Bajo el título Marinas geométricas, Marcelo Larrosa (Montevideo, 1971) reúne una serie de piezas realizadas en distintos medios y formatos (collage, pintura al óleo, ensamblaje en madera y en metal, escultura de metal) en los que ha venido trabajando «bajo ruido» desde hace una década. Larrosa pertenece a la tercera generación de la Escuela del Sur, es decir, la primera constituida por alumnos de los discípulos directos de Torres García. En particular, Marcelo Larrosa lo fue de Julio U. Alpuy y de Anhelo Hernández, pero junto con otros colegas como Daniel Batalla, Judith Brítez, Gabriel Bruzzone, Nino Fernández, Roberto Píriz y Gustavo Serra, entre otros, conservan cierta mística y una gramática en parte heredera del Taller de Torres García.
El título mismo de la muestra da cuenta de esa filiación genérica. Larrosa se mantiene en un orden constructivo tanto como en un terreno de sugerencias. Nubes, chimeneas, cascos y proas que son, en verdad, meras abstracciones. Un conjunto ordenado de líneas, colores y planos. Si tomáramos como referencia verdaderas embarcaciones parecería que el artista desarma su imagen como quien desbarata un puzle: desgozna formas puras, busca su disolución geométrica. Pero lo disuelto, en el puzle y en el mundo material, rara vez conserva el orden; aquí, es precisamente el orden lo que perdura. Se mantiene la estructura sobre la línea de flotación torresgarciana.
Tal vez porque trabaja sobre esa línea evocativa de una tradición, el pequeño formato lo favorece, pues deja un margen aún más amplio para la ensoñación y la reminiscencia. Es como con los juguetes de la infancia: cuanto menos detalles tienen y mayor es la síntesis formal del juguete, tanto mayor es la imaginación necesaria para completar la acción o, en este caso, el cuadro. Además, en la síntesis y en el pequeño collage se nota el disfrute y lo lúdico de la labor creativa. No olvidemos que el barquito en el mar es, también, un tópico del dibujo infantil. A la postre, nos recuerda que toda estructura mental es, a la vez, emotiva.
En las pinturas al óleo Larrosa resiente un poco la proximidad con propuestas de otros artistas de su generación. No dejan de ser pinturas de calidad, pues cuando un artista avanza muchos años por un mismo sendero la experiencia proporciona a sus obras un valor plástico indudable. Pero es un camino, si se quiere, más transitado. A juicio personal, tal vez el óleo sobre tabla Construcción con línea blanca, de 2018, sea el más logrado, porque genera insinuaciones espaciales propiamente marinas. A partir de relaciones de tono se consigue dar profundidad al cielo y recostarse en la tradición del género con más claridad y menos abstracción.
Con los hierros patinados se desarrolla un juego dialógico interesante. Las sombras en la pared en la que están colgadas estas piezas de metal provocan una solución de contigüidad, una segunda capa posterior que quiebra la frontalidad, esa tentación recurrente en la Escuela del Sur. Siguiendo el mismo razonamiento, las esculturas en varillas curvas de hierro pintado de blanco proponen una nueva variante espacial a los planteos torresgarcianos. Hay allí todo un camino de exploración que, seguramente, deparará nuevos frutos para el artista. Bien podría ser la punta de una madeja enorme, con esculturas que se integraran en otras escalas a los jardines y a las plazas con una modernidad propia. Eso no se sabe. El tiempo lo dirá. Por ahora, esta exposición plantea un regreso de un artista que ha trabajado su lenguaje con talento y rigor, y que renueva su compromiso con una tradición, pero sabe, al mismo tiempo, interpelarla e insuflarle nuevos aires.