Los legados de Liber Seregni en 2024: Un espejo interpelante 20 años después - Semanario Brecha
Los legados de Liber Seregni en 2024

Un espejo interpelante 20 años después

Hace ya diez años, durante el proceso electoral de 2014, escribía en Brecha un artículo titulado «Los peligros de una política sin historia». La campaña en curso de 2024 y los perfiles que se deslizan en ella, con relación a la emergencia de «nuevas formas» de hacer política, renuevan la radicalidad de lo que en realidad constituye un viejo asunto de la política democrática. Al respecto corresponden algunas preguntas. ¿La vaga disputa entre lo nuevo y lo viejo puede ser el eje dinamizador de un proceso electoral en el que deberían competir ideas, intereses y propuestas? ¿Es desde esa apelación, deliberadamente vacía, que el electorado puede discernir mejor entre candidatos y programas diferentes? Más aún, como ocurre en nuestro sistema político, si la competencia política tiende a organizarse en términos de dos grandes espacios que confrontan sus proyectos, ¿es ese deliberado borramiento ideológico del pasado una base fértil para construir el futuro de una sociedad? ¿Se construye un mejor porvenir contra el pasado, en especial en esta sociedad que cada vez recuerda menos?

Estas y otras preguntas, a nuestro juicio, vienen muy a cuento cuando reaparecen las invocaciones a supuestas renovaciones que pretenden discurrir a través de viejísimas convocatorias discursivas y estéticas, orientadas a persuadir a los ciudadanos, en especial a los más jóvenes, sobre que la fórmula del verdadero cambio se encuentra en el atajo hacia un futuro que solo puede emerger liberado de tradiciones y de compromisos, de esos legados que revelan la fragua de un tiempo más largo que el de los acontecimientos y la coyuntura, como diría Braudel. En esta semana y en este año, en que se cumplen 20 años de la muerte de Liber Seregni y 40 años de su liberación en las postrimerías de la dictadura, referir a este tópico de las relaciones entre política e historia nos permite ir en forma directa a los peligros acuciantes de una política sin historia.

Comencemos por afirmar que el pasado de una figura histórica, de un partido o de un movimiento ofrece inspiraciones, nunca recetas a repetir. Pero la historia nunca empieza con nosotros. En esta política de las percepciones todo parece ser fugaz e inconstante, propio de relatos efímeros y agendas comunicacionales forzosamente pasajeras. Y, sin embargo, siempre hablamos en el marco de tradiciones más extensas e intensas, aun cuando no seamos conscientes de que nuestros pasos de hoy continúan, en el cambio y a través del cambio, la marcha de ideas, emociones y personas que nos precedieron en nuestros afanes del presente. Por supuesto que hay que defender siempre el derecho inalienable a cambiar de opinión, a transformar nuestras ideas y alineamientos. ¿Pero cómo puede construirse confianza si los candidatos y los partidos por definición no resisten archivos? ¿Cómo pueden construirse convocatorias movilizadoras si se sustentan en militancias partidarias de hace menos de un año o en transfuguismos infundados y cargados de oportunismo? ¿Podrán convencer?

Con Salvador Neves, en ocasión del centenario del nacimiento de Liber Seregni en 2016, publicamos en Ediciones de la Banda Oriental la biografía Seregni: un artiguista del siglo XX. Su primera edición se agotó rápidamente, por lo que en diciembre de ese mismo año se editó la segunda. Sin ejemplares en plaza, el libro permaneció ausente de las librerías en el último lustro. El pasado martes 23 de julio, los autores tuvimos el regocijo de ver salir a la luz su esperada tercera edición,1 en un relanzamiento que contó con el acompañamiento de los comentarios de Claudio Invernizzi y de Fernando Pereira. En esa oportunidad no dejó de emerger de inmediato la interrogante sobre qué podía decirles a ciudadanos del siglo XXI una figura calificada como un artiguista del siglo XX. Y, rápidamente, los tics de la nueva política comenzaron a verse interpelados de manera concreta.

LA INSPIRACIÓN SEREGNISTA

¿Qué se puede decir acerca de lo que fue Seregni a lo largo de su vida y de lo que ha dejado como legado no solo al Frente Amplio (FA), sino a la república toda? Las grandes figuras, lo que algunos han llamado caudillos o referentes, por lo general tienen su origen y su radicación en un partido específico, pero si realmente han podido forjar en plenitud su compromiso, trascienden esa pertenencia primera y se proyectan al conjunto de la sociedad, más allá de pleitos, errores o aciertos. Como tantas veces se ha dicho, «no tienen divisa, son la divisa». Creemos en verdad que eso ocurre con Seregni, al igual que con José Batlle y Ordóñez, con Wilson Ferreira Aldunate, con Zelmar Michelini y con Juan Pablo Terra, por citar tan solo algunos ejemplos plurales. Y también estamos convencidos de que su inspiración tiene una reforzada vigencia en los tiempos que corren.

¿Cómo definir de manera particular a Seregni y a lo que algunos han calificado de seregnismo? Fue sin duda y durante toda su vida un demócrata inclaudicable. También un batllista neto, de aquel primer batllismo de don Pepe y de Domingo Arena, por lo mismo un republicano solidarista e incluso un socialista liberal, como él mismo se definió alguna vez. Fue también un militar y un general constitucionalista, desde una vocación que siempre ostentó con orgullo. Pero la definición que él quería más era, sin duda, la de un artiguismo raigal, tal vez más sustentado en valores morales que en referencias ideológicas rígidas. En efecto, resulta muy difícil recordar el legado de Seregni sin remitir a la noción de valores y de convicciones morales. Es que el seregnismo es antes que nada un conjunto de valores plenamente identificables. «Si no hacemos una revolución moral», le señaló a Frida Modak, una periodista mexicana que lo entrevistó en 1996, «no vamos a poder hacer la otra…».

