Últimos días del reino del silencio - Semanario Brecha
Cómo se desmoronó el régimen sirio

Últimos días del reino del silencio

La dictadura de los Al Asad ha sido llamada uno de los regímenes más brutales de la historia reciente. Más allá de la influencia extranjera, detrás de su derrocamiento jugaron varios factores sectarios y de clase.

Un hombre ondea una bandera de la oposición siria en la ciudadela de Alepo, luego de que líderes islámicos rebeldes tomaron la ciudad de Damasco, el 8 de diciembre Afp, Ozan Kose

Esta semana, millones de sirios celebraron el fin de la sangrienta dictadura de Bashar al Asad. El rápido avance de Hayat Tahrir al Sham (HTS) y el colapso del régimen de Al Asad tomaron por sorpresa a muchos observadores, y surgen nuevas preguntas sobre la ideología y el programa del HTS, así como sobre lo que les espera a las minorías del país.

En esta entrevista, el fundador del medio de izquierda socialista estadounidense Jacobin, Bhaskar Sunkara, habla con el corresponsal de guerra Anand Gopal, quien en las últimas décadas ha informado desde Siria, Irak, Afganistán y otras zonas de Oriente Medio para varias publicaciones internacionales y es autor del premiado No Good Men Among the Living: America, the Taliban and War Through Afghan Eyes («No hay buenos entre los vivos: Estados Unidos, los talibanes y la guerra a través de ojos afganos»).

—Antes de hablar de los acontecimientos actuales, ¿podrías comentar brevemente los orígenes del baazismo sirio y las raíces del descontento que condujo a la revolución de 2011?

—El régimen sirio se remonta al golpe de Estado del Partido Baaz en 1963. El gobierno que surgió de ese golpe emprendió una reforma agraria y ganó una base social entre el campesinado. Cuando el baazista Hafez al Asad tomó el poder mediante otro golpe de Estado en 1971, detuvo las medidas redistributivas radicales de sus predecesores y forjó un Estado basado en una alianza entre un aparato de seguridad alauí1 y la burguesía sunita.2

El régimen de Hafez al Asad proporcionó servicios estatales básicos que protegieron a los pobres y a la clase trabajadora del libre mercado y ofrecieron a millones de campesinos la oportunidad de ascender a una vida de clase media. A cambio, sin embargo, la gente debía renunciar a todos sus derechos políticos. El régimen fue increíblemente brutal3 y no permitió ninguna disidencia. Al Asad construyó una vasta red de espionaje interno y una red de prisiones donde campeaban la tortura y la desaparición. De modo que había un pacto social perverso que sustentaba el régimen de Hafez: un mínimo de redistribución económica para los pobres, a cambio de aceptar una dictadura extrema.

Cuando su hijo Bashar al Asad asumió el poder, en 2000, ese modelo se estaba desgastando. Bashar lanzó una ola de reformas neoliberales que desmantelaron el estado de bienestar sin emprender ninguna reforma política significativa. La única base que tenía la población para apoyar al régimen había desaparecido: no habría ni seguridad económica ni derechos políticos. Esto condujo al levantamiento de 2011, que en sus inicios fue un movimiento pacífico y masivo, compuesto principalmente por gente de clase trabajadora y media.

Las fuerzas de Al Asad respondieron a las protestas de forma sanguinaria, abriendo fuego contra las multitudes y arrestando y torturando a decenas de miles. Para defenderse a sí mismos y a sus familias, los manifestantes tomaron las armas y formaron grupos rebeldes, que operaron bajo el nombre paraguas de Ejército Libre Sirio (ELS). El régimen respondió con una campaña militar que incluyó bombardeos y el uso de armas químicas.

—Además del apoyo extranjero, ¿cómo pudo Al Asad mantenerse en el poder durante más de una década tras el comienzo de la guerra? ¿Cuál era la base social que sostenía al gobierno?

—Al principio, la base leal al régimen de Al Asad eran los alauitas y la burguesía sunita en Damasco y Alepo. A medida que la revolución se militarizó, el régimen explotó hábilmente los temores de varias comunidades minoritarias, como los cristianos. A la gente de estas comunidades no necesariamente le agradaba Al Asad, pero creían que serían exterminados si él era derrocado. En 2012, la base social del régimen estaba compuesta por alauitas y otras comunidades minoritarias.

—A medida que Al Asad reunía el apoyo de Rusia e Irán y mientras el proceso revolucionario se debilitaba, ¿se puede decir que la oposición al régimen se fue volviendo más islamista? ¿Cuáles fueron las divisiones ideológicas entre los rebeldes y cómo pueden verse desde una perspectiva de izquierda?

