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CON LA VII BRIGADA NACIONAL DE BÚSQUEDA

Pelear por ver

Otros seis cadáveres de desaparecidos fueron hallados gracias a la acción de estas mujeres, que siguen demostrando el genocidio estructural padecido al sur del río Bravo y que también entre ellas origina discusiones como las que explicita la nota que acompaña esta crónica.

↑ Edith Hernández, hermana de Israel, secuestrado en 2012, desaparecido durante cuatro años hasta que fue exhumado de las fosas de Tetelcingo, ejido de Cuautlixco / ERNESTO ÁLVAREZ

El hallazgo fue el domingo 5. Las mujeres de la brigada decidieron que trabajarían también durante el fin de semana, debido a que un episodio violento cortó bruscamente la tarea del viernes. Estaban haciendo rastreo en un campo en el municipio de Huitzilac cuando oyeron una ráfaga de detonaciones a la distancia. A una de ellas se le grabó en el relato cómo los militares que hacían la seguridad cortaron cartucho1 y salieron disparados hacia el origen del ruido, mientras los policías de Morelos, que también estaban, casi se daban topes entre ellos, desconcertados, sin saber bien qué hacer o para dónde salir.

La respuesta, dijo la mujer, vino de Marabunta, otro grupo solidario que las apoya desde que crearon este experimento colectivo en 2016, al que bautizaron como Brigada Nacional de Búsqueda (véase «¿Verdad o justicia?», en estas páginas). Los Marabunta les indicaron cómo y por dónde salir en fila, agachadas, una tras otra, hasta que subieron a la camioneta que las sacó del punto.

La asamblea que tuvieron esa noche fue tensa, porque las organizaciones de derechos humanos que colaboran con la gestión de la brigada dudaban de la seguridad para continuar. Pero una de las presentes contó cómo las madres dijeron que querían seguir y que al día siguiente leerían en el campo de búsqueda un comunicado, que responsabiliza de lo sucedido a las autoridades por retacear el apoyo, particularmente, por la poca disposición de policías, militares y efectivos de la Guardia Nacional para acompañarlas, insuficientes para cuidar a este grupo de mujeres que enfrentan la inercia institucional con palas y varillas.2

El hallazgo del domingo fue dos días después y a 60 quilómetros del episodio de las detonaciones, en Cuautla. Participar ese día fue una experiencia totalmente diferente en la vida de Guadalupe Melo Ulloa. Su hermano, Gabriel Melo Ulloa, fue desparecido el 22 de setiembre de 2010, tras ser detenido en un retén carretero de la Policía Intermunicipal, en Poza Rica, Veracruz, junto a Jaime López Carlo y los hermanos Luis Armando y Gustavo Trujillo Herrera. La familia Trujillo Herrera, que tiene otros dos hijos desaparecidos desde 2008, fue la principal articuladora de la Red de Enlaces Nacionales, que conglomeró a familias buscadoras de todo México, donde se gestó la Brigada Nacional.

Y aunque Guadalupe ya había participado de pesquisas dos veces, siempre prefirió sumarse a las visitas a centros de reclusión y a la difusión de la problemática en la comunidad, evitando ir a las búsquedas de fosas clandestinas. «No lo hacía porque yo siento, pienso que mi hermano sigue vivo. Pero el domingo, que me di la oportunidad de venir a campo, tuvimos el privilegio de encontrar fragmentos», contó a Brecha. Las familias marcaron cuatro puntos como posibles «positivos» y los taparon con piedras para señalarlos. Los peritos encargados de la exhumación no llegaron hasta el martes, cuando Guadalupe volvió al punto. «Regresé con la intención de ver que se hiciera correctamente el procedimiento, porque, al final de cuentas, nosotras encontramos y hacemos un poco de su trabajo. Lo justo es que terminen de hacerlo como corresponde.»

LA EXHUMACIÓN

Cuando las familias regresaron, el martes 6 de diciembre, el punto tenía dos perímetros de vallas con el señalamiento amarillo de la extinta PGR –actualmente es la Fiscalía General de la República (FGR)–, que recortaba su posibilidad de ver. Desde afuera del cerco, la mirada llegaba a los movimientos de los cuatro peritos vestidos con mamelucos de polietileno blanco, retirando las piedras del primer señalamiento y esa tierra suelta, que había sido para ellas la evidencia para seguir cavando.

