Revoltijo a la republicana - Semanario Brecha
Estados Unidos: De condenar al «socialismo» a proteger a George Santos

Revoltijo a la republicana

Un mes de mayoría republicana en la Cámara de Representantes ha resultado en mucho ruido y pocos indicios de un Congreso funcional. La política brinca de susto de la semana a controversia de la quincena, y la ciudadanía, disconforme, mira a otro lado.

Kevin McCarthy, el 7 de enero, día en que fue electo como presidente de la Cámara de Representantes. AFP, OLIVIER DOULIERY

El Partido Republicano este enero cometió el mismo error en el que incurrió el Partido Demócrata dos años antes: entrar a paso de vencedor arrogante, como si dos meses antes hubiese obtenido una victoria electoral abrumadora y preñada de un mandato decisivo de la ciudadanía, cuando, en realidad, y en ambos casos, los resultados de los comicios fueron magros.

Estados Unidos tiene sus elecciones legislativas cada dos años y en la legislatura anterior los demócratas tenían 222 escaños en la Cámara de Representantes frente a 211 de los republicanos. En el Senado había una mayoría demócrata de 51 votos contra 50 republicanos. En la legislatura que surgió en noviembre pasado, hay en la Cámara Baja 222 republicanos y 212 demócratas. En el Senado la mayoría demócrata subió a 52 votos y la bancada republicana quedó en 49.

Es decir, ninguno de los dos partidos tiene un número suficiente de votos en la Cámara de Representantes como para imponer un curso de política definido, y, por cierto, ninguno de ellos tiene en el Senado votos suficientes como para aprobar leyes significativas o superar un veto presidencial.

Esto ha sido así por décadas, y, si es que alguien confía en ese ente tan mencionado como escurridizo que es la «voluntad popular», cabría concluir que la mayoría de los estadounidenses está conforme con su forma de gobierno y con un gobierno que funciona por componendas, compromisos, transacciones e ineficiencias.

EL CUCO DE TURNO

En un mensaje a sus simpatizantes, el nuevo presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, republicano de California, incluyó una lista de sus muchos logros alcanzados en las pocas semanas desde que −a duras penas− obtuvo el cargo, tras 15 rondas de votación entre sus correligionarios díscolos.

Pero lo que McCarthy menciona como logrado no es más que una lista de declaraciones aprobadas e iniciativas de legislación. Lo único concreto que ha hecho McCarthy es reacomodar miembros en comités de la Cámara e impulsar una maniobra astuta para dividir a los demócratas.

En la cultura política de Estados Unidos hay cucos, y uno de ellos es el «socialismo». Y está el recurso de las «resoluciones», que vienen siendo declaraciones estentóreas de poco efecto práctico. La semana pasada, los republicanos promovieron una resolución que condena el socialismo y sus horrores, que salió aprobada con 328 votos, 109 de ellos demócratas. Ochenta y seis demócratas votaron en contra y 14 se abstuvieron de votar.

La resolución ocupa tres páginas y sostiene que «la ideología socialista demanda una concentración del poder que, una y otra vez, ha conducido a regímenes comunistas, gobiernos totalitarios y dictaduras brutales». El documento menciona a Vladímir Lenin, Iósif Stalin, Mao Tse-Tung, Fidel Castro, Pol Pot, Kim Jong-il, Kim Jong-un, Daniel Ortega, Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

La maniobra debe entenderse en el contexto electoral estadounidense. Ya lo dijo McCarthy: «Esta no fue una votación estudiantil en la universidad. Esta fue una votación en el Congreso de Estados Unidos, en la que 100 demócratas no pudieron decir que el socialismo está equivocado. Ese es un punto de vista alarmante».

Desde ahora y mientras vivan, esos 100 demócratas serán acusados de negarse a reconocer las crueldades, abusos y atrocidades cometidas por regímenes comunistas. (Los matices entre comunismo, socialismo y sus muy variadas versiones no cuentan a la hora de pintar con brocha gorda.)

En realidad, los demócratas que se negaron a apoyar la resolución lo hicieron, más que nada, porque desde la facción más reaccionaria del Partido Republicano –ante la cual McCarthy capituló para obtener la presidencia de la Cámara– se consideran «socialistas» programas como el Seguro Social (jubilaciones), Medicare (asistencia médica para adultos mayores), Medicaid (asistencia médica subsidiada para pobres) y otros muchos programas gubernamentales.

