Contados los votos y hechos los primeros análisis de una elección atípica, empieza la campaña hacia la segunda vuelta. La ciudadanía elegirá entre dos candidaturas: la de Álvaro Delgado y Valeria Ripoll, y la de Yamandú Orsi y Carolina Cosse.
De un lado, la coalición liberal-conservadora, autodenominada republicana, que hoy gobierna. Si la evaluamos por lo hecho, debemos decir que su gobierno fue un festival de corrupción, comenzando desde la cúspide del Poder Ejecutivo, por el que debieron renunciar múltiples jerarcas por una larga serie de escándalos que monopolizaron la agenda pública de los últimos dos años. En lo político, su orientación fue de un reformismo neoliberal, al mismo tiempo gradualista y radical, que impuso reformas que, sin privatizaciones vistosas, pusieron a andar y profundizaron lógicas de mercado y de control gerencial a lo largo y ancho del Estado. También fue un gobierno que apostó por formas más brutas de represión y por una Policía «vieja escuela», también entrelazada con tramas de corrupción. Fue un gobierno con un discurso beligerante y episodios de persecución a docentes y sindicalistas que dio los primeros pasos para instalar un clima de crispación y batalla cultural antizquierdista, al mismo tiempo que deprimió el salario y los ingresos populares mientras crecía el PBI.
Del otro lado hay… algo más complicado. El Frente Amplio (FA) es un viejo conglomerado de fuerzas de izquierda, con vínculos profundos con el movimiento obrero, la intelectualidad y una ancha base popular, que nació como síntesis de ambiciosas aspiraciones de transformación tendencialmente socialistas. Si hoy, cinco décadas después, en las bases sociales, la militancia e incluso una parte no despreciable de su dirigencia esas aspiraciones siguen vivas, no es evidente la forma en que eso vaya a trasladarse a un eventual gobierno frenteamplista. Esto, porque el FA viene de hacer la que fue, con mucha distancia, la campaña más conservadora de su historia y porque anunció como ministro de economía a Gabriel Oddone, un economista que es uno de los principales intelectuales orgánicos del capital en el país (cosa que, por supuesto, no invalida necesaria ni completamente sus ideas, con las que habrá que discutir).
Por esto, es de esperar que en la agenda de un futuro gobierno frenteamplista, especialmente uno que deberá negociar con la derecha en la Cámara de Diputados, estén reformas que se parezcan más a lo que estamos acostumbrados a ver venir desde la derecha que desde la centroizquierda, así como una agenda de crecimiento económico que puede poner en riesgo elementos importantes de las formas de funcionar de lo público y al medioambiente.
No es difícil entender a quienes, alejando la mirada, vean que estas dos opciones son básicamente versiones de lo mismo. Al punto que el propio Oddone negó, en los últimos días, que estén enfrentados «dos modelos de país», consigna histórica del frenteamplismo. Frente a esto, podríamos poner el foco, para buscar diferencias, en la corrupción o en las posibilidades de gobernabilidad una vez que el FA alcanzó la mayoría en la Cámara de Senadores. Pero estos elementos, aunque importantes, no son políticamente centrales.
Lo que, desde un punto de vista que valora lo público, que aspira a que se construyan capacidades de controlar la economía en una dirección que vaya hacia la socialización y la planificación ambiental, hace que el FA sea diferente es su enraizamiento en la militancia social y la presencia dentro de él, aunque sea de forma minoritaria, de ideas socialistas, feministas, ecologistas y de diferentes gamas de socialdemocracia y desarrollismo con visiones más o menos democratizadoras y desmercantilizadoras.
Si gana la derecha, sabemos qué esperar: que las tendencias del gobierno de Luis Lacalle Pou se profundicen y que un Poder Ejecutivo de derecha sin mayorías vaya hacia una mayor centralización en el gobierno, y un uso intensivo de los mecanismos de excepción, tendencia que ya mostró con la Ley de Urgente Consideración. Veremos un desfinanciamiento de los servicios públicos, una represión más desbocada, un estancamiento del salario y una mayor liberación para los negocios financieros y las platas grises del sector ilegal.
Si gana el FA, la cosa es un poco más entreverada. No es difícil imaginar formas de que salga mal o incluso muy mal. Si la derecha define llevar al país a un bloqueo político y logra disciplinar a sus diputados, al gobierno frenteamplista le va a ser imposible legislar. Si la línea de Oddone se despliega completamente, eso puede producir dos cosas: o bien resistencias y quiebres en la base y la estructura militante del FA (incluyendo la del Movimiento de Participación Popular), lo que produciría inconsistencias que lleven al gobierno a la parálisis, o bien que el FA, a través de su presencia en la militancia social, logre quebrar las resistencias a los elementos más conservadores de su gestión, teniendo como resultado un reformismo de centroderecha sin contestación social. Si ese proyecto se lograra aplicar, otras experiencias de centrismos en América del Sur nos muestran que no hay ninguna garantía de éxito, incluso en sus propios términos.
