Las potencias mundiales deben imponer una solución al conflicto israelí-palestino porque la alternativa es el terror permanente, de uno y otro lado, coincidieron dos grandes intelectuales, uno israelí y el otro palestino, en libros publicados hace 20 años.
Edward Said escribió que Palestina «esta incómodamente e incluso escandalosamente cercana a la experiencia judía de genocidio», en la introducción a su libro Reflexiones sobre el exilio, publicado en el año 2000.
Yeshayahu Leibowitz sostuvo que la política israelí en los territorios ocupados «es de autodestrucción del Estado judío y de relaciones con los árabes basadas en el terror perpetuo», en Judaism, Human Values, and the Jewish State, un libro que reúne una selección de artículos suyos publicados hasta su muerte, en 1994.
Said nació en Jerusalén en 1935, escapó con su familia cristiana en 1948 durante la Nakba, la catástrofe, cuando 750 mil palestinos huyeron escapando de las masacres perpetradas por las fuerzas armadas israelíes. Fue profesor en la Universidad de Columbia y fundó junto con Daniel Barenboim la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente, integrada por palestinos e israelíes. Falleció en Nueva York en 2004.
Leibowitz, bioquímico, historiador de las ciencias, filósofo y practicante ortodoxo, nació en Riga en 1903 y emigró a Palestina en 1934. Defendió la independencia de Israel y la legitimidad de la creación de un Estado en el que los judíos se gobernaran a sí mismos y ya no por gentiles, tras 2 mil años de opresión y violencia. Fue profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Murió en esa ciudad en 1994. Isaiah Berlin calificó a Leibowitz de «conciencia de Israel: el más claro y honorable campeón de los principios que justifican la creación de un movimiento [el sionismo] y de un Estado soberano, alcanzada a un alto costo humano para los judíos y sus vecinos».
Leibowitz defendió la solución de dos Estados, porque «la alternativa es una guerra sin fin». Consideró que esta solución debe ser impuesta por las potencias mundiales, porque «israelíes y palestinos jamás se pondrán de acuerdo sobre la partición y su implementación».
Said fustigó la pasividad de los «liberales» de Estados Unidos y Europa que hacen posible esta catástrofe. El «discurso liberal de los derechos humanos, tan elocuente cuando se trata de otros, ha permanecido incómodo y silencioso ante Palestina, mirando para otro lado, probablemente porque Palestina es un campo de prueba para un verdadero universalismo sobre asuntos tales como el terror, los refugiados y los derechos humanos, y porque plantea una verdadera complejidad moral, a menudo evitada en la precipitación hacia diferentes reafirmaciones nacionalistas».
Después de la guerra de los Seis Días, en 1967, Leibowitz abogó por la retirada inmediata de las Fuerzas de Defensa de Israel de los territorios ocupados. Escribió que, al mantener los territorios ocupados, «Israel dejó de ser el Estado del pueblo judío y se transformó en un aparato coercitivo con el que los judíos gobiernan a otro pueblo». Más tarde, afirmó: «El Estado de Israel hoy no es ni una democracia ni un Estado que respete el Estado de derecho, dado que gobierna a un pueblo de 1,5 millones de personas que no tienen derechos civiles ni políticos». El texto de Leibowitz es de 1988; actualmente son 5,3 millones los palestinos en los territorios ocupados por Israel.
«En nuestros tiempos de descolonización mundial, un régimen colonial necesariamente da nacimiento al terrorismo», escribió Leibowitz. «Era de esperarse que un pueblo subyugado luchara por su libertad contra el poder colonial, con todos los medios a su disposición, sin preocuparse por su legitimidad. Esto ha ocurrido en las guerras de liberación de todos los pueblos. Calificamos las acciones de los palestinos de terrorismo y a sus combatientes de terroristas. Pero mantenemos nuestro poder sobre el pueblo rebelde con métodos considerados criminales en todo el mundo. Llamamos a esto política y no terrorismo porque la lleva adelante un gobierno constituido y un Ejército regular.»
Leibowitz se refirió también a la normalización en Israel de lo que antes se consideraban «casos aberrantes de necesidad». La tortura de prisioneros palestinos legitimada por autoridades judiciales israelíes, las represalias desproporcionadas contra civiles desarmados –hombres, mujeres y niños.