Las mujeres han aprendido que la tierra habla, que cuando fue removida es leve y que las marcas de los tajos que la abrieron se pueden encontrar, como cicatrices en la piel. Eso permite perfilar la fosa original, tarea que los peritos comenzaron cerca de las 9 de la mañana y a la que dedicaron las horas siguientes hasta que, ocho minutos después de las 4 de la tarde, lograron sacar de la clandestinidad a la primera persona.

«Es frustrante para mí, porque parece una burla de la FGR ante las familias, al ser las familias las que encuentran estos hallazgos y dan el aviso para una digna exhumación e identificación del cuerpo.» Tanto esta frustración como la explicación del párrafo anterior sobre perfilar una fosa salieron de la misma persona: Edith Hernández, hermana de Israel, secuestrado en 2012, desaparecido durante cuatro años, hasta que fue exhumado de las fosas de Tetelcingo, un pueblito rural usado por las autoridades locales para ocultar los cadáveres sin identificar que tenían bajo su resguardo. Edith es una voz calificada, no solo por su experiencia personal, sino colectiva, porque junto con las mujeres del colectivo Regresando a Casa Morelos han sido observadoras de la exhumación de más de 200 personas en los últimos cinco años, aunque hasta el momento se haya identificado a menos del 10 por ciento de esa gente.

De ahí la frustración de Edith: «Justo la identificación de los que están ahí adentro es el tema. Una cosa es sacarlos de la tierra, pero otra es identificarlos, saber quiénes son y regresarlos a su casa. Las familias hacemos esa aportación porque conocemos los detalles de los casos de nuestras compañeras, los traemos en la mente. Pero si nos ponen a una distancia donde la visión es solamente la superficie de la fosa, es una burla». Para sacar el cuerpo a la superficie, los peritos metieron una bolsa de cadáver blanca a la fosa, que antes rotularon con un número de carpeta de investigación correspondiente a una de las integrantes de la brigada. Solo así las familias consiguen que sus formas de encontrar gente se cuelen por la ventana de la legalidad.

La bolsa para cadáver también opera como una restricción de la información relevante para la identificación que mencionaba Edith, porque no les permite ver ningún detalle que colabore con su identificación. Pero, aunque estaban molestas por esto, las mujeres se mantenían en un silencio expectante. Tras siete horas de observar los movimientos de esos cuatro individuos blancos, intuyeron que aún no habían terminado de trabajar. Cuando uno de ellos extendió sobre la tierra otras dos bolsas blancas, un compañero que reporteaba la escena dijo en un susurro que resonó al expresar, fiel a su rol, el pensamiento común: «¡Son tres!».

Ya la salida de la segunda persona exhumada me generó un shock físico. No puedo contarlo de otra manera. Me cambió la temperatura del cuerpo y sentí un hueco en el estómago que me hizo contener el aire cuando vi la bolsa blanca ser jalada de regreso a la superficie, como si estuviera viendo a la tierra parir.

Todos los peritos demostraban el cansancio de ese alumbramiento forzoso de horas, pero la arqueóloga que estaba parada dentro de la fosa, perfilando el contorno para permitir la salida de la tercera persona, trabajaba un poco y se recostaba hacia atrás, poniendo la espalda sobre la tierra y la cara al cielo, visiblemente ahogada por los gases que emanaban del pozo, antes de volver a inclinarse para trabajar.

Sacar a la tercera persona les costó más que las primeras dos, porque estaba en una posición distinta, que obligaba a plegar en un ángulo la bolsa blanca. Cuando llegó el transporte del servicio médico forense local a llevárselas, ya había caído la noche. La arqueóloga informó a las mujeres que no podía confirmar el sexo de las personas, solo decirles que era un enterramiento reciente, ya que los cuerpos aún tenían tejido y estaban en «licuefacción».