También es posible imaginar que las cosas salgan más o menos bien. Eso requeriría mucha virtud política de muchos actores, que deberán combinar de forma precisa la búsqueda de fisuras en la coalición de derecha, la identificación de las zonas en las que son posibles grandes acuerdos que no lesionen la integridad de lo público, la capacidad de asegurar los equilibrios y los contrapesos entre los distintos sectores del FA, de incorporar la agenda del movimiento sindical y otras militancias sociales, la inteligencia para dar conflictos de formas que no sean excesivamente destructivas y la identificación de formas de mejorar los niveles de vida de la población que no empeoren la crisis ambiental. La generación de dirigentes que va a asumir las mayores responsabilidades de un gobierno frenteamplista tiene la oportunidad de mostrar que está a la altura de semejante desafío.
La situación mundial y suda-mericana es extremadamente incierta y peligrosa, y es de esperar que en el próximo quinquenio aparezcan factores inesperados que desordenen la situación, que abrirán tanto la posibilidad del agravamiento de la situación política, social y ambiental como oportunidades para nuevas ideas y construcciones políticas. Es posible, aunque no seguro, que un gobierno frenteamplista dé algo de aire, de espacio cultural para que sea posible que la izquierda esté un poco menos a la defensiva y puedan darse discusiones que con un gobierno de derecha están limitadas por la urgencia de la defensa.
Quienes voten deberán hacerlo con plena conciencia de estos problemas y esta incertidumbre, con los ojos abiertos, sin autoengaños ni ilusiones. Primero, porque no podemos darnos el lujo de más desilusiones ni del cinismo reaccionario al que estas llevan. Segundo, porque hacernos una idea falsa de lo que viene nos va a impedir estar preparados para las situaciones y las discusiones que rápidamente tendremos que enfrentar. Tiene que ser posible caminar y mascar chicle al mismo tiempo: elegir entre las opciones que se tienen sin que esto nuble la claridad sobre la realidad en la que nos encontramos.
Esto vale también para quienes quieran convencer indecisos. Sin duda, algunas de las propuestas y las consignas desplegadas desde las campañas pueden ser útiles para ello, pero no hay nada más útil que la realidad y la honestidad. Siempre es más fácil convencer partiendo de lo que uno realmente piensa, usando como argumentos las razones que son convincentes para uno, y escuchando realmente las preocupaciones del otro, que tienen buenas chances de ser razonables, aunque no sean exactamente las mismas que las nuestras.
Es lógico que, llegado a este punto, no nos gusten las opciones que tenemos. Esto nos impone, antes que nada, la tarea de entender cómo llegamos hasta acá, excluyendo en principio la interpretación de que las cosas malas pasan porque los demás son malos o bobos. Primero que nada, porque eso abriría la inquietante pregunta de cómo nosotros, supuestamente tan buenos y tan inteligentes, somos tan ineficaces y tenemos tantos problemas para convencer. Por eso, es mejor asumir la posibilidad de que quienes no supimos cómo crear otra situación tengamos parte de la responsabilidad. Lo que implica no solamente criticar a quienes se impusieron, sino también preguntarnos sobre las razones por las cuales otras ideas y otras formas organizativas no lograron conectar con la realidad de modo de crear eficacia política.
Este esfuerzo por comprender y aceptar la realidad, aunque importante y necesario, no tiene que ser interpretado como un llamado a destruir el propio deseo, ni a abandonar la convicción sobre cuáles son las cosas que es necesario hacer ni la capacidad de discutir desde esas convicciones, aunque sean coyunturalmente minoritarias. No se trata de refugiarse en principios abstractos denunciando el realismo o el pragmatismo de los demás. Porque si nuestras ideas fueran principios morales que no tienen nada que ver con la percepción, el pensamiento, el deseo y las necesidades colectivas serían dogmas de los que sería mejor deshacernos. Y porque pensar que la eficacia es necesariamente prosistémica es aceptar, casi a nivel ontológico, la necesidad de una eterna derrota.
Las izquierdas, tanto las frenteamplistas como las no frenteamplistas, no están en su mejor momento. Su reconstrucción es condición necesaria para la aparición de las ideas y de un poder que sea capaz de enfrentar los problemas del presente. Esto, porque es muy probable que se demuestre, en los próximos años y décadas, que la comprensión de la gravedad de la situación política, ambiental y social en todas las escalas, y el planteo de soluciones socialistas a esta situación, son mucho más realistas y razonables que la idea de que es posible una estabilidad eterna basada en un crecimiento económico sin transformación de las formas institucionales actuales.
El miedo y la incertidumbre hacen comprensibles los reflejos conservadores, pero ceder a esos reflejos, aunque en el corto plazo pueda producir una sensación de seguridad, tiene también sus límites y sus peligros, de los cuales el principal es que, en la búsqueda de relanzar el crecimiento, agotemos el agua y llenemos el mar de pozos de petróleo, acelerando hacia la pared del colapso ambiental.
No existe ninguna posibilidad de un futuro sin problemas. Sí la posibilidad de operar sobre el terreno en el que deberemos enfrentarlos. Aquello de que los seres humanos hacemos la historia, pero no la hacemos bajo circunstancias elegidas por nosotros mismos. En esta elección, como en casi todas, se juegan cosas muy importantes del futuro. Una opción implica un camino directo hacia el empeoramiento de la situación. La otra, algo más complicado, que va a requerir de mucha política, sin ninguna garantía.