Esta entrega de Estefanía Melonio se suma a la elaboración de un tango que registra nuevas vivencias y subjetividades en tiempos de modernidad tardía. Si bien en la vecina orilla ese nicho ya cuenta con un notable bestiario de figuras destacadas (Daniel Melingo, Cristóbal Repetto, Bombay Bs As, Ciudad Baigón, la Fernández Fierro, el Tape Rubín, etcétera), nuestro país no pudo superar lo acontecido en dictadura y recuperar el brillo del género hasta los inicios del milenio. Con todo, allí están los discos de Cuarteto Ricacosa, Andrés Deus, Malajunta, Malena Muyala, Caníbal Troilo, Giovanna Facchinelli. Se trata de una vertiente que explora otros registros, otras texturas, modalidades mestizas y líricas que, aunque son nuevas, no dejan de dialogar con una vasta tradición urbana.
En compañía del narrador y poeta José Arenas, Melonio hace esta apuesta después de haber lanzado su primer disco en 2018 con clásicos consagrados. Junto a las guitarras de Brian Alfonso y Martín Delgado, y con la voz del propio Arenas como recitante en tres de los seis temas, Estefanía expone su potencia contenida a través de vibratos breves y parejos, logrando un contrapeso de intimidad a las letras del escritor. En esa síntesis entre los dos, el tango parece dejar de lado su etimología conocida (“tango” procedería de “tamgú”, término del idioma ibibio que significa “tambor” y “bailar”) para allegarse a otro concepto: el de acontecimiento. Recordemos que “acontecimiento” es una conjugación del verbo en latín “contigere”: acontecer, suceder. Y, curiosamente, también tocar, contaminar, corromper. Los tangos de Melonio y Arenas nos tocan, nos llevan por la tangente, nos contaminan. “Parado en la esquina, mojado de fuego,/ Juanito traspira abandono y ciudad”; “el corazón que le entrega/ tiene olor a vino y nafta”; “mi corazón de tapera sin voz/ se quema solo de pura tristeza”.
Arenas y Melonio nos hacen sentir tocados, y no, precisamente, por el ángel: más bien, por los demonios. Prácticamente todas las canciones son un retrato fractal de quien se ha visto apartado de su ambiente (el paraíso perdido) y permanece errando por el mundo atento a sus vaivenes, alerta a sus bajezas, pero inocente y entregado al amor en cuanto exceso que conduce –al mejor estilo de los proverbios de William Blake– al palacio de la sabiduría. Pero esa sabiduría, tarde o temprano, se vuelve sobre sí misma y se interroga: “un sol de fuego fantasma/ un beso por cruz y tumba/ adioses que vuelan bajo/ y un esqueleto por luna/ dijiste que ya te ibas/ con voz de violín y sombra/ por eso eterna y chiquita/ mi muerte se hace milonga”.
En el burdel metafísico de las letras de este nuevo cancionero se va armando el relato de los que se han quedado sin origen y sin puerto, de los que vagan, fracasados por un destino del cual sólo se huye a la fuerza. De allí que podamos considerar esta nueva entrega de Melonio, casi minimalista en los arreglos precisos y eficaces de sus músicos, como un recordatorio de que es posible llegar a la profundidad del tango desde sitios internos originales, allí donde proliferan nuevas almas sitiadas, tocadas, corrompidas por la perturbación de ser o de existir.
1. Melonio canta Arenas, Montevideo, 2019. Edición independiente.