Con neuronas, saliva y tinta intentamos analizar el fenómeno, comprender la voluntad de doblegar al enemigo, destruir su infraestructura, causarle el mayor sufrimiento posible. «Se trata de la supervivencia del Estado de Israel, ya que con la bomba atómica nos destruyen.» Cierto. «Pero aún no la tienen, todo se puede negociar aún, o ganar tiempo para ver venir otros cambios.» Cierto también. Hacemos listas de argumentos de un lado y del otro. Hurgamos en el contexto, en las palabritas de los poderosos de este mundo, volamos desde la historia de tiempos bíblicos hasta lo que pasó la semana pasada. Luego de mucho trabajo llegamos al territorio final, al último análisis. El análisis introspectivo. ¿Qué se me escapa? ¿Por qué me parece absurdo? ¿Por qué muchas explicaciones que parecen válidas no me convencen? En general, tengo mis herramientas del oficio, pongo atención a lo que pasó seis o siete décadas antes, intento averiguar qué intereses económicos o políticos están atrás, las presiones, los protagonistas al desnudo. En este tema llegué al final. Se puede hacer un texto de análisis riguroso y con suerte inspirado, pero no es mi caso. En algún lado tengo un déficit, un bloqueo, una invalidez. Me costó unos buenos insomnios y días de una especie de catatonia para darme cuenta de mi error original. Mi pecado consiste en partir de la idea de que las conductas de los grandes decisores son racionales y minuciosamente reflexionadas. Me quedé en la cáscara lógica de una estúpida, criminal situación que obedece a razones no del todo lógicas. Se me escapó la ideología de las fuerzas en pugna. Ambas fuerzas van mucho más allá de lo que la razón preconiza. En el gabinete de Benjamin Netanyahu, delincuente procesado por la Justicia de su país y considerado criminal de guerra a nivel internacional, hay fanáticos que creen que tienen mandato divino para matar palestinos que son «animales», que creen que tienen derechos dados por Dios sobre territorios que fueron ocupados por siglos por esos a los que quieren matar. Y con la misma visión se mueven los halcones del ataque a Irán. Obviamente la guerra con Irán no puede hacernos olvidar lo que hace Israel en Gaza, como quisiera Netanyahu.
Del lado iraní hay una teocracia represora de igual calidad humana. Para ellos Israel es el diablo y debe ser borrado de la faz de la Tierra, así como esconden la faz de sus mujeres, que reprimen y torturan por la forma en que se visten. Ambos basan sus «derechos» en leyes no escritas, sino dictadas desde el cielo, e interpretadas por señores barbudos vestidos con túnicas que creen que las tienen todas claras. Por eso no hay mucho lugar a negociación. ¿Creen lo que dicen? No sé. Pero sí sé que actúan de acuerdo a lo que dicen. Seguramente hay disponibles buenos análisis sobre las razones inmediatas para lanzar el ataque contra Irán y explicaciones fehacientes sobre cada movimiento. Pero la verdad está en el absoluto desprecio de ambos regímenes sobre sus pueblos, sobre el derecho de los demás y, lo que es aún peor, sobre la situación global. Porque mientras nosotros nos cuidamos de reciclar unas bolsitas de plástico, apagar la luz del baño y pagamos para pasar al uso de energías renovables, en varios países se masacran poblaciones y se destruye infraestructura que ha costado generaciones construir. Usando aviones que consumen más combustible en un ataque que el que usamos nosotros en toda la vida. Matar y destruir cuesta fortunas. Hacer la guerra contamina en unos días más de lo que somos capaces de contaminar en años de una sociedad pacífica. La guerra aumenta la cantidad de migrantes y refugiados, que ya son muchos. Los recursos para la ciencia van hacia la innovación militar en vez de hacia la salud pública, y sobran los ejemplos. Por eso no hay razones válidas, desde el punto de vista humano, para más guerras. No es razonable. Tenemos que ocuparnos del cambio climático, de dar refugio a los perseguidos, techo a los migrantes, mejores condiciones de vida para nuestras poblaciones; cuidar el planeta. Pero no podemos. Los esfuerzos hechos desde la Segunda Guerra Mundial están paralizados, y las poblaciones, polarizadas para tomar partido entre absurdos nacionalismos extremistas o buenas almas socialdemócratas temerosas de ser «muy radicales». Así no vamos a ningún lado. Los que creen tener derechos dados por Dios deben estar en cuidados psiquiátricos y no a cargo de gobiernos, y los jefes mafiosos que tienen poder deben ser declarados criminales, como lo son. Nuestro planetita está cada vez más frágil y se hará cada vez más difícil vivir en él. Somos 8.000 millones y en vez de ver la globalidad del desafío, miramos cada vez más a la tribu, a la raza, al campito que nos pertenece en exclusividad. Somos una especie que no se reconoce como tal. Un enorme perro pastor alemán de 60 quilos reconoce a un perrito pomerania que pesa menos de quilo y medio. Se huelen, se reconocen y casi siempre se saludan moviendo las colitas. Ambos saben que son perros. Nosotros inventamos a los otros, los que se pueden explotar, asesinar, echarles la culpa de todos los males. Está bien que analicemos los factores geopolíticos que llevaron a estas guerras, pero debemos analizarnos acerca de qué estamos haciendo. Tengo fe (es decir, una esperanza sin sustento de prueba alguna) de que seamos capaces –en la medida en que se tenga cada vez más conciencia de los desastres que nos acechan– de crear una ideología atada a la vida.