La campaña por la reelección de Joe Biden terminó con el Partido Demócrata en una zanja de la que aún intenta salir. Abundan las especulaciones sombrías sobre sus perspectivas electorales para noviembre, pero se ha dedicado poco espacio a examinar cómo se gestó esta situación.
Biden iba a contramano de la realidad mucho antes de que su desempeño en el debate televisivo lo llevara a retirarse de la carrera. «Varios jerarcas del gobierno y otras personas que se lo encontraban a puerta cerrada notaron que parecía cada vez más confundido o ausente, o que perdía el hilo en las conversaciones», reportó The New York Times cinco días después del debate. Algunos habían notado el flagrante problema meses antes, pero guardaron silencio.
Una dudosa cultura de lealtad domina mucho más allá de la Casa Blanca. Incluye a líderes demócratas del Congreso y de todo el país, así como a innumerables organizaciones e individuos aliados. La línea era fingir que los evidentes déficits cognitivos de Biden no existían o que no importaban.
Luego de que su deterioro mental fuera evidente para los espectadores del debate del 28 de junio, algunos demócratas disidentes del Congreso se opusieron a partir de entonces a su nueva candidatura, pero durante semanas fueron relativamente pocos los que siguieron el ejemplo del representante demócrata por Texas Lloyd Doggett, quien rompió el hielo el 2 de julio pidiéndole a Biden que «tome la dolorosa y difícil decisión de retirarse».
COMO EL AVESTRUZ
La lucidez vino de la mano de Julián Castro, exsecretario de Vivienda y Desarrollo Urbano de la administración de Barack Obama, quien en los primeros días de julio disparó una andanada de tuits sobre el tema. Uno de sus posteos se refirió al «excepcional hándicap político» que representaba Biden, y advirtió: «No es algo que vaya a mejorar. Existe un alto riesgo de que vuelva a complicar la campaña, sellando el destino de los demócratas. Esconder la cabeza en la arena no calmará las preocupaciones de los votantes, dolorosamente obvias durante años».
El mismo mensaje había sido transmitido hace ya un año y medio en un aviso de página completa en el diario de Washington DC The Hill por la campaña Don’t Run Joe (No te Postules, Joe). Titulado «Carta abierta a los demócratas en la cámara baja y el Senado», el aviso decía: «Muchos de tus colegas, y tal vez tú mismo, cuando les hablan a los medios expresan entusiasmo por una nueva campaña presidencial de Biden, pero en privado no esconden su consternación… Esto no beneficia al partido ni al país… Hay amplios indicios de que tener a Biden encabezando las listas traerá enormes vulnerabilidades para el lema nacional y para las disputas electorales locales. No hay giro discursivo que pueda ocultar ciertas realidades».
Pero las acrobacias retóricas nunca pararon y, de hecho, se multiplicaron estos últimos meses cuando Biden intentó presentar su candidatura como un hecho consumado. Mientras tanto, la cultura de la lealtad a la interna del partido mantuvo su influencia sobre los delegados que a mediados de agosto irán a la Convención Nacional Demócrata en Chicago. Al empezar la segunda semana de julio, CNN reportó que «una gran cantidad de los líderes del partido y delegados de base seleccionados para nominar formalmente a Biden se muestran reacios a considerar cualquier otra opción». Un delegado de Florida lo expresó de esta manera: «No existe un plan B. El candidato es el presidente. Ahí estoy yo y estamos todos con los que hablé hasta ahora, hasta que él diga lo contrario».
Llevarse bien con los jerarcas de alto rango es parte de la cultura política dominante en el partido. Vi esa dinámica de cerca, innumerables veces, durante mis diez años como miembro del comité central estatal del Partido Demócrata de California y como delegado en tres convenciones nacionales demócratas. Vi con frecuencia tales actitudes conformistas en las reuniones del Comité Nacional Demócrata (CND).
DEMÓCRATAS SOLO DE NOMBRE
Larry Cohen, expresidente del Communications Workers of America (el sindicato de trabajadores de la industria de las comunicaciones, que representa a unos 600 mil afiliados), ha estado en el CND desde 2005. «Actualmente, el Partido Demócrata como estructura nacional existe solo de nombre; en gran medida son la Casa Blanca y una serie de formalidades para postular al presidente», dice. «La vida interna está en los 57 partidos estatales y territoriales, y en muchos de ellos son visibles importantes esfuerzos de reforma.» Cohen añade: «El Partido Demócrata no sale bien parado si lo comparamos con los partidos centristas de otras democracias, especialmente si tenemos en cuenta el dominio que el dinero de los multimillonarios y las grandes empresas tienen en nuestro proceso de postulación para todos los niveles de gobierno».
