Revolver el avispero - Semanario Brecha
Con Víctor Bacchetta, sobre le huelga general del 73

Revolver el avispero

Mostrar lo sucedido en la huelga general del 73, analizar su génesis y su derrota no tiene solo un interés histórico. Mucho de lo que sucedió entonces explica los lodos actuales, dice a Brecha el periodista Víctor Bacchetta, que acaba de publicar su tercer libro al respecto y el que más lejos va sobre el tema, Las historias que no nos contaron.1

Ocupación de la fábrica Sadil durante la huelga general. EQUIPO FOTOGRÁFICO DE EL POPULAR

Hace muchos años que Víctor Bacchetta (Montevideo, 1943) viene trabajando sobre el acontecimiento que significó, para la historia política y social uruguaya, la huelga general desatada el día mismo del golpe del 27 de junio de 1973. Lo hizo inicialmente pocos meses después de concluida la huelga. Cuando partió hacia su exilio en Argentina, en enero de 1974, el periodista, que por entonces militaba en los Grupos de Acción Unificadora (GAU, remoto antecedente de la Vertiente Artiguista), se llevó consigo carpetas repletas de documentos. «Con base a ellos hice una crónica día por día del movimiento», cuenta a Brecha. El libro, publicado en Buenos Aires, se llamó Uruguay. Imperialismo y estrategia de liberación. Las enseñanzas de la huelga general, un título «algo exagerado», dice, pero que de todas maneras le valió una fuerte polémica con el Partido Comunista y otras organizaciones y dirigentes del Frente Amplio, con cuyos análisis sobre el proceso que condujo a la instalación de la dictadura y sobre la propia huelga discrepaba.

En 1993, a dos décadas redondas del golpe y año y pico después de su regreso a Uruguay, Bacchetta publicó un segundo trabajo sobre aquellas jornadas, Las historias que cuentan. «Reuní testimonios de una cincuentena de protagonistas de la huelga y del período: dirigentes políticos y sindicales, jerarcas de las iglesias, universitarios. Quería saber qué valoración hacían de aquello. Me topé, un poco sorprendido, con que en la mayoría de los casos no había un enfoque crítico.» Abundaba, en cambio, la liturgia. Tal vez el tiempo transcurrido desde el fin de la dictadura era por entonces escaso, dice Bacchetta, pero ahora, «a 50 años de los acontecimientos, sigue habiendo un vacío. Poco se ha estudiado del impacto de la dictadura en la sociedad. Mucho se habla de que la dictadura marcó un antes y un después, pero no se ha profundizado sobre por qué tenemos la sociedad que hoy tenemos. Están los trabajos del psicoanalista Marcelo Viñar, que van en una línea. Y poco más. Y sobre la propia huelga faltan estudios de fondo».

—¿A qué atribuís esa ausencia?

—Fundamentalmente, a que no se ha querido reconocer que hubo una derrota. La mayoría de las organizaciones políticas de la izquierda no lo han hecho. Y eso no es banal, porque tiene consecuencias en el hoy. Cuando no reconocés que fuiste derrotado, lo que hacés posteriormente está plagado de equívocos. Tu punto de partida es falso. Al finalizar la dictadura, estructuras como la FEUU [Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay], la CNT [Convención Nacional Trabajadores], el propio Frente Amplio se reconstruyeron como si fueran una continuidad de lo anterior: hicieron, como mucho, una sumatoria de siglas, pero no era lo mismo. Para nada era lo mismo. Entre aquel Frente Amplio al que en 1971 le hubieran impedido acceder al gobierno si hubiera ganado las elecciones y este que no molesta demasiado hay un trecho enorme. Eso es parte de lo que quiero demostrar en el libro: el golpe fue la culminación de todo un proceso que venía de mucho antes y que ponía frente a frente a dos modelos de sociedad opuestos. Recordemos que un sindicato como AEBU [Asociación de Bancarios del Uruguay] hablaba de expropiar la banca, que se hablaba de nacionalizar los frigoríficos, que hoy son todos extranjeros, que cualquier organización política partía de un análisis del sistema capitalista que teníamos, un tema que hoy ni se menciona. En el Congreso del Pueblo de 1964 participaron 700 organizaciones, con un programa alternativo. ¿Se puede imaginar algo así hoy, más allá de que se convoque a una instancia con el mismo nombre? Esa recreación es nociva, porque se incurre en una ficción totalmente divorciada de la realidad, que acaba siendo perjudicial. El movimiento social que desembocó en la huelga era una amenaza para el sistema. El propio Frente Amplio lo era. Hoy ni el uno ni el otro lo son. Pero se construye un relato como si siguieran siendo una alternativa.