LA PURGA

En las elecciones legislativas de 2018, cuatro demócratas que ganaron escaños en la Cámara de Representantes alcanzaron gran notoriedad por sus orígenes diversos: Alexandria Ocasio-Cortez, neoyorquina hija de puertorriqueños; Ilhan Omar, nacida en Somalia y musulmana; Ayanna Pressley, negra de Massachusetts, y Rashida Tlaib, de Míchigan, hija de palestinos y también musulmana. Todas ellas y otro puñado de demócratas igualmente variopintos fueron reelegidos en noviembre pasado.

Esa diversidad y sus políticas progresistas las convirtieron en the squad (‘el escuadrón’), una especie de vanguardia peligrosa que, según el Partido Republicano y los propagandistas reaccionarios en los medios, es el verdadero rostro del Partido Demócrata y quien le dicta el rumbo al gobierno de Joe Biden.

Tras las elecciones de 2022, un puñado de republicanos –varios de ellos miembros del ultraderechista Freedom Caucus– fieles simpatizantes del expresidente Donald Trump, cómplices con él en la gran mentira del fraude de 2020, y resueltos a tomar el timón del Partido Republicano, parecen dispuestos a impedir el funcionamiento del gobierno. Entre ellos se destacan Marjorie Taylor Greene, de Georgia; Lauren Boebert, de Colorado; Madison Cawthorn, de Carolina del Norte, y Matt Gaetz, de Florida, y en ellos los demócratas han hallado el MAGA Squad, que, supuestamente y de acuerdo a ellos, es quien timonea al Partido Republicano.

La semana pasada, en uno de sus pocos logros reales, McCarthy obtuvo el respaldo de su bancada para quitar a Ilhan Omar del Comité de Relaciones Exteriores, en tanto seguía con su repartija de puestos en otros comités, pagando los votos que le hicieron presidente de la Cámara. Las revanchas con las que cada partido se entretiene cuando alcanza la mayoría contribuyen a la ineficacia del Congreso: legisladores que han tenido acceso a información clasificada y han estudiado los asuntos que competen a sus comités tienen sus escaños en juego cada dos años; un revés electoral priva a los comités de esa experiencia y sus asuntos quedan sin legislación seria.

LA EXTRAÑA E INCREÍBLE SAGA DE GEORGE

Otro ganador en noviembre pasado fue George Anthony Devolver Santos, de 34 años, elegido en el Distrito 3 de Nueva York. Esto es casi todo lo que con certeza puede decirse acerca de George Santos, aparte de que él se ha descrito como el primer homosexual declarado elegido para el Congreso por el Partido Republicano. La ringlera de falsedades que Santos ha extendido acerca de sí mismo es larga, llena de rulos y sigue creciendo.

Santos ha dicho que obtuvo diplomas de la Universidad de Nueva York y el Colegio Baruch. No solo no obtuvo tales diplomas, sino que no hay pruebas de que haya sido estudiante en esas instituciones. En la biografía que preparó para su campaña electoral (perdedora) de 2020, Santos indicó que había sido estudiante en la prestigiosa escuela privada Horace Mann, de Nueva York, pero «no pudo graduarse por dificultades financieras de la familia». La escuela no tiene registros de esa matriculación.

Santos ha dicho que trabajó para Citigroup y para Goldman Sachs. No hay pruebas de que lo haya hecho. Con un ojo listo para el voto de los judíos en Nueva York, Santos ha dicho que sus abuelos huyeron de Europa a Brasil para escapar de la Shoá y se describió como «judío estadounidense». En realidad, es católico y no hay pruebas de que sus abuelos maternos, que nacieron en Brasil, hayan escapado del nazismo.

Santos ha mentido sobre la muerte de su madre (ha intentado ligarla a los atentados del 11S), sobre propiedades de bienes raíces; ha dicho que hubo un robo en su apartamento y que participó en una producción en Broadway del musical Spider-Man: Turn Off the Dark. Todo ello es, al parecer, ficción.

Asimismo, Santos ha dado información cambiante sobre el origen de los fondos de su campaña, un asunto que ahora vicha el FBI y que podría ponerlo en problemas serios si ha violado las leyes electorales.

Pero de todas las mistificaciones, medias verdades y tres cuartos de embustes que rodean a Santos, quizá el cuento más ruin sea el de la perrita. Todo comenzó en 2016, cuando Richard Osthoff, un veterano de la marina de guerra discapacitado, recolectaba dinero para una intervención quirúrgica que podría salvar la vida de su perra Sapphire. Alguien lo puso en contacto con Pets United, una organización humanitaria sin fines de lucro encabezada por alguien llamado Anthony Devolver.

