The man of the century - Semanario Brecha
Sobre la victoria de Trump

The man of the century

Most people think small,

because most people are afraid of success,

afraid of making decisions,

afraid of winning.

And that gives people like me a great advantage.

Donald Trump en The Art of the Deal1

Cuando, con el triunfo del liberalismo capitalista estadounidense a finales de los ochenta, terminó el corto siglo XX (y, por lo tanto, empezó el largo siglo XXI), Francis Fukuyama escribió el famoso libro El fin de la historia y el último hombre. El argumento central del libro es conocido: derrotados los desafíos fascista y comunista, el matrimonio entre capitalismo y democracia había triunfado definitivamente y ya no habría grandes discusiones sobre cómo organizar la sociedad. Hasta ahí el fin de la historia, pero ¿qué hay del último hombre?

Fukuyama, como buen intelectual conservador, veía con cierta inquietud el triunfo del liberalismo y temía un futuro en el que, desaparecidas las grandes controversias políticas, prevalecieran la pasividad mediocre y las pasiones desbocadas por la identidad, la plata y la fama. Para hablar de eso, tomó la idea de último hombre, que Nietzsche había creado para describir con desprecio al tipo humano que nace del nihilismo, en el que se apaga la creación y solo queda la búsqueda de la comodidad y los triunfos irrelevantes. Proféticamente, uno de los ejemplos elegidos por Fukuyama para ilustrar esto fue un playboy millonario de Nueva York: Donald Trump.

El 5 de noviembre, Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y volverá a la Casa Blanca, de la que se fue luego de perder las elecciones de 2020 e intentar un golpe de Estado. En esta ocasión, Trump ganó el Colegio Electoral, el voto popular, todos los estados bisagra y las dos cámaras, a pesar de que las encuestas anunciaban una elección incierta y un resultado parejo. Trump es la figura central de la política estadounidense desde su inesperado triunfo de 2016 y, salvo que su mandato se interrumpa, lo será hasta 2028. Su lugar en la historia universal está asegurado.

Trump ingresó en la política en 2010 como líder de los birthers, es decir, las personas que especulaban que Barack Obama en realidad no había nacido en Estados Unidos y le reclamaban la publicación de su partida de nacimiento. Obama reaccionó mostrando la documentación y mofándose de Trump en su cara, en una cena de gala de los corresponsales de la Casa Blanca. Trump retrucó anunciando su candidatura presidencial. La reacción de los liberals, en aquel momento, fue reírse de Trump y decir que su candidatura no era seria, sino meramente una búsqueda de fama. Mirá de quién te burlaste, Barney. Trump no solo fue presidente, sino que además destruyó para siempre el proyecto de unos Estados Unidos posraciales que Obama representaba.

Cada vez, los liberales cayeron en la misma trampa: Trump decía alguna barbaridad (o cometía algún delito), cundía la indignación y, mientras los liberales pensaban que eso enterraba a Trump, él solo crecía. La gente común entendía que, si las élites culturales intentaban humillar a alguien, entonces ese alguien era uno de los humillados del mundo como ellos. El moralismo, así, no solo resultó impotente, sino que fue necesario para el funcionamiento del trumpismo, cuyo combustible son las lágrimas de zurdos. El mismo procedimiento siguieron luego Jair Bolsonaro y Javier Milei.

Trump no es meramente un político con sus posturas, su estrategia, sus bases sociales. Es mucho más que eso: es un fenómeno cultural, una superestrella, una expresión de la época, más allá del bien y del mal. Trump puede ser condenado por todo tipo de felonías, declarar seis veces la bancarrota, coger con estrellas porno y, cuando le pegan un tiro, levantarse gritando «Fight!». Cuando le tocó perder, lo negó como un Chad, y nunca admitió haber perdido, hasta que ganó.