Sostuvo que Israel debía ser el país donde los judíos pudieran vivir con seguridad, dentro de fronteras reconocidas. Defendió la separación del Estado de la religión, para que esta no se corrompiera y pudiera dedicarse a fortalecer a la sociedad israelí a través del estudio de la Halajá, que fue lo que mantuvo unida a la nación judía durante 2 mil años.
La negación occidental del derecho a la autodeterminación de los palestinos tiene una larga historia. En 1917 el ministro de Exteriores británico Arthur Balfour, en carta enviada al barón Walter Rothschild, se pronunció a favor del establecimiento en Palestina de «un hogar nacional» para los judíos. En 1918, tras la derrota del Imperio otomano, ingleses y franceses, al dividirse las provincias otomanas de Oriente Medio, prometieron conjuntamente la independencia a los árabes. Los palestinos fueron excluidos.
En un memorándum escrito al año siguiente y citado por Said, Balfour sostuvo que en Palestina «no proponemos la realización de una consulta a los habitantes actuales del país… Las cuatro grandes potencias apoyan el sionismo, y el sionismo, sea verdadero o falso, bueno o malo, está anclado en una antigua tradición, en sus necesidades presentes, en sus esperanzas futuras, de una importancia mucho más profunda que los deseos y los prejuicios de los 700 mil árabes que habitan actualmente esta tierra histórica».
Leibowitz condenó la educación sionista impartida a la juventud israelí, que sacraliza conceptos como nación, Estado o territorio, la Eretz Israel del río hasta el mar. Solo Dios es santo –escribió Leibowitz–, lo otro es «idolatría». Advirtió que sacralizar el nacionalismo encierra el riesgo del fascismo. Además de instar a los reclutas israelíes a que se negaran a servir en los territorios ocupados, durante la invasión de Líbano por Israel en 1982 Leibowitz pidió a los jóvenes israelíes que se convirtieran en objetores de conciencia para no servir en esa guerra.
Casi 2 millones de palestinos son ciudadanos israelíes, por lo tanto, un total de 7 millones de palestinos viven en Israel y los territorios ocupados, contra casi 8 millones de judíos, 7,1 millones en Israel y unos 800 mil colonos en los territorios ocupados. La diáspora judía asciende a unos 7 millones, de los cuales 6 millones viven en Estados Unidos; la diáspora palestina también asciende a unos 7 millones, de los cuales 1 millón vive en Estados Unidos, Europa y América Latina, el resto se encuentra sobre todo en los países limítrofes con Palestina, como refugiados.
Leibowitz se equivocó en un punto. Escribió que, «si la actual situación persiste, el creciente salvajismo de la sociedad israelí será tan inevitable como el divorcio del Estado [de Israel] de los judíos del resto del mundo».
La diáspora judía adhiere cada vez más al nacionalismo israelí, desde el surgimiento del movimiento neoconservador en Estados Unidos en la década del 60 del siglo pasado, impulsado por intelectuales judíos. Fue uno de los apoyos de Ronald Reagan en su victoria presidencial de 1980. La máxima influencia de los neoconservadores se alcanzó en las presidencias de George W. Bush (2000-2008), con el lanzamiento de la guerra contra el terrorismo, que culminó en el derrocamiento de Saddam Hussein y la destrucción de Irak.
Said escribió que «los sufrimientos judíos y palestinos pertenecen a la misma historia: la tarea de interpretación es de reconocer este vínculo, y no separarlo en dos esferas distintas y sin relación». «Hay pocos casos en que el vínculo entre la libertad y la interpretación es tan urgente, tan literalmente concreto, como en el del pueblo palestino, gran parte de cuya existencia y destino fue desviada por la interpretación occidental para negarnos la libertad, y la interpretación acordada a los judíos israelíes.» «Ya es tiempo de unir y de reconocer a estos dos pueblos, dado que la realidad que comparten en la Palestina histórica ya los unió», concluyó Said.
Leibowitz consideró que la supervivencia de Israel está en peligro, que solo la mantiene el apoyo militar de Washington. «Si no nos retiramos de los territorios por nuestra libre voluntad, puede que seamos obligados a entregarlos y que de esta manera nos salven de ser corrompidos por el fascismo y la guerra sin fin. Puede bien ser la ironía de la historia que los gentiles salven al Estado de Israel de los judíos, que están inclinados a destruirlo», concluyó Leibowitz.