—Deberíamos mirar primero el contexto sirio antes de la revolución. El régimen de los Al Asad había cooptado y erradicado a la izquierda durante 50 años, así que lo que quedaba de la izquierda siria no estaba arraigado en las comunidades de clase trabajadora y el lenguaje de la izquierda le era ajeno a estas comunidades. Por supuesto, Siria no es un caso único: esta historia se ha repetido en todo el mundo, especialmente en Oriente Medio.

A partir de la década del 90, el régimen permitió que el discurso islámico impregnara la sociedad como parte de su giro neoliberal. Fomentó la proliferación de organizaciones caritativas islámicas para llevar a cabo las tareas que antes desempeñaba el Estado. Casi al mismo tiempo, millones de sirios fueron al golfo Pérsico a trabajar como inmigrantes y regresaron con una mentalidad mucho más islámica.

Para 2011, el islamismo se había convertido en todo un modo de vivir la política entre la clase trabajadora siria. Aun así, al comienzo de la revolución, los manifestantes exigían un Estado laico y democrático. Sin embargo, desde el principio hubo dos corrientes dentro del levantamiento. La mayoría eran personas de clase trabajadora, que a menudo vivían en barrios marginales que rodeaban las principales ciudades o en pequeñas ciudades de provincia. Sus demandas eran libertad política y mejores condiciones de vida. Una minoría eran activistas de clase media y media alta, a menudo con títulos universitarios, que se centraban principalmente en demandas de libertad política y veían las demandas de clase como secundarias o irrelevantes. Este último grupo se involucró en redes internacionales de ONG y adoptó el lenguaje neoliberal occidental de derechos humanos y derechos individuales.

A medida que avanzaba la revolución y que pueblos y ciudades se liberaban del régimen de Al Asad, estas dos corrientes avanzaron en direcciones diferentes. Las fuerzas seculares del ELS eran corruptas e ineficaces, y no ofrecían una ideología que pudiera entusiasmar a los pobres y a la clase trabajadora con una visión de una sociedad diferente y más equitativa. Fueron los islamistas quienes ofrecieron un programa coherente para responder a estas necesidades. Se distinguieron de los rebeldes seculares por ser mucho menos corruptos y, en las zonas que controlaban, priorizaban cuestiones como la distribución del pan. Esta es una razón importante por la que los islamistas se volvieron hegemónicos.

Por eso es que el predominio del islamismo en la revolución no se debió simplemente a la intervención externa, aunque algunos Estados extranjeros, especialmente Turquía y Qatar, ciertamente impulsaron las cosas en esa dirección. En última instancia, esta orientación se debió a la propia naturaleza del régimen de Al Asad y a las divisiones de clase dentro del propio levantamiento.

Hay pocos grupos de izquierda relevantes en todo el Oriente Medio, y la razón se debe en parte a los fracasos de la izquierda, en parte a la represión estatal y en parte a los cambios en las economías políticas de la región. La izquierda occidental no debería aplicar pruebas de pureza, sino analizar las condiciones sobre el terreno basándose en una comprensión realista del contexto. Los propios rebeldes islamistas son una mezcla de cosas; algunos son tremendamente reaccionarios, mientras que otros se han moderado y pueden ser vistos como vehículos para la liberación nacional.

—¿Por qué el apoyo a Al Asad se desintegró de golpe en los últimos días?

—El régimen de Al Asad ya había estado a punto de caer dos veces. En 2013, mientras los rebeldes presionaban sobre Damasco, Hezbolá lo salvó. El grupo libanés invadió el país y reforzó las fuerzas de Al Asad ayudando a cometer masacres contra civiles. Luego, en 2015, los rebeldes capturaron la provincia de Idlib
y amenazaron la costa, el corazón de los sectores leales a Al Asad. Esta vez, Rusia intervino y su fuerza aérea lanzó bombas de forma indiscriminada que mataron a miles de hombres, mujeres y niños.

Así que el régimen fue bastante débil durante todo ese tiempo. Y en los años transcurridos desde la intervención de 2015, incluso cuando las líneas de batalla se congelaron, el régimen se debilitó aún más. El Estado fue vaciado y entregado a bandas y señores de la guerra bajo los auspicios de varios individuos conectados con la familia Al Asad y sus secuaces.

La economía lícita colapsó, en parte debido a fuertes sanciones internacionales y en parte a la imposibilidad de atraer inversiones en un país en guerra. Una de las principales exportaciones del régimen fue la droga ilícita fenetilina. La corrupción era inmensa: absolutamente nada podía moverse sin coimas. A los reclutas del régimen a veces no se les pagaba ni se los alimentaba. Comunidades como la alauita vieron a sus hijos irse al Ejército en una cinta transportadora de privaciones y muerte. El régimen afirmaba ser parte del eje de la resistencia contra Israel, pero en realidad poco hizo por los palestinos y era poco más que una pandilla sin ideología, centrada en
Al Asad y su familia, en la que todos los demás (alauitas de clase trabajadora, los cristianos y así sucesivamente eran carne de cañón). Lo único que detuvo un levantamiento dentro de la propia base social de Al Asad fue el miedo a la oposición.