No fue hasta el final del trabajo del día siguiente, el miércoles, cuando les ofrecieron una somera descripción de las prendas de las tres personas exhumadas de la primera fosa y de una cuarta persona encontrada en una segunda fosa, allí mismo, también señalada por las familias desde el domingo. En total, fueron recuperadas seis personas de este campo, las dos últimas exhumadas juntas de una tercera fosa, el jueves 8 de diciembre.

Al cierre de ese día, el agente del Ministerio Público a cargo, Agustín Ramírez, les comunicó a las mujeres que ya no les darían ningún dato sobre la tercera fosa, porque, debido a la información que ellas «filtraron» a la prensa sobre las primeras, se les había llenado de gente la fiscalía, personalmente y por teléfono, que hablaba interesada en cotejar su ADN con el de los cuerpos hallados, ya que en la ropa que llevaban había algo que les hacía pensar que se trataba de su familiar.

El agente Ramírez les dijo que disculparan, pero que ahí se acababa lo compartido, porque ellos no podían estar respondiendo a la crisis que las mujeres les habían creado, nomás, por difundir esa información.

LA SÉPTIMA

Desde que se anunció la realización de la VII Brigada Nacional de Búsqueda, en Morelos, los colectivos locales comenzaron a recibir avisos anónimos sobre dónde buscar, en su mayoría por redes sociales. Así llegaron aquí.

Las tres fosas halladas están contenidas en un rectángulo de terreno de unos 20 metros de largo, en paralelo a una vía del tren en desuso, por lo que esa tierra es propiedad federal. Alrededor hay campos sembrados de maíz y chile, que suelen rentar a terceros los antiguos titulares del ejido Cuautlixco, favorecido por el acceso colectivo al agua de tres pozos de extracción de ese bien, escasísimo por acá.

Tal vez también por esos pozos hay aquí plantas de calabaza de reluciente verde rodeando el camino de ingreso al punto, en paralelo a la vía. El verde del paisaje solo se interrumpe por el movimiento de los trabajadores agachados para cortar sus flores de color naranja, manjar de la cocina mexicana. De fondo, por las tardes, aparece el perfil de los dos volcanes que rodean el Valle de México. Sería hermoso si no supiéramos lo que sabemos.

Es un lugar accesible, aunque sin luz por las noches, ubicado a menos de diez minutos de la sede del Quinto Regimiento Mecanizado de Cuautla. Cada mañana, antes de ir al punto, la brigada viajaba desde su hospedaje en Cuernavaca hasta aquí y debía entrar a ese comando militar, donde esperaba por la escolta del Ejército, para luego ir al punto con seguridad.

El viernes 9, los peritos descartaron sin más hallazgos el último punto señalado desde el domingo y quitaron el acordonamiento. Las madres entraron cargando una cruz de madera que construyeron de los árboles de alrededor y que adornaron con unas flores de un azul inusual, bonitas. Igual de bonitas e inusuales que las mariposas blancas que revolotearon sobre la fosa cuando la empezaron a abrir.

Las mujeres gritaron sus consignas, rezaron y, en esa ceremonia improvisada, dejaron la cruz marcando la primera fosa. Ellas también recibieron decenas de mensajes en cuestión de horas pidiendo información. Y saben que su presencia fue desequilibrante para abrirles un camino de regreso a estos desaparecidos. Encontrar es algo que duele, pero que agradecen, porque sus vidas han pasado a girar en torno a estos complejos procesos de búsqueda.

Algunas dicen más libremente que aquí en el campo, en la brigada o en las caravanas se sienten mejor que en sus casas, donde su desaparecido vuelve a caer en el silencio, donde nadie les pregunta por él y les cuesta llorar, aunque lo necesiten. Aquí, en comunidad, pueden dimensionar mejor su valor político.

Concluye al respecto Angélica Rodríguez Monroy, mamá de Viridiana Morales, desaparecida desde el 12 de agosto de 2012: «Este trabajo evidenció que todo el estado de Morelos es una fosa y que tenemos razón las familias que hemos caminado y sabemos que hay cuerpos, aunque las autoridades lo nieguen. ¿No les da vergüenza que venga la brigada y que sean las familias las que estén localizando todos estos hallazgos?».

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