—¿Lo decís con nostalgia?

—No cabe la nostalgia. Soy perfectamente consciente de que las condiciones de hoy son muy distintas a las de aquellos años, pero si se quiere cambiar en serio las cosas –yo querría–, no solo hay que decirlo, sino que además no se puede hacer como que hay una continuidad con el pasado cuando no la hay.

El libro trata de contribuir a eso, evocando cómo se llegó al golpe y, en lo que atañe a la huelga, mostrando que fue producto de una acumulación de décadas. Mi preocupación no es alimentar polémicas sobre el pasado, sino mostrar aquel pasado pensando en el presente y en el futuro. Apunto a llegar a la gente joven, que no vivió esos años. Es muy difícil imaginar para los jóvenes de hoy una huelga general: nunca vieron una. Tengamos en cuenta que huelgas como la del 73 en Uruguay, de 15 días de duración, hubo muy pocas en el mundo en el siglo pasado: las de 1968 y 1995 en Francia y la de los astilleros de Gdansk, en Polonia, en 1981. Y pará de contar.

Víctor Bacchetta. HÉCTOR PIASTRI

—Hablás de la huelga como un huracán.

—Sí, en el que confluyeron millones de motivaciones diferentes, porque fue un movimiento de la población. Una de las cosas en las que quiero enfatizar es en la distinción entre el movimiento social y las direcciones políticas y gremiales, en la autonomía relativa de lo social, como le gusta decir al italiano Norberto Bobbio.

Insisto en que la dictadura no vino únicamente a descabezar a la izquierda política ni fue solo un ataque a la democracia, sino que se concentró en liquidar al movimiento social. Había un nivel de conciencia colectivo producto de años y años de militancia, de las luchas sindicales que se desarrollaron desde principios de siglo, producto incluso de la manera que teníamos de discutir en aquella sociedad. En el plano sindical, por ejemplo, cuando un conflicto terminaba, y los había muy duros, enseguida surgía otro. Podían descabezar a una dirección, pero al poco tiempo se la reemplazaba, porque había una conciencia que permeaba todo. Hay imágenes que plasman aquello. Me viene a la mente una: la de los obreros gráficos, que al lado de la linotipo tenían un libro.

La dictadura fue la etapa final de un proceso de luchas sociales y políticas que se desencadena a partir de la crisis de los cincuenta, una crisis que provoca un cambio sustancial de las condiciones económicas del país y que en la medida en que se va profundizando va creando el contexto para una radicalización. Aparatos como los del Partido Comunista podían apostar a la moderación, a mantener las protestas dentro de ciertos cauces, pero no lo lograban porque el movimiento social los desbordaba. Eso era lo que había que liquidar. Y lo lograron.

¿En qué se ve hoy aquella derrota? Entre otras cosas, en la asimilación por la izquierda de una visión que no le era propia. Al tomar el poder, los militares no asumen la dirección de la economía, se la dejan a civiles que se conducen con base en el plan de desarrollo de la OPP [Oficina de Planeamiento y Presupuesto] que había hecho propio Juan María Bordaberry y que había sido urdido por el equipo de técnicos de Unidad y Reforma, en la que confluían Jorge Batlle, Julio María Sanguinetti y otros. Ese plan –que supuso la entrega de la soberanía, de los recursos– se siguió aplicando tras la caída de la dictadura, y el Frente Amplio no confrontó con él. Esa fue una de las grandes derrotas políticas de la izquierda, que comenzó a concretarse tras el levantamiento de la huelga general. Y que se expresa también en otros muchos niveles, sin ir más lejos, en cómo una parte de la izquierda hizo suya la teoría de los dos demonios, una manipulación fraudulenta de la historia reciente. Cuando uno ve lo que dice y lo que hace en ese sentido José Mujica, cuesta creerlo: Sanguinetti se lo puso en el bolsillo.