Pía Gallegos, cofundadora y expresidenta del Caucus Progresista Adelante del Partido Demócrata de Nuevo México, lo resume de esta manera: «El funcionamiento del Partido Demócrata a nivel nacional es de arriba hacia abajo, en el sentido de que designa directamente a los miembros de sus comités en lugar de abrir la membresía de los comités a elecciones entre los delegados del CND. Simplemente espera que los delegados aprueben esas designaciones».
Gallegos forma parte del comité directivo de la Red Estatal Progresista del Partido Demócrata a nivel nacional, un grupo independiente que se formó el año pasado. «Los partidos demócratas a nivel estatal también tienen la tradición de nombrar directamente a los miembros de los comités locales y a sus representantes nacionales, lo que en consecuencia evita que sus miembros más a la izquierda o reformistas accedan a posiciones de poder», afirma. En resumen, «la dirección del Partido parece estar más preocupada por mantener el control que por promover la democracia interna».
Después de que Judith Whitmer se convirtiera en miembro activo del CND como presidenta del Partido Demócrata de Nevada, pudo observar de cerca el funcionamiento interno del organismo. «El Partido Demócrata de hoy está dirigido por consultores y agentes que controlan estrictamente todos los aspectos del CND», sostiene. «El gran partido que defiende la “democracia” es en realidad un pequeño círculo de iniciados que concentran todo el poder manteniendo el statu quo. Las opiniones disidentes no son bienvenidas. El ala izquierda está condenada al ostracismo y el votante común ya no tiene voz.»
A principios de 2021, una campaña disidente permitió a Whitmer ser elegida presidenta del Partido Demócrata de Nevada. Los demócratas poderosos del estado, superados por esa organización de base, rápidamente transfirieron 450 mil dólares de las arcas del partido de Nevada al Comité de Campaña Senatorial Demócrata y establecieron una organización estatal paralela, como informara The Intercept. Dos años más tarde, el establishment partidario se vengó con una virulenta campaña que aplastó la reelección de Whitmer.
Someter al ala progresista es un objetivo clave de los líderes del partido al momento de evaluar cuándo y dónde atacar. Aunque el mes pasado el establishment partidario apoyaba nominalmente al legislador progresista Jamaal Bowman en su campaña interna de reelección por su distrito de Nueva York, al mismo tiempo dio luz verde a que el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel pusiera 15 millones de dólares en la interna para respaldar a un demócrata proguerra que se postuló en su contra.
«El Partido Demócrata es, en pocas palabras, simplemente antidemocrático», dice Joseph Geevarghese, director ejecutivo de Our Revolution, un grupo de activistas demócratas vinculados a Bernie Sanders. «La ilusión de una “unidad del partido” fomentada por Biden y Bernie hace cuatro años se terminó. De hecho, la clase donante se siente envalentonada para librar una guerra abierta contra los progresistas, especialmente tras derrotar a Jamaal Bowman.»
En las sesiones de la Comisión de Reforma para la Unidad que el CND convocó en 2017, el cálculo era que había que tener en cuenta la fuerza de Bernie Sanders, entonces en su punto más alto de influencia. La comisión tenía una ligera pero decisiva mayoría de miembros alineados con Hillary Clinton, mientras que el resto de los escaños fueron para aliados de Sanders. Si bien el órgano adoptó algunas reformas modestas, la mayoría se resistió a cambios sustanciales en las reglas del CND que habrían proporcionado transparencia en la financiación partidaria y evitado graves conflictos de interés. Jennifer O’Malley Dillon, la presidenta de la comisión, supervisó el bloqueo a esos cambios y luego trabajó durante tres años como subjefa de gabinete de Biden. Luego pasó a ser la presidenta del equipo de campaña de Biden.
LA PLATA MANDA
«El Partido Demócrata hoy funciona a través de grupos de interés o grupos de lobby financiados por fundaciones, y no tiene una participación de grupos autofinanciados de militantes organizados como los que tenían peso cuando los movimientos laborales y de derechos civiles eran fuertes», dice el periodista David Dayen en un artículo de principios de julio de la revista liberal y progresista The American Prospect.
