)