Este es el contexto de los acontecimientos de las últimas semanas. Hezbolá quedó muy debilitado por los ataques de Israel y Rusia está enredada en Ucrania. Cuando los rebeldes lanzaron esta ofensiva, las filas del régimen se disolvieron. Sin apoyo aéreo ruso y con la moral por el piso, los soldados simplemente se negaron a morir por Al Asad. Fue la profunda podredumbre del régimen, no la fuerza de la oposición, lo que llevó a su colapso.

—¿Qué significa la caída de Al Asad para el futuro de Siria? ¿Hay perspectivas de un gobierno estable o es probable que asistamos a una guerra civil aún más fragmentada?

—Es demasiado pronto para decirlo, pero una cosa sabemos con certeza: la dictadura de Al Asad fue uno de los regímenes más brutales del siglo XXI. Lo que venga después será mejor que lo que vino antes. Siria ha estado sumida en una guerra civil durante 13 años, más de 500 mil personas murieron y aún más fueron desplazadas. Ahora, por primera vez, existe una posibilidad real de que este sufrimiento termine. Después de 50 años de dictadura, en los que casi todas las familias conocen a alguien que ha sido asesinado o desaparecido por el régimen, la sensación de catarsis entre los sirios es profunda, incluso entre la antigua base social de Al Asad.

Contrariamente a la propaganda asadista previa, durante estas semanas no ha habido masacres ni limpieza étnica en los territorios del antiguo régimen; de hecho, los barrios cristianos han sido lugares de alegres celebraciones. En tiempos generalmente oscuros en todo el mundo, la victoria de la revolución siria es algo que todo izquierdista y, de hecho, todo ser humano debería celebrar.

Nada de esto quiere decir que todo sea color de rosa de aquí en más. Si bien HTS, el grupo que lidera la coalición rebelde, ha hecho todo lo posible para presentarse de manera positiva ante los sirios y el mundo, tiene un historial pesado de represión de la disidencia en la provincia de Idlib, el rincón del país que ha controlado durante los últimos años. No hay razón para esperar que HTS establezca una democracia, a menos que los movimientos populares lo obliguen a hacerlo. Mientras tanto, otra alianza rebelde, el Ejército Nacional Sirio (ENS), respaldado por Turquía, está librando una guerra contra las regiones autónomas kurdas.

Mientras que el HTS es una fuerza de cuadros disciplinada y semiprofesional, en el ENS son mercenarios y ladrones. Joe Biden y Donald Trump han señalado que no apoyarán a los kurdos, lo que significa que su zona autónoma probablemente será invadida por el ENS. La posibilidad de una limpieza étnica contra los kurdos apoyada por Turquía en ciudades como Kobane es alta. Por último, Israel está aprovechando la situación para aniquilar con bombardeos las instalaciones militares estratégicas de Siria (y, por tanto, los medios del país para defenderse), al tiempo que se expande desde los Altos del Golán para robar más territorio sirio.

Hay muchos desafíos por delante. Pero es importante tener en cuenta que durante 50 años fue imposible hacer política en la Siria de Al Asad. Solo ahora, con la caída del régimen, podrá comenzar realmente una lucha por la democracia. 

(Publicado originalmente en Jacobin. Traducción de Brecha.)

  1. Los alauíes son un grupo etnorreligioso del Levante, originado en una escisión medieval del islam chiita. Representan alrededor de un 10 por ciento de la población siria. Los Al Asad provienen de esta comunidad (N. de E.). ↩︎
  2. El sunismo es la corriente mayoritaria del islam y a él adhiere más del 70 por ciento de la población siria (N. de E.). ↩︎
  3. Entre los muchos ejemplos de brutalidad del régimen de Hafez al Asad sobresale la masacre de Hama. En esa ciudad, la cuarta más grande del país, el Ejército arrasó en 1982 con un levantamiento de la mayoría sunita liderado por los Hermanos Musulmanes. En una campaña de un mes de duración, dos tercios de la ciudad fueron destruidos y el Ejército asesinó entre 25 mil y 40 mil civiles, mientras la opinión pública internacional permanecía concentrada en la guerra civil del vecino Líbano (N. de E.). ↩︎

Artículos relacionados

Edición 2038 Suscriptores
La caída de Bashar al Asad y la reconfiguración de Oriente Medio

Ese gran caos

Edición 2038 Suscriptores
La suerte de los kurdos en Siria tras la caída de Al Asad

Futuro incierto