Podría haber sido psicoanalista: a los 14 ya había leído a Sigmund Freud, o haberse dedicado a la arquitectura, que le gustaba mucho. María Esther Gilio era una mujer de intereses infinitos y habría podido ganarse la vida de mil modos. Pero, antes de ser –por casualidad– periodista, obtuvo el título de abogada, una carrera que la hacía bostezar. Pesó el mandato de la madre, quien le inculcó que debía ser alguien en la vida, libre, independiente, para no estar atada materialmente a ningún amor, como ella. Y después –cuando la mató un hombre que supuestamente la quería–, dejó a la chiquilina sola.
María Esther cumplió: encarnaba a la única mujer de la cuadra que no era ama de casa, aun teniendo dos niñas. Dijo y escribió cosas distintas sobre el porqué de una elección que consideraba aburrid...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate