Todos somos garcas - Semanario Brecha
$Libra , Conexión Ganadera y la universalización de los intereses del capital

Todos somos garcas

Elon Musk y Javier Milei en la Conferencia de Acción Política Conservadora, en Maryland, Estados Unidos, 20 de febrero Afp, Saul Loeb

Entre $Libra y Conexión Ganadera, en los dos márgenes del Plata, la estafa es el tema del momento. Estafas que tienen en común por lo menos tres cosas: que se presentaban como inversiones, que fueron promovidas por liberal-libertarios y que afectaron a miles de personas. ¿Qué nos dice esto sobre la situación en la que estamos?

Garcas, timbas e inversiones dudosas hubo siempre. Todas las familias tienen historias de abuelos que compraron terrenos inexistentes a un vendedor de buzones que tocó a la puerta o de tíos burreros que se jugaron el patrimonio familiar y lo perdieron por una cabeza. El mundo financiero siempre fue una cueva de ladrones que se cagan entre ellos. En buena medida porque, dado que no producen nada, el único negocio que pueden hacer es apropiarse de lo que es de otro. La memoria de 2002 alcanza, en Uruguay, para que todos seamos conscientes de eso.

Después de las grandes crisis, políticos indignados y tecnócratas sensatos introducen regulaciones para que las grandes estafas no vuelvan a suceder. Pero es imposible pedirle al capital que no quiera acumularse y acelerar. Encuentra las grietas, corrompe las instituciones. Como dicen los aceleracionistas, escapa. Las criptomonedas fueron una de las formas como el capital escapó de la regulación, una innovación tecnológico-política que es un paso en la construcción concreta de la utopía de un capitalismo sin Estado. Quienes ganaron con ese negocio emergieron como una nueva fracción de la clase capitalista, que se hizo rica solamente con clics, desde la comodidad de su hogar, y que quiere seguir avanzando.

En estos mundos, el concepto de estafa es lenguaje no significativo. En todo caso, lo que existe son transacciones voluntarias entre privados que conllevan un riesgo. El bobo es libre de perderlo todo, el vivo huele oportunidades de dejarles a otros un clavo y llevarse la bolsa. Que eso exista en rincones de internet u oficinas de la Ciudad Vieja probablemente es inevitable. Pero el problema es que esto se ha transformado en una dinámica macrosocial, de masas.

Hace ya medio siglo, Margaret Thatcher proponía una visión de capitalismo popular. Todas las personas podrían ser inversores, tomar parte en los riesgos y las ganancias del capital. Gobiernos de todos los signos políticos han visto el ahorro como un problema que frenaba el consumo y la inversión. Y el gran capital ha desarrollado una enorme voracidad al ver que los pocos activos de los que disponen las personas de clase media o trabajadora, a nivel agregado, forman una enorme bolsa que debería ponerse a trabajar. En los países desarrollados, es común que la gente viva en calesitas de hipotecas múltiples, deudas bicicleteadas y niveles
de consumo altísimos. Aquí, al haber menos plata, eso ha tardado más en llegar. Pero aquí está, en una forma más berreta y desesperada.

Las devaluaciones y la inflación se comen los ahorros, entonces hay que invertir. El razonamiento es limpio, pero para funcionar necesita soslayar que las inversiones tienen riesgo, que por cierto es mayor cuanto mayor sea la renta. El riesgo también es mayor cuanto menos sepa uno de finanzas o de las actividades en las que se invierte (el ojo del amo engorda el ganado, dice un viejo dicho). Y el pato siempre lo paga el pequeño inversor, que es al que más le muerden los intermediarios, al que más lo estafan porque no tiene a nadie adentro y el que no tiene una segunda oportunidad cuando pierde.

Este fenómeno es el resultado de un largo proceso de retroceso del salario y la seguridad social. Como mucha gente sabe que es imposible llegar a tener su casa propia, que si tiene un problema nadie lo va a ayudar, que no hay futuro si se sigue el camino de la vieja clase media (el estudio y el ahorro), la timba es la única salida. A esto se le suma un discurso validado por la política y la educación (bajo la forma de educación financiera) que dice que todos deberían ser inversores. O que ya lo somos, en la medida en que formarnos o cuidarnos es invertir en nosotros mismos.

Así, se crea un camino más para que se transfieran recursos desde abajo hacia arriba. De explotación, por decirlo claro. Una explotación especialmente perversa, porque está mediada por una mutación subjetiva en la que los trabajadores y la clase media se deben identificar objetivamente con los intereses del capital: si sube la bolsa, o el bitcoin, o los bonos, o los precios de los inmuebles, mejor para todos.

Naturalmente, este problema no se limita a las estafas. Tiene formas muy legitimadas, como las AFAP (administradoras de fondos de ahorro previsional), que no dejan de ser una forma de captura de los ahorros y la seguridad social por parte del capital financiero. También organiza el trabajo mismo de sectores cada vez mayores: es sabido que las plataformas como PedidosYa o Uber organizan a sus empleados como si fueran un mercado (esto no les pasa solo a los repartidores, también los docentes son controlados y puestos competir con plataformas). Y el consumo: Mercado Libre estimula que las personas compren y vendan de forma cada vez más rápida, sacándose ventaja y no dejando que un solo objeto personal deje de rendir; o las promociones de viajes o de puntos, que tienen a las personas permanentemente calculando cada acto de placer, necesidad o lujo como una maximización. Incluso la sociabilidad, a través de las redes sociales, que organizan el entretenimiento y la vida colectiva como un gran casino. Hasta la cúspide de la legitimidad política es medida por los pequeños movimientos de la bolsa o la moneda. Estos son problemas institucionales, pero también subjetivos.

Todos somos adictos, decía el intelectual norirlandés Richard Seymour en su libro sobre las redes sociales. Podríamos agregar: todos somos garcas. El sociólogo italiano Giovanni Arrighi, al analizar los ciclos largos del capitalismo, muestra que cuando es visible un dominio creciente del sector financiero es una señal de la decadencia de un ciclo de acumulación. El problema es que si la decadencia puede producir oportunidades de construir otra cosa, también es espantosa de vivir, y puede durar mucho.

El capital logró escapar de la regulación política y nos capturó a nosotros. No tenemos otra opción que pensar, ahora, cómo escapar de todo esto y construir otra forma de organizar la vida. Como las inversiones, intentar escapar tiene sus riesgos, pero quedarse adentro también tiene riesgos, seguramente mayores. Y afuera también hay el premio de otra vida en la que se pueda respirar. 

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