Esta noche, viernes 11, y mañana sábado 12, Tabaré Cardozo se presenta en el teatro Solís. Esta doble fecha en el escenario más noble de la ciudad es un índice, por si hacía falta, de la consagración de este compositor y cantante con más de veinte años de carrera. Se puede decir que fue alrededor suyo que se erigió el movimiento llamado Mpu, que podría definirse como una normalización estética de la combinatoria de insumos inventada y encarnada por Jaime Roos bajo el lema de “candombe, murga y rocanrol”.
Cardozo va a estar lanzando su nuevo trabajo discográfico, presentado como dos discos en un mismo paquete. Uno se llama Librepensador y el otro La ley de Newton.1 La gráfica está planteada para que cualquiera de los dos pueda ser la “tapa”. Ese criterio suele aplicarse cuando un músico lanza dos trabajos con distintos conjuntos de rasgos generales, pero no es el caso: ambos discos dejan una impresión global similar, con lo que se parecen más bien a un álbum doble común y corriente. Es más, con sus 65 minutos de música en total, hubieran podido entrar en un mismo CD.
Tabaré Cardozo tiene mucho talento para urdir melodías pegadizas y bien individualizadas, con recursos que no son elementales pero tampoco complicados y comunican de inmediato. Algunas de sus músicas están teñidas de un tono nostálgico o levemente melancólico, pero predomina una disposición “para arriba”, con tempo movido, arreglos bien sonoros, estribillos coreables. La nómina de músicos que tocaron en los acompañamientos impone mucho respeto (gente como Nico Ibarburu, Federico Navarro, Francisco Fattoruso, Federico Moreira, Eduardo Larbanois y otros) y ayuda a explicar cómo se llegó a un producto que suena tan bien. Las letras están llenas de referencias que connotan una persona curiosa, atenta. La escritura a veces está como poseída por un furor metafórico que lleva a apilar un tropo enseguida del otro (“¿Quién te dejó en este otoño, bajo esta llovizna gris?/ ¿Quién hizo entrar los demonios/ a tu alma de emperatriz?/ ¿Quién embrujó tus muñecas?/ ¿Quién hizo tu cicatriz?/ ¿Quién emponzoña tu rueca/ y tu perfume de anís?”), hecho que llama aun más la atención por el hecho de que algunos elementos están, muy evidentemente, puestos para rimar o para redondear la métrica. Esa concepción de lo poético como imaginería frondosa se me hace un poco empalagosa, y más aun combinada con la manera de cantar “bonita” de Tabaré, en que su voz (que es firme, y que él maneja con naturalidad y soltura) siempre está adornada con un vibrato sutil. Me rinden mucho más las canciones en que recurre a un lenguaje más liso y cotidiano y lidia con algo de humor, que las hay (“Diablo suelto”, por ejemplo).
En casi todos los estribillos suena un coro murguero. Pero no son murgas “puras”: hay un constante zarandeo con ingredientes de la uruguayidad, superpuestos o alternados con otros que son trasnacionales. Así, “El flaco del bondi” empieza como un candombe a lo Jaime Roos, se vuelca a marcha-camión y luego a candombeado murguero, mientras un bandoneón aporta un color de tango. Y por ahí va: hay mucha guitarra distorsionada roquera, tambores de candombe, chacarera, folk-rock blusero, foxtrot. Los gestos siempre aparecen lo suficientemente caracterizados como para que uno los reconozca y sienta, por lo tanto, que se está haciendo una “fusión”.
Ocho de los 18 surcos tienen invitados especiales. Esas participaciones no modifican sustancialmente las canciones, pero funcionan como tributos, gestos tendidos a esos colegas y a los ámbitos con los que se asocian: Seba Teysera (La Vela Puerca), Gabriel Peluffo (Buitres), Emiliano Brancciari (Ntvg), Raúl Castro (Falta y Resto), Carolina Gómez (Agarrate Catalina), Jorge Drexler, Mandrake Wolf y Martín Buscaglia.
Hay varios pasajes lindos, alegres o energéticos en el disco, y los fans de Tabaré Cardozo no se van a decepcionar.