—Otro de los puntos en que insistís en el libro es en el control del movimiento social por las Fuerzas Armadas y en la evolución del aparato militar.

—Quise incorporar documentación de las propias Fuerzas Armadas para mostrar cómo se enfocan en el movimiento social, cómo lo vigilan, cómo lo estudian. ¡Llegan a escribir un documento –que reproduzco– referido a las «lecciones aprendidas» de las jornadas de huelga!

Creo que hasta ahora no se ha hecho un estudio a fondo sobre las Fuerzas Armadas. Julián González Guyer ha sido tal vez el único. Y ha habido investigaciones muy buenas sobre algunos hechos, pero son puntuales. Los historiadores de izquierda no utilizan la bibliografía militar, más allá de algunos referentes que se repiten, como Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental, cuando en realidad los militares siguen produciendo. Su último libro es del año pasado, y tienen sus revistas, sus publicaciones. Intento dejar en evidencia el desnorteo de la izquierda sobre estos temas. Es sintomático que en aquel tiempo solo algunos de los militares vinculados al Frente Amplio, muy especialmente Víctor Licandro, y unos pocos sectores políticos no se creyeran el verso del «progresismo» de los comunicados 4 y 7, de febrero de 1973, por ejemplo.

Desde la década de 1960 los militares comenzaron a moverse con autonomía de los partidos Nacional y Colorado. La doctrina de la seguridad nacional entra en las Fuerzas Armadas uruguayas, de la mano de Estados Unidos, en 1964. Estaba en los manuales de contrainsurgencia que si los partidos exponentes de la clase dominante no eran capaces de sostener un régimen de manera estable, había que sustituirlos también a ellos. Y con esos manuales, que se fueron nutriendo de las experiencias de los militares franceses en Argelia o Indochina y de los estadounidenses en Vietnam, estudiaban los milicos de acá.

Los militares tienen además una formación de pensamiento estratégico, no dan un paso sin tener claros los diez siguientes. Cuando Jorge Pacheco Areco les pasa el control de la lucha antisubversiva, los comandantes le advierten: sí, pero nuestro objetivo es dar seguridad al desarrollo. Ya estaban diciendo que iban a ir más allá de combatir a la guerrilla, que no querían hacerle el trabajo a nadie.

Y así siguieron actuando, con prescindencia del poder político. El último capítulo del libro, «Fuerzas Armadas y democracia», lo pongo porque creo que la situación actual es bien jodida. El sistema político hace como que las cosas están bien y no es así. La comisión parlamentaria que se creó sobre el espionaje en democracia convocó a los responsables militares, y estos no fueron. Hoy tienen, de hecho, mayor autonomía que en 1973.

Con el primer gobierno de Tabaré Vázquez hubo un intento, con la Ley Marco de Defensa Nacional, de encuadrarlos, fijándoles como única misión la defensa externa, pero ya en el segundo período de Vázquez eso se desdibujó y se volvió a asignarles tareas de seguridad interna. Ha quedado clarísimo que la impunidad de que gozan se sustenta en que la institución militar la respalda y en que nadie les pone límites.

Una anécdota: pedí entrevistas a varios militares activos para que me transmitieran su visión sobre aquellos años, en especial sobre la huelga. Me dijeron que tenían que consultar. ¿Y a quién consultaron? A los milicos presos en Domingo Arena, que obviamente les dieron la orden de no hablar. Eso pinta la continuidad que existe entre ellos y el peligro latente de que las cosas se repitan.

***

Por estos días Bacchetta viajará a presentar su libro a Paysandú, invitado por la Intersocial, a Tacuarembó, a San Gregorio. Tiene también previstas charlas en sindicatos. «Es muy buena cosa que estas inquietudes vengan desde las bases», dice, y piensa que evocar estos temas «es de una actualidad brutal. Hoy falta debate en todos los planos. El escaso eco de las movilizaciones por el agua lo muestra. Si no se revuelve el avispero, el movimiento social que está surgiendo es muy débil para enfrentar este modelo».

1. Sitios de Memoria, Montevideo, 2023.

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