Aunque llegó tarde a la política partidaria, le tocó protagonizar como presidente del FA uno de los períodos más dramáticos de la historia uruguaya en el siglo XX: el proceso final que culminó en el golpe de Estado de 1973, la dictadura civil militar, la transición a la democracia, su ardua consolidación posterior, el ascenso político y electoral de la izquierda hasta los umbrales de su acceso al gobierno. En todos esos momentos nunca rehuyó posicionarse frente a los dilemas que signaban el proceso político uruguayo. Su voz estuvo siempre presente, a menudo despertando polémicas, dentro y fuera de las filas del FA. En ese sentido, pueden mencionarse sus definiciones en el complejo itinerario que precedió al golpe de Estado en 1973, sus visiones en torno a los principales hitos del proceso de la transición democrática o sus postulados acerca de las formas en las que el Frente debía encarar su acción política y su renovación ideológica y programática de cara a su búsqueda del gobierno. Puede decirse que, sin su protagonismo, difícilmente el FA hubiera sobrevivido como tal, durante la dictadura y aun después de ella. Y adviértase que, durante ese largo período, las partidas de defunción del FA no solo provinieron de los militares y de los otros partidos, sino que muchas derivaron de las propias filas de la izquierda. Frente a todas esas iniciativas, Seregni se convirtió en el más tozudo defensor de la existencia del FA como expresión política de la unidad de las izquierdas uruguayas. Sin embargo, cada vez se lo menciona menos en los discursos de una parte considerable de los dirigentes frenteamplistas.

Tuvo un sentido muy particular de la responsabilidad histórica en el desempeño de sus roles como dirigente político. Nunca escondió sus convicciones y con frecuencia se proyectó como un hombre puente, como un negociador hábil y serio, dentro y fuera de su fuerza política. Sin embargo, bajo ese papel radicaba también el pulso de un auténtico luchador, al que le gustaba pelear por sus convicciones, comprometido con la racionalidad política y el compromiso moral por un futuro mejor. Supo ser, como militar y como político, un planificador estratégico y un organizador. Siempre creyó que la izquierda debía tener una clara vocación de gobierno y que debía terminar de cultivar en exclusividad una «cultura de la resistencia». Con mirada estratégica, abogó sin suerte por una necesaria ampliación del estatuto de coparticipación blanquicolorada, por lo que en forma muy temprana defendió la idea de que el Frente debía ocupar espacios de cogobierno en gobiernos blancos y colorados, incluso como forma de prepararse para gobernar desde posiciones de liderazgo. En esa dirección, fue también un decidido defensor de la adopción de políticas de Estado con amplio apoyo nacional en áreas estratégicas. Empero, cuando forjaba convicciones podía llegar a ser muy duro en la confrontación, aunque, según él mismo se encargó de explicitar muchas veces, prefería hablar de adversarios antes que de enemigos, que por otra parte «no podía nombrar ninguno», como le respondió a María Esther Gilio en un reportaje que apareció en Brecha el 14 de agosto de 1998.

Desde siempre se mostró convencido de la necesidad de la autocrítica y de la humildad militante como antídotos contra el dogmatismo en las filas de la izquierda. «Podemos», sintetizaba Seregni en uno de sus discursos de la campaña de 1971, «acelerar en nuestros militantes el aprendizaje de la humildad, que es el único modo de comunicarnos directamente con las grandes masas populares». Asimismo, también fue permanente su reivindicación del Frente como un actor político permanente, nacido para permanecer y crecer desde la actividad política cotidiana, trascendiendo la condición de «mero acuerdo electoral» y de una coalición con divisiones internas. Creía en verdad en la primacía de la política como soporte de la gestión y del gobierno.

Tras los ecos de lo que permanece y lo que cambia, como huellas de un largo camino que supo tener momentos de victoria y de derrota, de horas sombrías, de padecimientos, prisión y tortura, junto con resurrecciones cargadas de baños de multitud, de errores y de aciertos, de desazones por la incomprensión de los más próximos, junto con la celebración de jornadas de reconocimiento, de este modo se desplegó el compromiso político del general Liber Seregni. Su legado ya pertenece, como el de otros políticos emblemáticos de nuestra historia, al patrimonio común de nuestra república, sin desmedro alguno de su frenteamplismo de siempre, que no supo de claudicaciones ni de cálculos alternativos, ni siquiera en las peores horas. Sin duda que sus ideas y su legado, que ya forman parte de la historia, no convergen en muchos sentidos con las claves de la «nueva política». Se encuentran bien lejos del coaching y de los artificios comunicacionales de hoy, pero de manera genuina siempre buscaron como norte a los jóvenes y al porvenir. Como tozudamente bregó por enseñar a propios y ajenos, fiel a su razón originaria, para él la democracia siempre tiene y tendrá una «mañana siguiente».

1. Gerardo Caetano, Salvador Neves, Seregni: un artiguista del siglo XX.3.ª edición. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2024. Esta nota reproduce algunos fragmentos del final del libro.

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