Con la ayuda en línea de Go Fund Me se recolectaron 3 mil dólares, tras lo cual, según Osthoff, el titular de Pets United eliminó la colecta y desapareció con el dinero. Sapphire murió. El FBI también investiga este asunto.

En el Congreso, McCarthy –que con su magra mayoría no puede perder ni un diputado– primero le asignó a Santos puestos en dos comités, y luego de una conversación larga y en privado, Santos dijo que se retiraba de ambas comisiones. Hay legisladores republicanos que han pedido que renuncie y se vaya, pero Santos dice que a él lo eligieron los votantes en su distrito y no se irá.

DISONANCIA

Estados Unidos experimenta una situación políticamente extraña en la que algunos indicadores económicos mayores sustentan el optimismo del presidente Biden y las encuestas muestran una ciudadanía descontenta, tanto con su situación financiera como con las ofertas políticas.

Es cierto que la inflación ha marcado en meses recientes su ritmo más acelerado en casi medio siglo, y también es cierto que el índice de desempleo, al 3,4 por ciento en enero, se halla en su nivel más bajo desde 1969.

Habitualmente, pasadas las fiestas tradicionales, en enero mengua el ritmo de contratación de empleados, pero este enero pasado la economía añadió 517 mil empleos a pesar de la inflación, el aumento de las tasas de interés y los pronósticos de que la economía se encamina a un debilitamiento. Desde que Biden llegó a la Casa Blanca hace dos años, la economía estadounidense ha añadido 12 millones de puestos de trabajo.

Los centros comerciales tienen gran concurrencia, las ventas de vehículos automotores –en especial los SUV o todoterrenos ligeros, que consumen más gasolina– siguen adelante, no obstante lo cual, según la firma Gallup, un 50 por ciento de los encuestados opina que su situación es ahora peor que hace un año. La porción de quienes creen que están en mejor situación ha bajado de 40 a 35 por ciento.

Y mientras en el Congreso demócratas y republicanos se alternan en el papel de fiscales, destapan escándalos y arguyen en torno a cuestiones como el socialismo, la democracia, los documentos clasificados que aparecen donde no debían estar, la prudencia o imprudencia de derribar un globo chino, las armas de fuego y la equidad para una siempre creciente lista de géneros e identidades sexuales, a la ciudadanía en general le preocupan otros asuntos.

Una encuesta del Centro Pew encontró que al 75 por ciento de los ciudadanos les preocupa principalmente el fortalecimiento de la economía, en tanto que la reducción de los costos en el cuidado de la salud y la defensa contra el terrorismo (externo e interno) van iguales como preocupación del 60 por ciento de los encuestados. Otros problemas que ocupan la mente de los ciudadanos son la reducción de la influencia del dinero en la política (59 por ciento), la solidez financiera del Medicare (58 por ciento), la reducción del déficit fiscal (57 por ciento), la disminución del crimen (57 por ciento), el mejoramiento de la educación (57 por ciento), la reducción en la disponibilidad de drogas ilegales (53 por ciento) y la inmigración (53 por ciento).

Una encuesta de Pew realizada el verano pasado encontró que la proporción de estadounidenses que tienen opinión desfavorable de ambos partidos ha llegado a su punto más alto en décadas. En 1994, solo un 6 por ciento de la opinión pública compartía ese menosprecio hacia los partidos Demócrata y Republicano, que, en sus varias mutaciones, han dominado el juego político desde la guerra civil (1861-1865).

Ahora, 27 por ciento de los encuestados por Pew tiene mala opinión de ambos partidos, un disgusto especialmente notable entre quienes, aunque se dicen independientes, tienden a votar por uno u otro. Cuarenta y cuatro por ciento de los independientes con inclinación republicana y la misma proporción de los independientes más allegados a los demócratas tienen opiniones negativas de los dos partidos.

Desde que en 1912 Theodore Roosevelt fracasó en su intento por una tercera presidencia en oposición a los dos partidos mayores, ha habido media docena de candidatos que buscaron abrirse paso entre el bipartidismo y todos fracasaron. La encuesta de Gallup encontró que, hoy, 70 por ciento de los entrevistados, en diversos grados, desea la existencia de otros partidos políticos, una diversidad de opciones que suena atractiva para el 53 por ciento de los republicanos, el 73 por ciento de los demócratas y el 79 por ciento de los independientes.

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