¿Qué es Trump? Es un famoso. Un protagonista de los tabloids de chismes. Un pionero del género de los reality shows de humillación («You’re fired!»). Un maestro del shitposting durante la edad de oro de Twitter. El héroe de toda una subcultura conspiracionista y ocultista. El creador del molde con el que se produjeron Elon Musk, Joe Rogan y millones de minions que los imitan (véase en este número la nota de Joaquín Moreira Alonso). El mayor genio de la autovictimización, la desinhibición y la exageración («They’re eating the cats!»). La bestia negra de la política de identidad (y también su gran promotor, ya que el nacionalismo es la madre de todas las políticas de identidad). El gran macho alfa violador, patético, senil, simpático, bailarín. La única persona del mundo que puede usar un gorro de visera rojo, traje y sobretodo. El mejor vendedor de porquerías de lujo (hay, por supuesto, una Torre Trump en la playa Brava de Punta del Este). Ejemplo para todos los especuladores y los estafadores. Perfecto empresario intuitivo e ignorante, como celebra el oscurantismo neoliberal. Inigualable manipulador de la oscuridad de las fantasías de Occidente. Jefe de los racistas, los fascistas y los masturbadores del poder de todo el mundo. En fin, el avatar de la cultura de su país y de la época.

Si la cosa fuera solo cultura, vaya y pase. Sería cuestión de gustos. Pero la segunda presidencia de Trump va a acelerar la desestabilización de las democracias y dar un envión para los propagandistas y los paramilitares de ultraderecha en todas partes. Dará inmensas dádivas a monopolistas de la tecnología y el petróleo. Lo único que parece bueno es que su conciencia de la decadencia del imperio estadounidense (por algo su eslogan es Make America Great Again) puede llevar a Estados Unidos a replegarse, concentrarse en su economía doméstica y hacer algún tipo de acuerdo con Vladímir Putin, lo cual enfriaría la guerra de Europa oriental. Sin embargo, su fanatismo por Israel y su odio a China obligan a matizar la idea de que con Trump va a haber menos guerra (conviene recordar a los celebradores geopolíticos de Trump que su objetivo no es promover el multipolarismo, sino quebrar la alianza chino-rusa).

Sobre todo, Trump significa la garantía del fracaso de las negociaciones internacionales para mitigar y enfrentar la crisis climática (véase en este número la nota de Pedro Glatz), en el momento clave en el que se acaba el tiempo para actuar. La obra de Trump, salvo que alguien logre detenerla o revertirla, va a ser definir, contra la humanidad, el gran problema del siglo. Por eso Trump es el paladín del negacionismo, de la negación de nuestra pertenencia a la biósfera y la atmósfera, de la pulsión desbocada del capitalismo fósil y el sobreconsumo del norte (y de las clases medias y altas globales). Para esto, necesita atacar toda forma de saber, celebrar la ignorancia y acelerar el desprestigio de las burocracias y las instituciones intelectuales (que, hay que decirlo, colaboran bastante con esta tarea).

Trump representa el fracaso de las respuestas a las crisis financieras provocadas por el neoliberalismo. Fracaso que abrió la puerta a un nuevo neoliberalismo fascista. Es imposible comprender a Trump sin la cobardía y la inoperancia de las centroizquierdas que, en una situación llena de crisis y oportunidades, no lograron solucionar ningún problema y ahogaron todos los intentos de construir alternativas más ambiciosas. Los demócratas pagaron muy caro el haberse entregado a la inercia y la vacilación, precio que pagarán, tarde o temprano, todos los que hagan lo mismo.

El problema no es que los yanquis (o los argentinos, o los brasileros, o, mañana, los uruguayos) sean malos o bobos. El problema son nuestros inmensos y crecientes déficits de autoconocimiento y responsabilidad colectiva, en un momento en el que todos sabemos que el sistema no funciona y no va a funcionar. Cada vez que alguien dice que Trump es antisistema, confirma a su público que él es el futuro. El problema es que el futuro que trae es un futuro de fealdad, exterminio y extinción, acelerado al máximo por el goce de la negación. Si Trump es una expresión cultural de la época, solamente un fenómeno aún más potente, que sepa conectar con otros elementos del presente, capaz de desplegar belleza, ciencia y generosidad, va a poder detenerlo. 

  1. «La mayoría de la gente piensa en pequeño, porque la mayoría de la gente le tiene miedo al éxito, le tiene miedo a tomar decisiones, le tiene miedo a ganar. Y eso le da a gente como yo una gran ventaja.»
    ↩︎

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