Alan Minsky, director ejecutivo de Demócratas Progresistas de América, manifiesta lo siguiente cuando se le pide que describa la cultura política del partido: «Si bien el Partido Demócrata es una organización compleja con muchas dimensiones, el papel del dinero y, más específicamente, la interminable necesidad de recaudar más se han convertido en su principio organizativo central. Esto, por supuesto, distorsiona las prioridades del partido hacia una dirección conservadora. Los demócratas que pueden recaudar dinero al mismo nivel que el Partido Republicano son vistos como indispensables, y crecen en poder e influencia a la interna… A su vez, estos megarecaudadores tienen poca paciencia con cualquiera dentro del partido que sea percibido como una amenaza para el flujo de dinero, como los progresistas de izquierda y otros defensores de los pobres y la clase trabajadora».
Minsky añade: «A medida que estas dinámicas se volvieron centrales en las últimas décadas, los ricos crecieron en influencia y la cultura política general pasó a reflejar las prioridades de la clase profesional en lugar de la trabajadora, en marcado contraste con la situación de mediados del siglo XX, cuando se dio el apogeo de poder e influencia del partido. Pero como los republicanos se vuelven cada vez más de derecha, los progresistas y los defensores de la clase trabajadora continúan reclamando un lugar en el Partido Demócrata. Paradójicamente, dado que estos grupos representan la mayoría de la población, también brindan la mejor oportunidad para que el partido recupere su estatus de mayoría. Sin embargo, desde el punto de vista de la facción dominante en el partido y sus legiones de consultores altamente remunerados, este sería un resultado inaceptable, ya que cortaría el flujo de plata».
El edificio del CND en Washington es un monumento a la destreza financiadora del multimillonario Haim Saban, quien se convirtió en jefe de la campaña en la capital a finales de 2001 con el fin de recaudar 32 millones de dólares para la nueva sede. Él mismo rápidamente donó 7 millones de dólares al CND, una de las mayores donaciones jamás realizadas a un partido hasta entonces.
Haim Saban ha sido cercano durante mucho tiempo a Bill y Hillary Clinton. Para 2016, Mother Jones reportó que Saban y su esposa Cheryl, además de organizar «lucrativos eventos para recaudar fondos», habían donado «más de 27 millones de dólares a diversas causas y campañas de Clinton». Saban también se lleva muy bien con Joe Biden. Cuando en setiembre Saban tuvo una cita con el presidente en la Casa Blanca, «se suponía que la visita duraría una hora, como parte del almuerzo, pero terminó pasando tres horas con el presidente y su gente», informó entonces el diario israelí Yedioth Ahronoth.
Las razones para mantener cálidas relaciones con personas como Saban son obvias. El presidente puede haber recordado que bastó con una única recaudación de fondos virtual organizada por los Saban para la campaña Biden-Harris en setiembre de 2020 para juntar 4,5 millones de dólares. En febrero de 2024, con la carnicería en Gaza en su día 135, los Saban organizaron una recaudación de fondos para la reelección del presidente en su casa de Los Ángeles. El precio del ticket iba de 3.300 a 250 mil dólares. Saban, un ardiente sionista, ha dicho repetidamente: «Soy un tipo de un solo tema, y mi tema es Israel».
Estos meses, mientras Biden luchaba por conservar su puesto como candidato, el apoyo ferviente que le dio la Bancada Negra del Congreso (BNC) fue fundamental. La BNC ha cambiado notablemente desde las décadas de 1970 y 1980. En aquel entonces, estaba en contra de la guerra y desconfiaba del poder de las grandes empresas. Ahora, está abrumadoramente a favor de la guerra y en connivencia con las grandes corporaciones estadounidenses.
Con el presidente Biden negando su incapacidad para postularse, el papel de la Bancada Progresista también fue complaciente. Su presidenta, Pramila Jayapal, le dio su respaldo para 2024 bien temprano, en noviembre de 2022, declarándose «una conversa». Desde entonces, varios progresistas de alto perfil hicieron todas las contorsiones posibles para respaldar a Biden. La representante Alexandria Ocasio-Cortez, quien respaldó la reelección de Biden hace ya un año, se presentó ante los periodistas diez días después de la catástrofe del debate para hacer una vehemente defensa del candidato. De manera similar, el propio Bernie Sanders fue notablemente favorable a que Biden siga siendo el abanderado del partido, clamando incluso en televisión nacional que, con un mensaje adecuado, Biden «va a ganar, y ganará en grande». Cuando algunos de los más destacados miembros del ala izquierda del Congreso caen bajo el hechizo de una lealtad tan retorcida, es una indicación de que la obsecuencia hacia el liderazgo del Partido Demócrata ha tenido un precio demasiado alto.
(Publicado originalmente en Tom Dispatch. Traducción de Brecha.)