Los ojos se detenían, como por un acto reflejo, en la doble página de María Esther Gilio cuando se repetía el rito de dar vuelta cada hoja de un ejemplar de Brecha de los lejanos noventa. Primero, constataban la firma y luego descubrían quién había sido su objetivo semanal, porque su rango era amplio y su curiosidad tan infinita como la del entrometido lector. Aunque en los últimos tiempos parecía concentrarse en el periodismo cultural, su radar era ilimitado y pasaban por su filtro deportistas, docentes, obreros, peones rurales, militantes y, por supuesto, psicoanalistas. Sin olvidar sus collages de entrevistados callejeros, a quienes capturaba para palpar una crisis o la trajinada política cotidiana desde la mirada de los comunes («la base invisible», diría Rodolfo Walsh en Operación mas...
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